viernes, febrero 13, 2009

Otra forma de invertir






















Portada inglesa original de la obra de Loretta Napoleoni publicada en castellano como: "La economía canalla"


"El Periódico" publicó ayer mismo mismo una pieza de opinión dedicada a la banca islámica, un concepto financiero que en los últimos diez años (o menos) ha ido cobrando una creciente relevancia. Posiblemente, el lector avisado opinará que el asunto está tratado de una forma un tanto simple o incluso ingenua.


No emplearé muchas energías en discutirlo. En parte, porque la pieza sólo pretende reivindicar el asunto, desde un punto de vista informativo. Si un profesional especializado demuestra que las finanzas islámicas no poseen mayor interés u originalidad o que el asunto no pasa de ser una enorme puesta en escena, bienvenida sea la información.


Sin embargo, es de temer que no abunden los análisis técnicos, rigurosos y por ello fiables. Como se puede comprobar desde el crash financiero del pasado mes de agosto, una buena parte de esa literatura posee una credibilidad limitada, incluso aplicada al muy conocidio (o eso parecía) mundo financiero del capitalismo occidental. Si a ello añadimos los prejuicios de los comentaristas y público occidentales, se comprederá que el retrato de la banca islámica siga siendo considerablemente opaco o distorsionado.


Precisamente, otro de los motivos del artículo reproducido más abajo, deriva de la compración entre el enfoque de las finanzas islámicas que ofrece Loretta Napoleoni en sus dos grandes best sellers de los últimos años: Yihad. Cómo se financia el terrorismo en la nueva economía (2004) y La economía canalla (2008).

En el primero de los volúmenes, Napoleoni hace un análisis de las diversas variedades y canales de la economía islámica conectadas con la financiación del terrorismo. La obra está documentada y resulta útil para todos aquellos profesionales que trabajan en torno a la cuestión. Pero el conjunto del grueso volúmen ofrece una imagen escorada, hasta dar la impresión de que el objetivo último del sistema financiero islámico era actuar como caballo de Troya contra el mundo occidental. En reseñas y entrevistas se volvió reiteradamente sobre esa idea.

Sin embargo, La economía canalla supuso un cambio sustancial en la valoración de la banca islámica, hasta el punto de que la autora llega a afirmar en las conclusiones del libro que será una de las claves del futuro económico y eso a escala global. Y no es una aseveración amarga o escandalizada, sino optimista. Tras leer toda la obra, publicado poco antes de la crisis de 2008 pero ya bajo los efectos de la quiebra de las subprime, es fácil suponer que Loretta Napoleoni llegó a la conclusión de que en sus aspetos más dudosos, la banca islámica es una simple aprendiza de primer grado de las finanzas occidentales


























Loretta Napoleoni durante una reciente visita a Madrid

"El Periódico", 13/02/2009

EL AVANCE DE UN MODO DISTINTO DE CONCEBIR LAS FINANZAS


La banca islámica

• Oriente no es la solución a la crisis financiera de Occidente, pero sí ha llegado el momento de contar con él

Francisco VEIGA

En su último best-seller, La economía canalla, Loretta Napoleoni augura que, en el mudo posglobal en el que ya estamos entrando, las finanzas islámicas serán la base del nuevo estándar monetario y quizá no tarde mucho en imponerse el dinar-oro. Las finanzas islámicas, o banca islámica, están basadas en una serie de principios morales derivados de esa religión, y, muy en especial, el precepto de que el dinero no ha de utilizarse nunca para propósitos especulativos.

La banca islámica tuvo un nacimiento muy lento, entre los años 50 y 70 del siglo pasado, pero las grandes crisis del capitalismo la impulsaron con fuerza. Primero fueron las petrolíferas, de 1973 y 1979. Pero sobre todo los crash financieros del Sureste asiático de 1997, debidos a los ataques especulativos en el marco de la recién estrenada globalización, vistieron de largo a la banca islámica. Especialmente cuando contribuyó a la rápida recuperación de la economía de Malasia, hoy uno de los países del mundo donde se encuentra más firme y extensamente implantada.

ES DE ESPERAR que la actual parálisis financiera a escala mundial, derivada precisamente de una oleada previa de especulación desenfrenada y descontrolada, suponga un empujón decisivo a la banca islámica. De hecho, algunos de los fondos de inversión en países musulmanes parecen estar convirtiéndose en refugios más o menos seguros para los escaldados capitales occidentales. Según Napoleoni, dentro de poco las finanzas islámicas controlarán el 4% de la economía mundial, lo que se dice pronto. Y los principales bancos comerciales de Occidente hace ya tiempo que trabajan con esta modalidad financiera, tanto en los países musulmanes como en las principales plazas europeas, y, sobre todo, Londres, donde tiene su sede el Banco Islámico Británico. Napoleoni concluye que las finanzas islámicas son "innovadoras, flexibles y potencialmente muy lucrativas".

Pero hay más: la banca islámica trabaja sobre el concepto del "riesgo compartido" entre el prestamista y el prestatario. Existe, por tanto, un componente social que hace de las finanzas islámicas un concepto opuesto al de las occidentales, basadas en el interés individual, la maximización de beneficios y la transferencia de riesgos.

INTOXICADOS POR la propaganda de guerra de la era Bush, la mayor parte del público rechaza por sistema cualquier concepto cultural musulmán como retrógrado, ajeno a la posibilidad de que en territorio del islam pueda triunfar la modernidad. Pero ahí está Indonesia, ahí está Dubai. También se ignora el potencial innovador, y ahí tenemos la célebre "revolución de los microcréditos", concepto impulsado por Muhammad Yunus desde Bangladés: economista y país musulmanes, ambos. Y, por cierto, una iniciativa que basa su éxito en la concesión de pequeños créditos a la mujer, como cabeza eficaz de la microeconomía familiar.

Todo ello viene a cuento del monumental desencuentro entre finanzas, economía real y sociedad que vivimos en estos días a escala mundial. De momento, los bancos con- fían en capear el temporal gestionando el crédito, pero, si la crisis continúa, se paraliza la actividad empresarial y crece el desempleo, tanto el ahorro como la inversión caerán también, y pasarán factura a su vez al sector bancario. Es posible que entonces veamos algunos desplomes espectaculares o, en países como el nuestro, el abordaje de los nacionales por parte de grandes entidades extranjeras.

De momento, todo se cifra en esperar estoicamente. La globalización resultaba muy adictiva para el consumidor, y, en ella, la fe en la tecnología equivalía al dogma materialista histórico en el marxismo clásico: llevaría a la humanidad "inexorablemente hacia adelante". Esa ilusión, que podía permanecer como un sueño individual en medio del optimista magma global, proveía de esperanza inagotable en el futuro. Lo cual ayuda a entender el conformismo expectante y la escasa movilización social que está generando la crisis: millones de personas en todo el mundo desean creer que la situación que estamos viviendo es temporal, que no se trata sino de una versión ampliada de burbujas especulativas previas, una corrección para sanear el mercado. Pero lo cierto es que va a ser difícil que vuelva a funcionar lo mismo que teníamos, de la misma manera y bajo los mismos presupuestos. El fallo es sistémico, no coyuntural.

LOS DIRECTIVOS y responsables de antes desean seguir donde estaban y tienen el mayor interés en hacernos creer que pueden arreglar las cosas. Pero ellos mismos son el problema y por eso no pueden encontrar la solución. La conclusión es sencilla: la banca islámica no es la alternativa global a todos los enormes problemas que implica la crisis de las finanzas occidentales, ni tampoco lo son la economía china o el mercado indio. Pero sí que ha llegado el momento de contar realmente con esos nuevos actores (más allá de posiciones de simple simpatía), muchos de ellos desconocidos o tratados con condescendencia y hasta con desprecio desde Occidente, huyendo de viejos prejuicios y pasadas grandilocuencias.

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