viernes, agosto 29, 2008

Labă tristă (y 2)





















Amigos de la OTAN, UE y Estados Unidos, con vocación occidental (1): ¿Qué hacemos con Misha?


3. "No existe signo más claro de locura que el de hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes". Albert Einstein


Mientras pasan los días y desde Washington, la OTAN y el corazón de la UE ya han hecho lo que han podido para salvar los muebles de la desconcertante situación en la que ellos mismos se metieron durante meses, van aflorando las cuestiones centrales y difuminándose las accesorias, entre gruñidos y ladridos. Por ejemplo: ¿Qué hacer con Georgia? Y más precisamente. ¿Qué hacer con Mijeil Saakashvili, alias “Misha”? Este es uno de los grandes dilemas de hierro, que periodistas y políticos suelen evitar como la peste.

Pongamos, por ejemplo, el vehemente artículo de opinión de José Ignacio Torreblanca en “El País” del 27 de agosto, titulado: “Farsa Osetia”. Comienza el autor aseverando que “el conflicto habido este mes de agosto ha sido minuciosamente orquestado desde Moscú con el fin de amputar a Georgia estos dos territorios”. Torreblanca lo explica como “una represalia anunciada a costa de la independencia de Kosovo”. Pero dicho así, no pasa de ser materia de fe. Torreblanca asevera que todo estuvo “orquestado desde Moscú”, y al día siguiente, Putin deja caer que la cosa se montó en los Estados Unidos para apoyar a un candidato determinado a la presidencia; y todos sabemos que se refiere a McCain. Ahí va una palabra contra la otra.

En el antiguo mundo de los medias de papel, este tipo de periodismo de consigna podía sobrevivir mejor; pero hoy en día, los artículos de fe se arriesgan a ser sepultados bajo toneladas de megabytes de información contradictoria. Es cuestión de segundos, lo que cuesta activar los controles de un buscador en red. Por lo tanto, analizar en prensa actualmente, supone dejarse siempre un margen en función de las propias inconsistencias.

Hoy por hoy, en la crisis georgiana, de lo que se trata ante todo, es (incluso a día de hoy) aclarar qué movió al presidente georgiano Mijeil Saakashvili a lanzar sus tropas sobre Osetia del Sur durante la tarde y noche del 7 de agosto. Decir que todo fue un complot urdido por los rusos y quedarse tan tranquilo, raya ese mal hábito del periodismo español, que es la contumacia. Es cierto que se produjeron escaramuzas previas a la guerra de agosto, y que debido a las tensiones (como cada verano en esas cálidas y temperamentales latitudes) los rusos trasladaron algunas tropas de refuerzo a la zona. Pero eso no prueba nada en sí mismo: hay muchas zonas calientes en el mundo y el hecho de que una de las partes se ponga más provocativa, o la otra le induzca a ponerse así, no ha de llevarnos automáticamente a la conclusión de que ahí hay complot y conspiración.

Y si no, ya lo volveremos a hablar cuando se produzca la próxima tensión en torno a Ceuta y Melilla, sobre todo si tiene alguna acción en fuerza de los marroquíes, ni que sea limitada. Claro que, teniendo en cuenta cómo los norteamericanos se han implicado en diversas guerras, desde el asunto del Maine en 1898 al incidente del Golfo de Tonkín en 1964, los estudiantes americanos atrapados en la isla de Granada, en 1983, o el muy reciente y fenomenal invento de las armas de destrucción masiva en Irak, 2003, puede que Putin lleve más razón que Torreblanca, al fin y a la postre.
















El presidente Mijeil Saakashvili en plena guerra contra sí mismo, hace pocos días, en Gori. El comportamiento del georgiano está siendo demasiado confuso como para inspirar confianza a nadie... ni siquiera a él mismo

En realidad, al día siguiente, 28 de agosto, otro artículo en "El País" en este caso de Jean Meyer, especialista en historia de Rusia ("Guerra relámpago en Georgia") incide en la verdadera cuestión central: aún en el caso de que sí se hubiera producido una brillante conspiración rusa, una verdadera trampa calculada para implicar a los georgianos, ¿por qué Mijeil Saakashvili se lanzó directamente a la boca del lobo? Sólo caben dos opciones: o es un verdadero estúpido, o se trata de un genial risque tout que se lanza en plancha a “un pleito perdido de antemano para romper el statu quo, internacionalizar el conflicto y hacer que las cosas se muevan”, según escribe Meyer citando a un amigo georgiano.

La segunda explicación parece destinada a reforzar la posición de “Misha” después del desastre, porque el presidente georgiano se estaba jugando demasiadas cosas importantes aquella tarde del 7 de agosto como para andar lanzando una Guerra del Yom Kippur con los apenas 10.000 soldados con los que contaba su ejército. Demasiados asuntos en la cuerda floja como para no terminar recayendo en la consideración de que, de lo sublime a lo ridículo hay sólo un paso; y que Mijeil “Misha” Saakashvili no es precisamente un Napoleón del Cáucaso, ni en la política ni de la estrategia.

Por lo tanto, entre unos y otros van poniendo sobre la mesa la gran pregunta central en esta crisis, de cuya respuesta resultará su resolución, empantanamiento o agravación. ¿Qué hacemos con Misha? La verdad es que resulta un personaje muy poco defendible con argumentos prácticos, se mire por dónde se mire. Si hubo trampa y cayó en ella fue un iluso ¿Se debe dejar a Georgia y la seguridad del Cáucaso mericional en manos de un tipo así, vistos los resultados? Si lo urdió todo para liarla y atraer a los Estados Unidos, la OTAN y la UE, a fin de que le sacaran las castañas del fuego, es un aventurero peligroso. ¿Lo premiamos por ello y le damos carta blanca para que nos inmiscuya más y más, para que él tome el control?¿Es Mijeil Saakashvili, alias “osito Misha” quien debe conservar la iniciativa para practicar la “geoestrategia del taxi” al margen de las consecuencias para los pueblos de la zona, el petróleo que pasa por su territorio con destino a Europa, la innecesaria complicación del equilibrio internacional? Dejar la respuesta occidental a Moscú en manos de Misha, ni siquiera tiene la categoría de una balcánica labă tristă: es pura pornografía gonzo.



















Amigos de la OTAN, la UE y los Estados Unidos, con vocación occidental (2): Franjo Tudjman en una de sus poses preferidas

Torreblanca se echa las manos a la cabeza porque Rusia se ha paseado con sus tanques por el territorio de un país miembro de la OSCE y del Consejo de Europa, “socio y amigo” de la UE, Estados Unidos y la OTAN. Pero una vez más, da la impresión de que –como es habitual en España- se confunde el título o etiqueta con la capacidad y el contenido real. Washington, por motivos políticos con amplia tradición histórica y Bruselas saliendo del paso en su estilo habitual, llevan años concediendo prebendas a líderes más que dudosos. Recordemos cómo países miembros de la OTAN, tales como Grecia y Turquía, por ejemplo, continuaron dentro de la organización atlántica durante sus periodos de régimenes militares, después de sufrir sendos golpes.

La tendencia en su versión post Guerra Fría, arranca de 1991 y se puede decir que se inaugura con Franjo Tudjman, artífice de la independencia croata y personaje de difusos perfiles democráticos. Por él, el gobierno del canciller Kohl no dudó en reconocer unilateralmente la autoproclamada independencia de Croacia, enfrentando a la recién unificada Alemania con el resto de socios de la CE, y de paso torpedear el plan de paz de lord Carrington, apoyado por la misma Comunidad Europea; lo cual tuvo mucho que ver con el desencadenamiento de la guerra en Bosnia. Y qué decir de un Hashim Thaçi, escogido ya durante la conferencia de Rambouillet por los norteamericanos para descolocar al mismísimo Ibrahim Rugova y terminar convirtiéndose en primer presidente de la República de Kosovo. También se les rieron las gracias a los gemelos Kaczinski, en Polonia, y buenos quebraderos de cabeza que le trajeron a Bruselas. Eso por no mencionar al presidente greochipriota Tassos Papadopoulos, que hizo lo que pudo para reventar el plan de Annan para la reunificación de la isla cuando ya sabía que tenía asegurado el acceso a la UE para la parte griega de la isla: una flagrante tomadura de pelo que Bruselas se tragó como si tal cosa.

En las actuales circunstancias, parece que la única respuesta que se les ocurre a Bush y algunos líderes occidentales (no todos, ni mucho menos) es dejar en su puesto a Misha para hostigar a los rusos. Lo malo es que llevamos ya varios años con ese tipo de estrategias cerriles y discusiones de patio de escuela y no terminan de dar buen resultado. En este caso puede ser peor, si se combina con un acelerado ingreso de Georgia a la OTAN, por ejemplo.


















Amigos de la OTAN, la UE y los Estados Unidos, con vocación occidental (3): Hashim Thaçi con sus muchachos en 1999

Entendámonos: a quien escribe este post, le parecería una estupenda opción. La OTAN no ha tenido bastante con la chapuza de Kosovo y sobre todo, el desastre de Afganistán. Necesita una catarsis mayor. Eso no supone necesariamente la destrucción traumática de la organización, pero si un serio toque de atención y una redefinición (o aclaración) de objetivos. Por lo tanto, el pronto ingreso de Georgia en la OTAN, seguido del de Ucrania, iban a generar tal cúmulo de problemas –entre otras cosas habría que enviar cuantiosas tropas euro-americanas a protegerlas, y no precisamente de las bandas talibanes- que los fundamentos de la organización crujirían desde los cimientos.

Y por otra parte, a ver quién le dice ahora a Tbilisi y Kiev que no van a acceder a la OTAN en mucho tiempo: sería admitir que la catarsis ya ha llegado a Bruselas. Por lo tanto, son días de interesantes expectativas, siempre que no supongan boquetes nucleares en la geografía eurorrusa. Sería realmente trágico que fuéramos a la Guerra Mundial por el osito Misha. ¿O no?


Pero más ridículamente trágico sería ir a la confrontación por restaurar el legado de Stalin. Es posible que que una buena parte de los lectores conozcan la historia: Osetia del Sur y Abjasia, regiones autónomas, fueron integradas en la República Socialista Soviética de Georgia en 1922 y en 1931, respectivamente; y ello gracias a la presión de Stalin. Quizá no sea casualidad que, en efecto, en la ciudad georgiana de Gori se conserve la última gran estatua dedicada al dictador soviético.

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