El talibán sigue golpeando
7 de agosto: soldados norteamericanos pertenecienrtes a la 5ª Brigada de Choque toman posiciones detrás de sus vehículos en las cercanías de Spin Boldak, Afganistán, inmediaciones de la frontera con Pakistán. La fotografía es de Emilio Morenatti, recientemente herido en aquella guerra. Para ampliación, pulsar sobre la fotografía
La preparación de las elecciones en Afganistán ha traído consigo una respuesta militar talibán que, a la manera de la ya mítica Ofensiva del Têt, en la guerra de Vietnam, enero de 1968, ha llevado la guerra al centro de la capital: Kabul. No es la primera vez que tal cosa sucede. Pero ahora, el impacto de los ataques se multiplica por cien, en un momento en que mantener la apariencia de control resulta básico para las potencias intervinientes, a fin de preservar la validez política de las elecciones. El gobierno afgano se ha tomado en serio la estrategia de la opacidad, e intenta evitar que se informe sobre los ataques; resultado de ello son las amenazas a los periodistas occidentales que intentan cubrir gráficamente los atentados.
Precisamente, la contraposición de estrategias enfrentadas en Afganistán, arroja mucha luz sobre el futuro desenlace de esta guerra. La idea de incrustar un sistema democrático en una sociedad que no tiene la más mínima tradición, procurando además imponer un candidato propio (Karzai) no tiene muchas posibilidades frente al "voto armado" de los talibanes. Súmese a ello que en los últimos nueve años de ocupación militar norteamericana e ISAF (OTAN) el común de la población afgana no ha experimentado ninguna mejora sustancial en su nivel de vida.
Ello muestra de manera bastante elocuente que en Afganistán no se está librando ninguna "guerra de civilizaciones", y que el fallo no está en haber planteado una estrategia mal adaptada a las pautas culturales del enemigo talibán. En ese sentido, la "etnicitis" de tono decimonónico que arrastran los analistas occidentales desde las guerras de Yugoslavia, ha supuesto la diseminación de algunos mecanismos de la "trampa balcánica" por otros conflictos en las más variadas zonas del mundo y, por supuesto, en Asia Central y Afganistán.
Últimanente, el profesor Patrick Porter, del Departamento de Estudios de la Defensa, Kings College de Londres, introduce numerosos ejemplos de esa manera errónea de plantear esta y otras guerras en su libro: Military Orientalism. Eastern War Through Eastern Eyes (Hurst & Co., London, 2009). Es una obra brillante, tanto por la elección de sus contenidos como por la agilidad de su narrativa, disecciona los fantasmas de los estrategas y políticos occidentales en relación a los mitos y pesadillas de la guerra en o contra Oriente. Una atracción por el abismo que hechiza, y eso ya desde los tiempos de las guerras entre griegos y persas.
Pero la intención de Porter no es la de hacer un catálogo de folklorismos de barraca, sino de llamar la atención sobre los riesgos de utilizar el culturalismo para entender las guerras. Y más precisamente, para demostrar, mediante una sistemática demolición de mitos, cuán erróneo y peligroso resulta la quimera de que los enemigos de Occidente son curiosidades arcaicas o fantasmas medievales.
En efecto, la guerra genera unas presiones, una lucha por la supervivencia, unas capacidades de adaptación y sacrificio de tal envergadura, que los comportamientos culturales se adecúan forzosamente a la urgencia del momento. A partir de ahí, los planteamientos teóricos, las patéticas "interpretaciones" que llegan a hacer analistas occidentales (incluyendo a algunos académicos) Corán en mano, demuestran cuán (peligrosamente) atrevida es la ignorancia. Los resultados finales, a la vista están: la guerra va cada día peor para el bando occidental., que no logra dar con la estrategia adecuada, ni la militar, ni la política, a pesar de lo cual, no se quita ni pone una coma en el discurso habitual. La contumacia no es una virtud; pero es que además, sea lo que sea, ni siqnaera es inteligente.
"El Periódico", 30/7/2009
LA ESTRATEGIA NORTEAMERICANA Y EUROPEA EN EL PAÍS CENTROASIÁTICO
Ofensiva demagógica en Afganistán
El contingente español es escaso y no está preparado para acciones sostenidas y de gran magnitud
La muerte de quince soldados británicos en Afganistán, en apenas diez días, levantó recientemente una nueva ráfaga de polémicas sobre la ya interminable guerra. En Gran Bretaña, la oposición tiró hacia donde pudo, echando la culpa al gobierno de no suministrar a las tropas el equipo necesario para su seguridad. En el fondo, una reacción política parecida a la que habría demostrado la oposición española, porque la causa del goteo de bajas que sufren las tropas de la ISAF-OTAN en Afganistán no se basa en la calidad de las tropas o en su material. Cuando los norteamericanos desembarcaron en el remoto país centroasiático, allá por 2001, la propaganda de guerra insistió en que se trataba del primer conflicto del siglo XXI, a base de pequeños grupos de tropas altamente especializadas, unidades de intervención adscritas a servicios de inteligencia, mucha guerra asimétrica y “proxy war”. Ahora, según algunos de los estrategas de sofá que pueblan nuestra prensa, resulta que lo que se necesita en Afganistán es “doctrina soviética”: masivas ofensivas, material pesado, bombardeos de alfombra, medios y más medios, batallón tras batallón. Lo malo es que ya hace meses que se celebró la escasamente heroica retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, en febrero de 1989. Otros diez años antes, en las Navidades de 1979, los soviéticos habían invadido Afganistán con, nada más y nada menos que 100.000 tropas, y unos 2.000 carros de combate, más un incontable número de helicópteros. A lo largo de la década siguiente, pasaron por esa guerra unos 620.000 soldados soviéticos. Y a pesar de todo, no ganaron.
Las tropas británicas están altamente profesionalizadas y son muy eficaces. Su tasa de bajas se debe a que la doctrina que aplican no acaba de funcionar, y a que son el segundo contingente en tamaño después del estadounidense: unos 8.300 soldados; a más soldados, más bajas. Si las tropas de la ISAF rebasaran los 100.000 hombres (ahora son unos 60.000) y se aplicaran con la agresividad soviética, es posible que se alcanzara la ratio de los 1.500 bajas mortales por año.
En medio de ese trágico baile de cifras, cuando se produce algún incidente serio, no faltan comentaristas que lanzan soflamas para levantar la moral e insistir en que es esencial nuestra permanencia en Afganistán. En ocasiones, el tono entusiasta recuerda el de las crónicas de la prensa decimonónica, cuando se apelaba a la ciudadanía a apoyar cualquier expedición de castigo en algún lejano país, porque los nativos se habían merendado a algún misionero. El hecho de que se esté produciendo un claro retroceso de la política española hacia comportamientos retratados por Valle Inclán en su Ruedo Ibérico, contribuye a reforzar el tono anacrónico de las arengas a favor de la aventura española en Afganistán. Como en aquellos tiempos, se insiste en difusos silogismos para explicarnos que nuestra presencia militar allí evita atentados aquí, cuando más parece que sea al revés; o que el foco principal de peligro terrorista proviene para nosotros del Asia Central, cuando el problema está en el Magreb.
Lo cierto es que el contingente español es escaso y no está preparado para acciones ofensivas sostenidas y de gran magnitud, que es lo que requiere la estrategia norteamericana contra los talibanes. La misma logística es difícil para las tropas españolas: los muertos del Yak 42 y los del helicóptero Cougar son computados en la página web de la ISAF como pérdidas españolas en la guerra. Los servicios de inteligencia no están preparados para operar a gran escala en países remotos y en circunstancias de guerra. Las tropas no pueden llevar a cabo acciones ofensivas eficaces. En consecuencia, los soldados (la mitad de los cuales son personal de servicios, no combatiente) están confinados en las bases, la mayor parte del tiempo, y mucho nos hemos de temer que como ocurría hace un siglo en las colonias españolas del norte de África, estemos recurriendo en Afganistán a pagar a los jefes y prebostes locales para que no se muestren agresivos. En ese caso, y dado que la tradición manda pagar en negro, a saber quién estaría controlando esas partidas, y a cuánto ascienden. Pero al margen de suposiciones, los gastos regulares de la misión militar en Afganistán ya ascienden de por sí a una suma elevada, lo que es un lastre en estos tiempos de crisis financiera.
En definitiva, si las tropas españolas deben seguir en Afganistán, en nombre de una estrategia europea seguidista de las necesidades norteamericanas, al menos que nadie nos obligue a mostrarnos entusiastas o a comulgar con demagógicas ruedas de molino. Y sobre todo, que de vez en cuando se recuerden los porcentajes de británicos (68%), franceses (62%), australianos (56%), etc. deseosos de retirar sus tropas de Afganistán; y que nos pregunten a nosotros lo que pensamos. Es de suponer que las cifras irían en aumento si se publicitara que existen otras maneras más fructíferas, pacíficas y rentables para todos, de resolver los problema del atribulado país centroasiático.
Precisamente, la contraposición de estrategias enfrentadas en Afganistán, arroja mucha luz sobre el futuro desenlace de esta guerra. La idea de incrustar un sistema democrático en una sociedad que no tiene la más mínima tradición, procurando además imponer un candidato propio (Karzai) no tiene muchas posibilidades frente al "voto armado" de los talibanes. Súmese a ello que en los últimos nueve años de ocupación militar norteamericana e ISAF (OTAN) el común de la población afgana no ha experimentado ninguna mejora sustancial en su nivel de vida.
Ello muestra de manera bastante elocuente que en Afganistán no se está librando ninguna "guerra de civilizaciones", y que el fallo no está en haber planteado una estrategia mal adaptada a las pautas culturales del enemigo talibán. En ese sentido, la "etnicitis" de tono decimonónico que arrastran los analistas occidentales desde las guerras de Yugoslavia, ha supuesto la diseminación de algunos mecanismos de la "trampa balcánica" por otros conflictos en las más variadas zonas del mundo y, por supuesto, en Asia Central y Afganistán.
Últimanente, el profesor Patrick Porter, del Departamento de Estudios de la Defensa, Kings College de Londres, introduce numerosos ejemplos de esa manera errónea de plantear esta y otras guerras en su libro: Military Orientalism. Eastern War Through Eastern Eyes (Hurst & Co., London, 2009). Es una obra brillante, tanto por la elección de sus contenidos como por la agilidad de su narrativa, disecciona los fantasmas de los estrategas y políticos occidentales en relación a los mitos y pesadillas de la guerra en o contra Oriente. Una atracción por el abismo que hechiza, y eso ya desde los tiempos de las guerras entre griegos y persas.
Pero la intención de Porter no es la de hacer un catálogo de folklorismos de barraca, sino de llamar la atención sobre los riesgos de utilizar el culturalismo para entender las guerras. Y más precisamente, para demostrar, mediante una sistemática demolición de mitos, cuán erróneo y peligroso resulta la quimera de que los enemigos de Occidente son curiosidades arcaicas o fantasmas medievales.
En efecto, la guerra genera unas presiones, una lucha por la supervivencia, unas capacidades de adaptación y sacrificio de tal envergadura, que los comportamientos culturales se adecúan forzosamente a la urgencia del momento. A partir de ahí, los planteamientos teóricos, las patéticas "interpretaciones" que llegan a hacer analistas occidentales (incluyendo a algunos académicos) Corán en mano, demuestran cuán (peligrosamente) atrevida es la ignorancia. Los resultados finales, a la vista están: la guerra va cada día peor para el bando occidental., que no logra dar con la estrategia adecuada, ni la militar, ni la política, a pesar de lo cual, no se quita ni pone una coma en el discurso habitual. La contumacia no es una virtud; pero es que además, sea lo que sea, ni siqnaera es inteligente.
"El Periódico", 30/7/2009
LA ESTRATEGIA NORTEAMERICANA Y EUROPEA EN EL PAÍS CENTROASIÁTICO
Ofensiva demagógica en Afganistán
El contingente español es escaso y no está preparado para acciones sostenidas y de gran magnitud
La muerte de quince soldados británicos en Afganistán, en apenas diez días, levantó recientemente una nueva ráfaga de polémicas sobre la ya interminable guerra. En Gran Bretaña, la oposición tiró hacia donde pudo, echando la culpa al gobierno de no suministrar a las tropas el equipo necesario para su seguridad. En el fondo, una reacción política parecida a la que habría demostrado la oposición española, porque la causa del goteo de bajas que sufren las tropas de la ISAF-OTAN en Afganistán no se basa en la calidad de las tropas o en su material. Cuando los norteamericanos desembarcaron en el remoto país centroasiático, allá por 2001, la propaganda de guerra insistió en que se trataba del primer conflicto del siglo XXI, a base de pequeños grupos de tropas altamente especializadas, unidades de intervención adscritas a servicios de inteligencia, mucha guerra asimétrica y “proxy war”. Ahora, según algunos de los estrategas de sofá que pueblan nuestra prensa, resulta que lo que se necesita en Afganistán es “doctrina soviética”: masivas ofensivas, material pesado, bombardeos de alfombra, medios y más medios, batallón tras batallón. Lo malo es que ya hace meses que se celebró la escasamente heroica retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, en febrero de 1989. Otros diez años antes, en las Navidades de 1979, los soviéticos habían invadido Afganistán con, nada más y nada menos que 100.000 tropas, y unos 2.000 carros de combate, más un incontable número de helicópteros. A lo largo de la década siguiente, pasaron por esa guerra unos 620.000 soldados soviéticos. Y a pesar de todo, no ganaron.
Las tropas británicas están altamente profesionalizadas y son muy eficaces. Su tasa de bajas se debe a que la doctrina que aplican no acaba de funcionar, y a que son el segundo contingente en tamaño después del estadounidense: unos 8.300 soldados; a más soldados, más bajas. Si las tropas de la ISAF rebasaran los 100.000 hombres (ahora son unos 60.000) y se aplicaran con la agresividad soviética, es posible que se alcanzara la ratio de los 1.500 bajas mortales por año.
En medio de ese trágico baile de cifras, cuando se produce algún incidente serio, no faltan comentaristas que lanzan soflamas para levantar la moral e insistir en que es esencial nuestra permanencia en Afganistán. En ocasiones, el tono entusiasta recuerda el de las crónicas de la prensa decimonónica, cuando se apelaba a la ciudadanía a apoyar cualquier expedición de castigo en algún lejano país, porque los nativos se habían merendado a algún misionero. El hecho de que se esté produciendo un claro retroceso de la política española hacia comportamientos retratados por Valle Inclán en su Ruedo Ibérico, contribuye a reforzar el tono anacrónico de las arengas a favor de la aventura española en Afganistán. Como en aquellos tiempos, se insiste en difusos silogismos para explicarnos que nuestra presencia militar allí evita atentados aquí, cuando más parece que sea al revés; o que el foco principal de peligro terrorista proviene para nosotros del Asia Central, cuando el problema está en el Magreb.
Lo cierto es que el contingente español es escaso y no está preparado para acciones ofensivas sostenidas y de gran magnitud, que es lo que requiere la estrategia norteamericana contra los talibanes. La misma logística es difícil para las tropas españolas: los muertos del Yak 42 y los del helicóptero Cougar son computados en la página web de la ISAF como pérdidas españolas en la guerra. Los servicios de inteligencia no están preparados para operar a gran escala en países remotos y en circunstancias de guerra. Las tropas no pueden llevar a cabo acciones ofensivas eficaces. En consecuencia, los soldados (la mitad de los cuales son personal de servicios, no combatiente) están confinados en las bases, la mayor parte del tiempo, y mucho nos hemos de temer que como ocurría hace un siglo en las colonias españolas del norte de África, estemos recurriendo en Afganistán a pagar a los jefes y prebostes locales para que no se muestren agresivos. En ese caso, y dado que la tradición manda pagar en negro, a saber quién estaría controlando esas partidas, y a cuánto ascienden. Pero al margen de suposiciones, los gastos regulares de la misión militar en Afganistán ya ascienden de por sí a una suma elevada, lo que es un lastre en estos tiempos de crisis financiera.
En definitiva, si las tropas españolas deben seguir en Afganistán, en nombre de una estrategia europea seguidista de las necesidades norteamericanas, al menos que nadie nos obligue a mostrarnos entusiastas o a comulgar con demagógicas ruedas de molino. Y sobre todo, que de vez en cuando se recuerden los porcentajes de británicos (68%), franceses (62%), australianos (56%), etc. deseosos de retirar sus tropas de Afganistán; y que nos pregunten a nosotros lo que pensamos. Es de suponer que las cifras irían en aumento si se publicitara que existen otras maneras más fructíferas, pacíficas y rentables para todos, de resolver los problema del atribulado país centroasiático.
POST SCRIPTUM A 22 DE AGOSTO. Día E + 2
Han pasado ya dos días desde la celebración de las elecciones generales en Afganistán. Tras, apenas, una mirada descuidada a los comentarios en la prensa, vale la pena entresacar dos piezas. La primera, un reportaje de Ramón Lobo, publicado en "El País", ayer mismo, con un título de lo más inapropiado: "Elecciones en Afganistán - La OTAN proclama el éxito electoral".
¿Cómo se ha podido llegar a estos extremos de descerebrado triunfalismo?¿Cómo se puede reivindicar desde un rotativo de gran tirada que una organización militar nacida para defender a Occidente de un ataque soviético, puede proclamar el triunfo de un proceso electoral en un remoto país del Asia Central? Lo único interesante de la pieza es que tal titular, precisamente ese, viene a confirmar la especie de que la intervención en Kosovo, allá por 1999, fue la antesala de la acaecida en Irak, en 2003... y lleva camino de emparentar con la que tuvo lugar en 2001 en Afganistán. Porque no se trata de que la OTAN sustiuya a la ONU, operación impulsada por George Bush y sus "Vulcanos", totalmente apoyada en su día desde el gabinete Aznar en España. Por lo visto, el "liberalfelipismo" (o quizá: "liberalcebrianismo") ha calado a fondo en "El País". Y no es sólo una cuestión de titulares: el relamido artículo de Lobo, bien podría servir para cubrir unas elecciones en Kosovo; sólo basta con cambiar los nombres y referencias geográficas.
La segunda pieza, es un reportaje recién publicado en BBC Mundo: "¿Elecciones justas o fraude?". Sobran los comentarios. Se sugiere leer el mencionado reportaje y comparar con el contenido de éste último. ¿Realmente ha valido la pena relanzar la guerra, con un resultado de bajas civiles importante, y gastarse 160 millones de euros para que haya sucedido algo como lo que nos explica BBC?¿Es esa la solución para el conflicto afgano?
Etiquetas: "choque de civilizaciones", Afganistán, OTAN
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