miércoles, junio 18, 2008

El Festival del Eurocontrol (y 5)





















Un libro destacable por su claridad expositiva y capacidad de provocación ampliamente documentada. De lectura recomendada para periodistas, políticos y diplomáticos


El aún reciente resultado del referéndum irlandés suministra una excelente ocasión para cerrar esta serie de post sobre el “Eurocontrol”. A simple vista podría parecer que el “no” cosechado el pasado jueves 12 de junio constituye una severa contradicción con el concepto enunciado: posiblemente eso mismo pensaban una buena parte de los irlandeses cuando emitían su voto (tanto el positivo como el negativo). Pero conforme pasan los días, parece quedar patente que en Bruselas no sólo se esperaba lo ocurrido (al menos con antelación de días) sino que es posible que hasta se deseara íntimamente.

Entiéndase: en pleno periodo de recesión internacional, la UE intenta afrontar asuntos muy delicados, tanto de política interior como exterior. En ese contexto, los sentimientos de egoísmo nacional resultan particularmente problemáticos por cuanto terminan siendo incompatibles entre sí; y desde la gran ampliación del 2004, abundan las posibilidades de que se manifiesten. Cuando accedan a la UE los países de los Balcanes occidentales, Turquía y posiblemente los del Cáucaso, las grandes líneas decisorias en la comunidad podrían quedar a merced de pequeños y grandes demagogos de las innumerables Ruritanias, Fandorras, Torlonias o Zendas de Europa. Pero también, como se ha denunciado en este mismo blog, de las potencias históricamente hegemónicas de nuestro continente: las inevitables Alemania, Francia, Reino Unido.

A eso hemos de añadir los agravios comparativos que suponen la veteranías o los privilegios supuestamente traicionados según sean percibidos por los de la generación del 2007, los del 2004 o los anteriores a esas fechas, especialmente los países más pequeños. La ansiedad de los irlandeses ante los recién llegados del Este es trasladable a Holanda, Dinamarca o Portugal.

Por otra parte, la idea de que los referéndums referidos a cuestiones comunitarias se utilicen para expresar malestares diversos entre ciudadanía y clase política del propio país: un vehículo, por cierto, mucho mejor y menos arriesgado que unas elecciones legislativas; pero que lo convierte en inútil y hasta contraproducente en relación a su finalidad principal, que es para lo que fue convocada la consulta. Y por último (aunque sólo sea por dejar constancia aquí de ello) el problema principal que queda después de ese desahogo es que no deja detrás un plan alternativo y articulado. Es, sencillamente, un “no”. Por lo tanto, un mecanismo que recuerda el que alimentó la desintegración de Yugoslavia con el consiguiente trauma, y que no llevó a un mayor enriquecimiento, sino a mayores complejidades: sin aquel monumental desaguisado, todas las repúblicas yugoslavas estarían ya en la UE, desde hace tiempo, gozando de un nivel de vida muy superior al que disfrutan actualmente (con la excepción, quizá, de Eslovenia) y habiendo evitado extraños artefactos como la República de Kosovo.






















El libro de Pierre Rosanvallon sobre la contrademocracia y la "sociedad de la desconfiznza", es un buen complemento para la obra de Mark Leonard y para entender el por qué del "no" de una parte de la sociedad irlandesa al Tratado de Lisboa, especialmente en sus causas menos identificables si atendemos a las motivaciones tradicionales descritas por analistas habituales y, en muchos casos, ya superadas


Entendámonos: todo esto no supone abogar por la uniformidad y la sovietización de la Unión Europea, porque así nunca funcionará. Hay que repetirlo: tampoco se trata de defender las voluntades hegemonistas, que llevarían al agostamiento del proceso de integración sin que nadie saliera beneficiado. Ni tan sólo es cuestión de que unos y otros se lean el Tratado de la Unión, reformado o no. Tan sólo se trata de que la mayor parte de la ciudadanía e incluso buena parte de los políticos y estadistas entiendan cómo funciona, en esencia, la Unión Europea. La cosa parece muy evidente, pero a la postre, al común de la población europea “le queda muy lejos” Bruselas. Por lo tanto, reniega de los “burócratas” que la gobiernan (aunque no así de los que controlan su pueblo o región, a veces confundidos con viejos caciquismos, y véase sino el conflicto de la basura en Nápoles). Y quizá maldice políticos e instituciones comunitarias porque es más cómodo y menos arriesgado que hacerlo en público hacia localismos muchas veces más ineficaces, o algo peor. En último término, la ignorancia circundante y generalizada es un refugio comodón para obtener aquiescencias para la actualización a escala comunitaria del viejo: “Piove, governo ladro!”

Una de las mejores herramientas para entender dónde reside la esencia de la fórmula Unión Europea y su éxito es el libro de Mark Leonard: Por qué Europa liderará el siglo XXI (Taurus, 2005). No es un libro tan novedoso: se publicó hace ya tres años. Posiblemente estaba algo vigorizado por efecto del optimismo que provocó la gran ampliación hacia el Este del año anterior. Pero aún así, su estilo claro y pedagógico resulta muy convincente. Y a la vista de cómo se están saliendo por peteneras los Veintisiete ante el “no” del referéndum irlandés, cabe pensar que Leonard sabe de lo que se habla.

Valor añadido: por una vez no estamos ante un libro técnico, abstruso o simplemente opaco sobre la UE, que suele ser lo más habitual. No hay que hacer esfuerzos por leerlo, incluso resulta muy entretenido y sugerente, porque el autor recurre a ejemplos y equivalencias muy gráficos, no siempre referidos a las estructuras comunitarias europeas; por ejemplo, el paralelismo entre la esencia motriz de
Visa y el proceso de integración europeo.

La idea le sirve a Leonard para ilustrar cómo en ambos casos estamos, en realidad, ante “una red descentralizada propiedad de sus estados miembros” (pag. 37). Es interesante tenerlo en cuenta para recordar la enorme cantidad de reuniones de presidentes de gobierno de la UE, de ministros, del Comité de Representantes Permanentes y las docenas de grupos de trabajo y comisiones técnicas que pueden llegar a reunirse entre trescientas y cuatrocientas veces al año. El hecho es que la red de países miembros participa en la elaboración del 90% de la legislación de la UE. Y a la inversa: la legislación estatal de los diversos miembros está “poseída” por las directrices comunitarias. Leonard explica, por ejemplo, cómo la imagen de perfecta continuidad histórica e institucional de cualquier reunión cotidiana del Ministerio de Agricultura británico, o las habituales sesiones de preguntas ante el Parlamento, “esconden el hecho de que más de la legislación agrícola británica ha sido elaborada para implantar las decisiones de nuestros ministros en Bruselas” (pag. 27)

Existe una “europeización invisible del poder” que no es fruto de ninguna conspiración y que tampoco está en manos de un agazapado ejército de burócratas, como suele repetir la demagogia al uso, ignorando la propia máquina administrativa, muchas veces carísima, ineficaz y hasta corrupta que está pagando directamente de su bolsillo en su pueblo, ciudad, comarca, región, autonomía o estado nacional. La Comisión Europa cuenta con una plantilla de unos veinte y pico mil empleados, “menor que la de los ayuntamientos de muchas ciudades importantes”. Esto supone una ratio de medio funcionario por cada 10.000 ciudadanos (tras la entrada de Rumania y Bulgaria aún es menor) lo que contrasta con una media de 300 funcionarios por 10.000 ciudadanos en los estado nación que componen la UE.

La “europeización invisible del poder” no busca tampoco destruir identidades nacionales, bien al contrario. Ni crear un gran estado-nación o una gran federación o algo parecido a los Estados Unidos, pero de Europa. La clave real está ahí desde siempre:
la ideó el mismo genio creador del proceso de integración europeo, ya en sus mismos inicios, Jean Monnet.

Lo explica con precisión Mark Leonard: “La contribución de Monnet consistió en una visión de cómo no tener una visión (…) Hasta el día de hoy, Europa es un viaje sin destino final, un sistema que rehúye los grandes planes y las certidumbres concretas que definen la política estadounidense. Su falta de visión es la clave de su fuerza” (pag. 22). Monnet creó una “máquina de alquimia política” basada en el “engrenage”: cualquier acuerdo para la cooperación a nivel europeo conducía inexorablemente a otro que profundizaría en la integración europea. Esa es la esencia del Eurocontrol que se intentó glosar en anteriores post; y como pueden comprobar, no es ningún descubrimiento novedoso. Pero ¿lo tienen en cuenta algunos de nuestros propios periodistas, políticos y, lo que es peor, diplomáticos?






















Modelo social europeo, desempleo, crecimiento económico, globalización: temas candentes relacionados con el Eurocontrol que son analizadas con rigor por un experto: el profesor Anthony Giddens y que ayudan a entender en qué momento preciso se encuentra la UE


Los análisis facilones sobre el sentido y la solución al problema creado por el “no” cosechado en el referéndum irlandés, parecen ser en sí mismos una respuesta a la pregunta. Para la prensa, “Europa” y “crisis” resultan palabras intercambiables: “A lo largo de los últimos cincuenta años, la prensa ha escrito todos los días sobre sus divisiones, sus fracasos a la hora de cumplir objetivos, sus conflictos diplomáticos y su constante sentimiento de frustración. Pero la interpretación de los historiadores es muy diferente a la de los periodistas. Describen un continente con una de las políticas exteriores más exitosas de su historia. Nos cuentan que, en sólo cincuenta años la guerra entre potencias europeas se ha convertido en algo impensable, que las economías europeas han igualado a la estadounidense y que Europa ha visto cómo, en oleadas sucesivas, numerosos países salían de la dictadura y entraban en la democracia”.

Todo eso ha significado prosperidad sin usar de la agresividad, sino a través de la remodelación interior de los miembros a partir del armazón de las estructuras políticas tradicionales. Justamente y gracias a ello, Europa puede extender su influencia a los 109 países de la denominada "Eurosfera", sin convertirse en objeto de posibles hostilidades, y eso es una gran novedad en la historia. La “invisibilidad relativa” de Europa le permite ampliar su alcance global sin que se interprete como una provocación. Por ello, como escribe Leonard, “Europa no cambia a los países amenazándolos con invadirlos: su mayor amenaza consiste en no tener nada que ver con ellos”. Retirar la mano, hacer el vacío, ignorar a los posibles nuevos miembros o beneficiarios de la Euroesfera: todo ello tiene un capítulo propio, el 4, y se titula, muy gráficamente: “El poder revolucionario de la agresión pasiva”.

Etiquetas: , , ,