lunes, agosto 11, 2008

Cáucaso: de nuevo, la extrema derecha
















Soldados georgianos desfilan orgullosamente con sus banderas y uniformes de estilo norteamericano, en mayo de este mismo año. Pocos meses más tarde, asaltarían Osetia del Sur para terminar con su proceso de autodeterminación

En líneas generales, los medios de comunicación occidentales están tratando con guante de seda los acontecimientos en Osetia del Sur. No es para menos: desde el momento en que llegó al poder gracias al "parlamentazo" de la "Revolución Rosa" en noviembre de 2003, Mijeil Saakashvili no ha dejado der ser un personaje más que polémico, con un tufo a extrema derecha apenas tapado por los asesores occidentales. No es casualidad que la entrada de su biografía en Wikipedia esté marcada como de "neutralidad disputada".

Saakashvili es un peón de Bush, y eso desde el principio. Ahora, el calamitoso presidente norteamericano incluso vería con buenos ojos un buen jaleo militar y político en el Cáucaso, justo lo necesario para tapar lo catastróficamente mal que lo ha hecho en todos los frentes que ha tocado -últimamente, incluso el acuerdo israelí-palestino ha hecho aguas. Pero es que puede llegar a ser cierto el absurdo de que George W. Bush no sabía nada de los preparativos militares del "Zorro del Cáucaso", cuyas unidades, bien pertrechadas con vehículos militares franceses y de otras potencias occidentales, entrenadas en parte por israelíes, luciendo incluso en algunos casos el camuflaje último modelo de los Marines, lanzaron una ofensiva en fuerza sobre Osetia del Sur. Precisamente, el mismo día en que se inauguraban los Juegos Olímpicos, fecha que tradicionalmente se considera de paz y reconciliación, mientras los princiaples mandatarios del planeta se encontraban en Beijing.











Las siluetas de los presidentes Bush y Saakashvili se recortan ante el Parlamento georgiano, en Tiflis, adornado con las banderas norteamericana y georgiana. Mayo de 2005

Ahora, los medios de comunicación occidentales olvidan tales circunstancias con rapidez. Los medios de prensa nos enseñan fotografías de las víctimas y desperfectos causados por las fuerzas rusas en sus ataques a Georgia, pero no hay ni una imagen de las numerosas víctimas civiles provocadas por los feroces bombardeos georgianos sobre la capital de Osetia, Tsjinval, llevados a cabo, entre otras armas, con lanzacohetes también de factura occidental.

Y como los afines se atraen entre sí, al ahora periodista de "ABC", Hermann Tertsch, cuyas posiciones ultras han quedado bien establecidas desde hace años, le ha faltado tiempo para salir por la Gran Vía, greña al viento, gritando una vez más, como Serrano Súñer
: "¡Rusia es culpable! El exterminio de Rusia es una exigencia de la historia y de porvenir de Europa". No voy a añadir un link en este post para que el lector encuentre con facilidad tamaño panfleto. Pero sí creo que vale la pena hacer un par de comentarios. El primero, que "ABC", un periódico que antaño poseía un cierto prestigio en la interpretación de la actualidad internacional, a través de algunas firmas destacadas, parece ahora empeñado en un tipo de análisis vocinglero que ni siquiera es de 1948, sino de 1914 ó, peor aún, de 1941. Véase post anterior con la "diana " conseguida por Enrique Serbeto en Turquía, rematada ahora de cabeza por Tertsch en Georgia.


















Hermann Tertsch del Valle-Lersundi. Ha tenido una visión: la de siempre

Sobre éste no se puede decir gran cosa: el tiempo pasa, se va haciendo mayor y por lo tanto, tiende a creer que las viejas recetas siempre tendrán éxito: basta irle poniendo cada vez más sal y pimienta, para disimular la ya inexistente frescura de los ingredientes. De su artículo se infiere que lo acertado hubiera sido meter de cabeza a Georgia en la OTAN, por la vía rápida, y eso desde hace meses. De esa forma, según parece argumentar, Rusia se hubiera arrugado y Saakashvili hubiera podido lanzar impunemente su ataque sobre Osetia del Sur. Se supone que, además, los osetios hubieran salido a la calle para vitoriear y dar la bienvenida a las tropas georgianas, no como ha ocurrido ahora, que han tenido que ser bombardeados y expulsados por su cabeza dura y no mostrar amor por el líder Saakashvili.

Sigamos con su línea argumental: en el peor de los casos, si las tropas rusas hubieran hecho lo mismo que ahora, la OTAN habría intervenido en fuerza contra Rusia, claro que sí. Qué estupenda oportunidad para tapar lo catastróficamente mal que le van las cosas en Afganistán y la forma más que deficiente en que los americanos y sus escasísimos aliados (entre ellos un contingente georgiano) "defienden a Occidente" (sic, en palabras de Tertsch) en Irak. Posiblemente, en el calor de los combates, el
oleoducto BTC, que pasa por Azerbaiyán, Georgia y Turquía, hubiera quedado cortado a bombazos (el otro día los rusos acertaron en un tramo). Como es una de las vías más importantes que tiene Europa para abastecerse de crudo, posiblemente acabaríamos pagando la gasolina a 300 euros el litro en cosa de pocas semanas. Supongo que que a ustedes, lectores europeos, no les daría lo mismo; a Tertsch, desde luego que sí. Lo importante, una vez más, es sostenella y no enmendalla.

Y a partir de ahí, el delirio. Si quieren comprobar adónde llevan este tipo de discursos argumentales, pueden releerse el capítulo final del libro de Hermann Tertsch, La venganza de la historia, en su primera edición (El País-Aguilar) de 1993, pags. 257-264. El capítulo se denomina: "Ejercicio de ficción" y en él, el autor no tiene ningún tipo de rubor en prefigurar lo que, en tiempos de la guerra de Bosnia, veía como catastrófico futuro para Europa, debido a los pecados de debilidad de Occidente. Guerras por aquí y por allá, el gran mogollón, efecto dominó acelerado, Turquía se aprestaba a quedarse con Tracia y Macedonia oriental, tras aplastar a los armenios en apoyo de los azeríes. Hungría se preparaba para recuperar el territorio de la Corona de San Esteban; guerra total en los Balcanes: un panorama calcado de un retorno a 1914 pero al revés. Y al final de todo, el descontrol de la inmigración, y sugerencias sobre lo que "puede pasar" que como mínimo, pueden ser catalagodas de majaderías, o de algo peor:

"Entre los españoles se ha extendido la convicción de que los inmigrantes magrebíes son culpables de la frecuente desaparición de niñas en los últimos años. No hay ninguna prueba de ello, pero desde que un diario nacional expuso esta tesis y multiplicó varias veces su tirada con una campaña contra 'asesinos y pederastas magrebíes', la mayoría de los medios de comunicación se han adherido a la misma, y ésta es ya una certeza para la inmensa mayoría de los españoles. Un partido que pide la 'limpieza étnica ya' aboga por la inmediata deportación forzosa de todos los extranjeros que no puedan comprar su estancia en España por cinco millones de pesetas anuales. Grupos de africanos que se negaban a ser internados en los campos han huido de las ciudades al monte y se han armado en asaltos a cuartelillos de Guardia Civil. Como lobos acorralados, viven del saqueo y del bandidaje" (pags. 263-264)

Esto fue escrito en 1993, faltaban más de diez años para el 11-M en Madrid. ¿Reconoce el lector español esta reacción como realista, a mediados de los noventa? Hermann Tertsch, considerado un analista a tener en cuenta para Europa Oriental, no parecía conocer bien ni a su propio país. ¿Debemos tener en cuenta sus puntos de vista sesgados y apriorísticos en escenarios bien alejados del español y basados en polvorientos manuales de historia alemanes?


















El presidente polaco Lech Kaczynski visita la catedral de Tiflis acompañado del presidente georgiano Mijeil Saakashvili, 23 de noviembre de 2007. El evento tuvo lugar con motivo del aniversario de la "Revolución rosa" que llevó a Saakashvili al poder. Los nuevos miembros de la UE muestran una acusada simpatía por los proyectos nacionalistas de sus vecinos, cuando van contra Rusia.


Por cierto: y cerrando de nuevo con la situación en Georgia y Mijeil Saakashvili: según últimas informaciones, Washington acusa a Moscú de querer derrocar al presidente georgiano. Visto así, no sería una opción tan mala. Sobre todo si el presidente georgiano es juzgado a continuación en el TPI de La Haya. ¿Una pérdida para la democracia? Bueno, hemos de recordar que en enero de este mimso año, Saakashvili tuvo problemas con la oposición tras el recuero de los votos en las presidenciales. Durante unos días, parecía que iba a repertirse la "Revolución Rosa" pero al revés, sacando de enmedio al actual mandatario. Sin embargo, ay, esta vez no hubo apoyo americano a las protestas, los medios de comunicación occidentales pasaron de puntillas sobre el asunto. Tampoco se le dió publicidad al resultado del referéndum celebrado en Osetia del Sur el 12 de noviembre de 2006: 91% de participación, 99% de unanimidad por dejar atrás a Georgia. Un caso, más flagrante que el de la mayoría de las repúblicas secesionistas en los Balcanes, por ejemplo, bendecidas por los occidentales. Pero, claro está: para Osetia del Sur, no era válido.

A continaución, sigue un artículo enviado por el autor de este post a "El País" en diciembre de 2003 y enero de 2004; no fue publicado, aunque meses más tarde, parte del contenido se vertió en otra pieza dedicada a la "Revolución Naranja" ucraniana. El lector podrá constatar que ya por entonces, los mecanismos que parecían mover a la primera de las "revoluciones de colores" no era agua clara. El final del camino, a menos de cinco años más tarde.

















Una dramatizada instantánea de la "Revolución Rosa", noviembre de 2003


Y la multitud asaltó el Parlamento


Francisco Veiga (redactado: 30 de enero, 2004, 2ª versión)

Este mismo invierno pudimos contemplar por televisión, una vez más, un espectáculo político que comienza a ser habitual en la Europa oriental: el asalto a un parlamento. En este último caso fue en la capital de Georgia, Tbilisi, y supuso la caída del presidente Shevarnadze. La fachada arquitectónica del edificio, de rancio sabor estalinista, y las imágenes invernales de la revuelta, transportaron a los espectadores de nuevo a Bucarest, diciembre de 1989. En aquella ocasión, la multitud tomó el Comité Central, no un parlamento propiamente dicho. Pero se inauguró esa práctica, que tenía como ingredientes complementarios la presencia de la televisión grabando en directo y la pasividad de las fuerzas armadas. Desde entonces se han sucedido otros casos muy similares, siempre en la Europa balcánica. En febrero de 1997, fueron multitudes búlgaras las que entraron en plena sesión parlamentaria, en el centro de Sofía y derribaron al gobierno socialista. En septiembre de 1998, manifestantes del derechista Partido Democrático Albanés tomaron el palacio presidencial, en Tirana. La penúltima de estas acciones tuvo lugar en el parlamento de Skopje, capital de la República de Macedonia, en el verano de 2001, cuando ciudadanos de la mayoría eslava protestaron pidiendo armas por el acuerdo que había alcanzado el gobierno con la última guerrilla albanesa aparecida por entonces en la zona, el Ejército de Liberación Nacional.

El ejemplo más turbador acaeció en Belgrado, en octubre del año 2000 y supuso la caída del régimen de Slobodan Milosevic: el asalto de las multitudes a la Skupstina o parlamento federal. Sin embargo, aquella acción tuvo poco de espontánea. Fue preparada -así como la marcha de cinco columnas sobre Belgrado- con precisión militar por algunos líderes opositores, encabezados por el recientemente asesinado primer ministro Zoran Djindjic, y que entonces era líder del Partido Democrático. Pero también jugó un papel primordial otro dirigente político, Nebojsa Covic, de Alternativa Democrática. El tercer conspirador fue el general Momcilo Perisic, ex jefe del Alto Estado Mayor del Ejército. Los tres se habían reunido en una de las salas de la fábrica de productos metálicos que tenía Covic: se suponía que era completamente segura y a salvo de escuchas. Todo este asunto lo explicaron después los mismos protagonistas y está recogido en un libro publicado al efecto en Serbia, así como en alguna de las recientes biografías de Milosevic aparecidas en los Estados Unidos. De la misma forma que tampoco es un secreto que entre los asaltantes de la Skupstina había bastantes chetniks ultranacionalistas -formalmente de la oposición- y que muchos de los manifestantes iban armados. Todo un detalle a tener en cuenta a la vista de los resultados de las últimas elecciones en Serbia.
Además, Washington tuvo un papel de gran protagonista en todo ello, a través de la OYA, siglas de la Office of Yugoslav Affairs, que operaba desde Budapest y fue organizada por la entonces Secretaria de Estado Madeleine Albright. Esta historia la relató el "Washington Post", hace ya tiempo, y con mal disimulado orgullo. William Montgomery, que había sido embajador norteamericano en Belgrado en los años setenta, dirigió la OYA, que trabajó de firme con la oposición serbia y pagó lo que hubo que pagar: 2,5 millones de pegatinas o cinco mil envases de spray para pintadas, por ejemplo. En 1995 los americanos enseñaron a los croatas las modernas técnicas de combate; cinco años más tarde entrenaron a los serbios en las avanzadas técnicas de la lid electoral a la americana.

Es evidente que en estas acciones participaron multitudes, pero no es tan seguro que ello sea suficiente para catalogarlo como "revuelta popular" o incluso "revolución" con las connotaciones de "democracia espontánea" que parece sugerir su tratamiento informativo. En tal caso, quizá la marcha sobre Roma de los fascistas italianos en 1922 entraría en esa categoría. No se pretende afirmar con ello que la nueva oleada de asaltos a parlamentos balcánicos y caucásicos sea de ese tipo, aunque desde luego en todos los casos -menos en el rumano de 1989- estamos ante grupos políticos formalmente derechistas que asaltan parlamentos -o instituciones de gobierno- socialistas, por mucho que se les añada la etiqueta de "postcomunistas", como justificando el hecho de pasada. De cualquier forma, deberíamos ser cuidadosos ante la tentación de aplaudir sistemáticamente ese tipo de actos, en interés de la simple coherencia informativa. Un ejemplo: seis años después del asalto contra el parlamento búlgaro que derribó al gobierno socialista del primer ministro provisional, Stefan Sofianski, ese partido ha ganado las elecciones municipales en la mayoría de los ayuntamientos del país. Claro que en Georgia, Saakashvili ha conseguido un éxito arrollador. Tanto que a pesar de ese aplastante 96,27% de votos cosechados, en Occidente nos quedamos muy satisfechos y apenas hubo algún comentario que revelaba la lógica inquietud ante resultados tan antinaturales quizá por un exceso de terciopelo revolucionario. Pero dado que consideramos al nuevo ejecutivo georgiano un "aliado natural", "educado en occidente", a nadie se le ocurrió hablar de fraude, claro está. Alexander Saakashvili es tan poco sospechoso como, por ejemplo, el mayor mafioso georgiano, Zurab Zhvania y su papel en todo esto. Pero sobre tales factores no hay mucho interés en informar porque rompen esquemas y complican mucho los análisis apriorísticos a base viejos mitos históricos, clichés en azul y rojo y lo que dicen las grandes agencias.

Pero sin entrar en la evolución de los regímenes surgidos del "parlamentazo", volviendo nuevamente al hecho desencadenante y sus justificaciones, la verdad es que ante fraudes electorales o regímenes corruptos existen muchas maneras de protesta realmente masiva y popular, sin tomar por la vía directa y violenta de asaltar el parlamento, un objetivo sospechosamente sencillo de tomar. Por lo demás, las cámaras de televisión puede que no certifiquen nada. El objetivo enfoca, escoge y lo que no entra en cuadro, no existe. Así, puede ocurrir que unos pocos metros más allá de la supuesta multitud no haya ni rastro de la ciudadanía. Todo lo cual, unido a las cautelas informativas basadas en prejuicios o filias y fobias que arrastra durante años cada medio en particular, resulta tan engañoso como unas elecciones manipuladas o un asalto tácticamente bien planeado. Y en España, el recuerdo de las sesiones parlamentarias violentamente interrumpidas debería inspirarnos una cautela más aguzada que en otros países. En todo caso, no estaría de más echarle un vistazo de vez en cuando a un libro difícil de encontrar, si, pero muy ilustrativo: Técnica del golpe de estado, de Curzio Malaparte, publicado en 1931. Al menos, los organizadores de la revuelta serbia de 2000 dijeron que lo habían leído.

Francisco Veiga, prof. de Hª de Europa oriental, UAB y autor de La trampa balcánica (2002) y Slobo. Una biografía no autorizada de Milosevic (2004
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