domingo, junio 22, 2008

Réquiem por los viejos mafiosos






















Portada de Kriminal, el extenso trabajo sobre las mafias serbias en los 90 que alcanzó fama mundial en forma de reportaje producido por la cadena de radio alternativa B-92, titulado: "Nos vemos en el obituario". En la foto, Aleksandar Knežević "Knele", asesinado en octubre de 1992 y devenido figura mítica. Aparece vestido según la moda de la época: chándal de último modelo (eran muy dados al culturismo) y gruesas cadenas de oro que a veces eran su últioma reserva de capital y poder. Normalmente, pistola en la cintura. En Serbia existe un cierto culto nacional a la figura de algunos mafiosos, contemplados como héroes populares





El pasado 19 de junio, "El Periódico" publicó "Réquiem por los viejos mafiosos" que por las lógicas limitaciones de espacio debió quedar reducido a los 5.200 espacios reglamentarios. A continuación, la versión original y extensa de esa pieza, que forma parte de un libro del autor de próxima aparición.





















Genadi Petrov, supuesto capo del gang mafioso ruso desarticulado por la policía española el pasado 13 de junio. Este tipo de figuras son de transición, entre los viejos mafiosos tradicionales y los nuevos blanqueadores de capitales. Pero Petrov era un personaje demasiado significado como para poder sobrevivir largo tiempo en el mundo del hampa actual. Los extensos "ejércitos" o "gangs" mafiosos impresionan a la opinión pública, pero en general resultan muy vulnerables a los modernos sistemas de investigación


Qué duda cabe de que el descabezamiento del gang mafioso de Tambov-Malishevo por la policía española, ha constituido una feliz noticia. Sin embargo, quizá es momento de recordar que el periodo de la gran delincuencia, un tanto exhibicionista, de grandes nombres y golpes espectaculares conserva, ya entrado el siglo XXI, un aroma de antigualla criminal: innegablemente mortífera, pero hortera y cada vez más anacrónica.

En perspectiva histórica, el periodo de la gran delincuencia, de grandes nombres y golpes espectaculares parece corresponder más a la primera mitad de los noventa que a la segunda. Fue aquella la época de las persecuciones de planeadoras por las rías gallegas; de los mafiosos serbios cargados de collares de oro; de la mafiotización de la guerra de Bosnia, en que los bandos compraban y vendían hasta posiciones militares y se alquilaban suboficiales; de las ideas audaces, las extravagancias y la brutalidad sin límites de Pablo Escobar en Colombia; del asesinato del juez Falcone, en Italia, con una tonelada de explosivos; del capo ruso Yaponchik a la conquista del mercado norteamericano; de los mercados de coches robados en los Balcanes, los intentos de traficar con materiales radioactivos, de la gran industria del pirateo gestionada por la Camorra; o de la mafia chechena en Moscú, con sus seiscientos pistoleros.

















Zapatos deportivos marca "Escobar". En Colombia existía y subsiste un verdadero culto de admiración y respeto por Pablo Escobar

Este tipo de delincuencia espectacular en la era de la globalización internacionalizó los fenómenos de culto, como los célebres “narcocorridos” del grupo mejicano Los Tigres del Norte, que si bien ya eran un fenómeno musical en su propio país, en los setenta y ochenta, consiguieron convertirse en un fenómeno internacional en la década siguiente logrando una audiencia record en 1993, al reunir a más de 200.000 personas en el Arena Deportiva de Los Ángeles.

Algo similar ocurrió con el gangsta rap norteamericano, centrado en el crimen, la violencia y las drogas. Si bien ya en 1987 el DJ Scott LaRock fue tiroteado y muerto tras publicarse el álbum “Criminal Minded” de su grupo, Boogie Down Productions (prácticamente el inventor del género,) y el rapper Eazy-E consiguió un gran éxito de ventas en 1989 con su disco “Eazy duz it”, que glorificaba la figura social el gángster, el género todavía no tenía la aceptación social del mercado de gran consumo. Por ejemplo, el LP mencionado consiguió un disco de platino pero sin lograr el apoyo de las emisoras. Sin embargo, a comienzos de los noventa el género gangsta rap se impuso comercialmente con el álbum “The Chronic” (1992) de Dr. Dre.

A esas alturas, no sólo se cantaba y se vendía en los Estados Unidos, sino que ya tenía éxito internacional e influía, por ejemplo, en las variantes gangsteriles de la música electrónica de gran éxito en los Balcanes: el “turbo folk” serbio, por ejemplo. No por casualidad, su gran intérprete, Ceca (19 millones de copias vendidas en los Balcanes) contrajo nupcias en 1995 con Arkan, líder del sanguinario grupo paramilitar “Tigres”, que actuó en Croacia y Bosnia entre 1991 y 1995, pero que también ofició como “hombre de negocios” más que oscuros en su propio país.





















Portada del álbum que lanzó comercialmente el fenómeno de la "musica criminal" en los EEUU, a comienzos de los noventa

Paradójicamente, la difusión de estas manifestaciones culturales no fue un síntoma de que los gángsters y las mafias estuvieran conquistando el mundo, sino más bien todo lo contrario. El fenómeno de la implosión a escala global también alcanzó a la delincuencia organizada en base a estructuras jerárquicas, que a lo largo de la segunda mitad de los noventa comenzó a ceder terreno a favor de redes de delincuentes mucho más elásticas y desubicadas territorialmente. Los narcos mejicanos a los que cantaban Los Tigres del Norte no desaparecieron, pero perdieron protagonismo internacional, al igual que los mafiosos “nacionales” de aquí y allá.

Las nuevas asociaciones eran más ocasionales, se montaban y desmontaban en torno a un negocio concreto e integraban a socios de cualquier país del mundo. También comenzaron a volcarse en nuevos negocios, algunos tan o más lucrativos que el tráfico de drogas o armas pero, sobre todo, menos arriesgados. Por ejemplo, el comercio internacional de órganos humanos –en especial riñones- el tráfico de las treinta mil especies de animales y plantas en peligro de extinción, de residuos peligrosos o bien de clorofluorocarbonos (CFC), que en teoría deberían ir siendo eliminados de la industria mundial a partir del Protocolo de Montreal (1988) por ser un peligro directo para la capa de ozono.

La mayor parte de estos negocios ilícitos prosperaron directamente sobre el terreno abonado que supuso la economía mundial liberalizada y la revolución de la comunicación y los transportes. De esa manera, Sudán, Eritrea, Argelia y Mozambique se transformaron, por ejemplo, en presuntos basureros de los residuos radioactivos italianos. China, Pakistán y la India se acabaron convirtiendo en centros desguazadores, adonde iban a parar desde artefactos domésticos y productos de electrónica a barcos enteros.

Pero aunque las exportaciones de esos productos peligrosos eran muchas veces ilegales, los delincuentes lograban organizar complejos itinerarios en los que las autoridades perdían la pista tras sucesivos envasados y etiquetados. En otros casos, los responsables de alto nivel resultaban muy difíciles de identificar, como ocurría en el tráfico de fauna salvaje, pieles o maderas de lujo. Por otra parte, los intermediarios eran tantos y tan variados que lograban borrar la pista de las transacciones –mezclándolas con negocios perfectamente legales- cediendo las fases finales en destino, en manos de colaboradores locales que conocían bien el terreno.


















Según algunas fuentes, en China se llegan a aplicar entre 5.000 y 12.000 condenas a muerte. Una parte de los órganos de los ejecutados es vendida en el mercado internacional a través de internet: una nueva forma de actividad siniestra que se mueve en el terreno del vacío legal internacional que ha generado el mundo globalizado

Resulta evidente que estas nuevas formas de comercio ilícito necesitaban cada vez más de técnicos y expertos, “personas normales” muy alejadas del estereotipo del pistolero mafioso. Dependían enormemente de la tecnología: por ejemplo, el tráfico de órganos ilegal se hizo posible por la utilización de ciclosporina en los trasplantes (medicamente aprobado en 1983) lo que reducía mucho la posibilidad de rechazo por el paciente. Pero aunque ya no fue necesario contar con personal altamente especializado, sí eran necesario cirujanos y clínicas situadas en países de legislación permisiva, o con expertos intermediario que podían provenir, de terceros países. Por supuesto, el tráfico de obras de arte robadas también recurría a delincuentes muy especializados, pero la sofisticación de la nueva delincuencia globalizada hacía que en ocasiones desaparecieran los límites entre los diferentes tipos de negocios. Así, por ejemplo, Moisés Naím relata que en 1999, el traslado de un alijo de cocaína desde Caracas a París estuvo directamente relacionado con la aparición en Miami de un cuadro de Goya y otro del artista japonés Tsuguharu Fujita (1886-1968). En efecto, parece que ya por entonces, algunas obras de arte robadas eran utilizadas como contravalor o reserva de pago para otras operaciones.

De hecho, incluso negocios ilícitos tradicionales, como el tráfico de drogas, comenzaron a hacerse más sofisticados en la segunda mitad de la década de los noventa. Por ejemplo, el blanqueo de capitales terminó por resultar un negocio más lucrativo y seguro que la venta de droga en sí misma, alcanzado niveles de gran originalidad. Así, los traficantes colombianos de droga crearon un sistema propio de blanqueo denominado Cambio de Pesos en el Mercado Negro; el sistema generó numerosas variantes y terminó por extenderse a México. Pero en otros casos, los cargamentos de droga eran el vehículo que posibilitaba pagar, evadir y ocultar dinero, y no al revés.



El libro de Robert Hinde, Bending the Rules (Oxford University Press, 2007) hace un acertado diagnóstico sobre la elasticidad moral que propicia la nueva era de la globalización, lo que a su vez sustenta importantes agujeros negros legales a escala internacional: el perfecto terreno abonado para las nuevas formas de la delincuencia "safe", que implica a millones de ciudadanos "normales" sólo ocasionalmente dedicados a actividades ilegales... o no




Lógicamente, la gigantesca transformación del sistema bancario internacional en la década de los noventa facilitó enormemente esa práctica. En quince años, a partir de 1990, los activos financieros a escala mundial casi se multiplicaron por tres; por lo tanto, la capacidad de blanquear capitales creció también en consecuencia: bien entrado el siglo XXI, esa actividad venía a representar entre el 2 y el 5% del PIB mundial, según las fuentes más optimistas. Pero tal proporción alcanzaba el 10% en cómputos menos complacientes. En buena medida esto se debió a que la nueva economía neoliberal impulsó sin dudar la liberalización de los sectores financieros. Era lógico: no se podía poner en marcha el libre comercio a escala global sin hacer lo mismo con las finanzas, que son la savia de la economía. Así, la mayor parte de los países abandonó el control de divisas, lo cual disparó el volumen diario global de intercambios en muy poco tiempo. Además, las leyes de los diversos estados permitieron que los sistemas financieros nacionales se asociaran o incluso fusionaran con los de otros países. De hecho lo buscaron afanosamente, porque lo que interesaba en la economía global era atraer capital, en dura competencia entre países y empresas. Los adelantos tecnológicos facilitaron decisivamente el dinamismo de las transacciones, que todavía se potenciaron más con una muy amplia gama de productos financieros de nueva generación. Por lo tanto, a los blanqueadores de dinero les resultaba muy fácil crear decenas de cuentas para limpiar un rastro (el denominado “efecto ventilador”), transferir capitales de un país a otro mediante complejos contratos que sólo los expertos podían dilucidar, mover dinero desde cajeros situado en cualquier esquina de una calle, crear bancos virtuales o comprarlos en paraísos fiscales o realizar operaciones de ejecución instantánea a través de internet, desde cualquier lugar del mundo, pulsando una sola tecla. Así fue como se generó una situación, a escala mundial, sin precedentes históricos.

Sin embargo, a medida que transcurría la segunda mitad de los noventa, se fue comprobando que el problema no residía exactamente en que la delincuencia estuviera creciendo a pasos agigantados y multiformes, sino en que la combinación de la nueva ideología neoliberal y globalizadora –triunfante de la Guerra Fría- combinada con el impacto de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana de los ciudadanos, tendían a difuminar los límites preestablecidos de lo legal y lo moral; y con ello, la estructura social sobre la que se había ido configurando el denominado mundo desarrollado en el siglo XX.

Por ejemplo, el blanqueo de dinero necesitaba de un ejército de banqueros, abogados, contables, brokers y todo tipo de intermediarios para los cuales la práctica que estaban llevando a cabo no se asociaba necesariamente con un determinado tipo de delito. Además, el funcionamiento de las nuevas redes del hampa tendía a hacer que el colaborador técnico actuara sólo de vez en cuando, muchas veces limitándose a mirar hacia otro lado, de forma prácticamente impune. Mientras tanto, la evasión fiscal devenía cada vez más fácil para el ciudadano medio de cualquier país, y eso tampoco era contemplado como un delito especialmente grave; de hecho, en muchos países los profesionales liberales podían cobrar en negro de sus clientes, lo que hacía que los asalariados mantuvieran sobre sus espaldas buena parte de la presión fiscal, una situación que tendía a potenciar exponencialmente ese tipo de delito

















Jérôme Kerviel sale de la cárcel en compañía de su abogado, marzo de 2008. El caso de este broker de Société Generale, acusado de haber provocado un agujero de 5.000 millones de euros, es una buena muestra de los resbaladizos límites de la moderna delincuencia


A otros niveles de la vida cotidiana, el usuario de internet se lanzó a consumir pornografía o jugar en casinos virtuales, sin importarle demasiado que algunos de esos negocios fueran absolutamente ilegales (normalmente “en otros países”) o sirvieran de tapaderas para el blanqueo de dinero, por ejemplo. ¿Quién podía saberlo? Por otra parta, si alguien tenía dudas morales, los prestigiosos implicados no dudaban en acallarlas. Tal fue el caso de eBay, la muy conocida firma de subastas on-line, que en 2004 realizaba una millar de subastas semanales de marfil, en buena medida procedente de la caza ilegal. La respuesta de un portavoz de la empresa fue que “no podían negarse” porque ello perjudicaría a los que vendían el producto de forma legal.

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