martes, diciembre 11, 2007

¿Por qué Kosovo? (y 2)
















Putin y Bush se echan un pulso estrujando de paso a serbios y albaneses. Una ajustada visión de la realidad realizada por el conocido caricaturista serbio Corax, que publica habitualmente en la revista belgradense "Vreme"

Entrevista concedida al Canal 9 de Valencia, a media tarde de ayer, 10 de diciembre. La periodista ofrece como gran primicia informativa a comentar el hecho de que la Unión Europea parece dispuesta a apadrinar la independencia de Kosovo, en sustitución de la ONU. Desilusión total cuando le respondo que la novedad tiene dos meses. De hecho, si leyera de vez en cuando este blog, se hubiera enterado de ello ya el 11 de octubre, y eso que la noticia procedía del “The New York Times”, nueve días antes. La entrevistadora tampoco entendía que la independencia de Kosovo difícilmente pudiera ser modelo cabal para ningún movimiento soberanista en la Europa occidental, tras ocho años de casi infructuosas misiones, ayudas y gestión internacionales, y eso después de haber organizado una guerra con el consiguiente resultado de muertes y destrucción de bienes e infraestructuras.

¿Cómo va a ser Kosovo el espejo del independentismo flamenco, bretón, vasco o catalán, cuando otros modelos de más enjundia y futuro –como el lituano, el esloveno, el eslovaco, incluso el croata o el montenegrino- se han quedado por el camino como juguetes rotos? Otra cosa es que el precedente que están marcando la ONU, le UE y los Estados Unidos –bendecir la secesión de una provincia previamente integrada en un estado soberano, cuyas fronteras estaban reconocidas por esas mismas entidades- pueda ser la siembra de los primeros vientos que anuncien tempestades. Pero el “modelo kosovar” es lo de menos. O en todo caso, podría ser el anuncio de la futura política de minorías en la UE: un tinglado en formato “cajas chinas” con desembocadura en el reconocimiento legal del estatus de minoría para poblaciones de inmigrantes comunitarios con un determinado número de años de residencia en el país de acogida. De momento, por ejemplo, veremos qué resultados irá obteniendo en el futuro el Partido Independiente Rumano en algunas de las numerosas alcaldías españolas en las que creen que pueden llegar a tener peso político.
















El presidente grecochipriota Tasso Papadopoulos (derecha) junto al ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, durante una reciente reunión en Nicosia. Los grecochipriotas le han visto las orejas al lobo: ¿El embrollo kosovar podría traer alguna forma de reconocimiento internacional para la RTNC? No es extraño que basculen hacia Rusia, país con el que siempre han mantenido buenas relaciones y excelentes negocios


La verdad es que la prensa lleva un despiste fenomenal y esta vez no sólo la española. Y como no saben lo que deben decir, dado que no hay consignas claras sobre lo correcto y lo incorrecto, se hacen unos líos importantes. La tendencia más o menos general es ir de agoreros y barajar o sugerir lo habitual en estos casos: guerras, masacres y caos balcánico a diestro y siniestro. Como hace quince años o más, lo de siempre. Caso de que no suceda nada, hacen mutis por el foro, lo más discretamente posible, y esperan a la próxima fecha "tremenda". Otros, restos de serie de la colección de "expertos en los Balcanes" que brotaron como champiñones en la pasada década, se limitan repetir viejos mantras y quedar bien: no queda más remedio que acceder a la independencia de Kosovo, pero hay que aprovechar para implantar allí la democracia, la justicia, y la bla, bla, bla... Como si no lleváramos ya casi dos décadas de excelentes e impecables intenciones, jaculatorias y hermosos conjuros, que ya no sirven ni para salvar la cara a los que las utilizan.

En fin, a estas alturas, los pobres periodistas ya no se enteran de dónde van a caerles las tartas. Buscando y rebuscando una solución, a TV3, la televisión autonómica catalana, se le ocurrió una muy sencilla: gastarse una pequeña fortunita y hacer un reportaje de media hora sobre... ¡Bosnia! Un producto muy Carles Bosch, su director. Ya saben, la historieta colorista de siempre: Sarajevo, Srebrenica, habla el hermano de Karadzic (ya habitual en las teles occidentales) serbios malos y brutos, animadversiones interétnicas seculares, pero bosniomusulmanes-preservan-la-diversidad: el menú completo que nunca falla desde 1992, que quince años no son nada. Y todo ello emitido el domingo día 9 y presentado Joan Salvat bajo el argumento de que "el corazón de los Balcanes vuelve a calentarse, mañana Kosovo podría declarase independiente con la oposición de Serbia y Rusia..." Todo un recital de rentabilidades a costa de exprimir a fondo el "síndrome del 93". Claro, no se mencionó Kosovo, pero da igual, porque para muchos televidentes, los Balcanes son una gigantesca albóndiga informe, un corral donde serbios, bosnios, croatas, albaneses y tutti quanti comen, duermen y hacen sus necesidades, todos juntos y revueltos. Y de esa manera quedan a salvo las simpatías políticamente correctas del más tibio y televisivo nacionalismo catalán hacia los "pueblos y naciones oprimidos" en general, sin dar nombres y pasando por encima de los conflictivos albaneses.

Mientras tanto, ayer por la mañana
, “El País” informaba en su edición electrónica de que Chipre es el único país miembro de la UE que se opone con uñas y dientes al reconocimiento formal de la independencia kosovar. ¿Realmente existe la posibilidad de que ese proceso lleve a un reconocimiento internacional de la República Turca del Norte de Chipre? Pues claro que sí, faltaría más. ¿Por qué no? La misma lógica “aplastante” de unos se aplica a los otros: ¿Por qué negarles a los albaneses de Kosovo su independencia, si eso es lo que quieren?¿Por qué no reconocerles a turcos de Chipre su república, si eso es lo que desean? Claro que una vez más se puede tirar del doble rasero habitual, pero eso terminaría funcionando ahora a favor de Turquía, ya ven lo que son las cosas. Y más facturas políticas que deberán pagarse en los Balcanes, y más dinero a fondo perdido (parece que sobra) en el enorme agujero negro que es en realidad el pequeño territorio kosovar. Los europeos están cayendo impasiblemente en las trampas de los demás: la que supuso Kosovo para Yugoslavia, y la que fue Afganistán para la Unión Soviética.

Por lo tanto, se está formando un plancton de confusiones y agravios comparativos que vamos a ver cómo se deshace. Desde luego, lo que menos importa es el destino de los albaneses de Kosovo y cualquier alusión a sus “derechos históricos” es mera filfa, por el mero hecho de que nunca existió anteriormente una “República de Kosovo”. No hay nada que restaurar. Tendría más lógica histórica una Gran Albania que integrara a Kosovo y el tercio occidental de Macedonia, pero eso parece difícil que vaya a cumplirse ante la oposición de los albaneses de Albania, que no muestran precisamente muchas simpatías por los hermanos kosovares. Una Gran Albania con capital en Priština es lo último que desearían.














Poses de guerra fría: un par de oficiales paracaidistas rusos miran hoscamente al oficial británico que les fotografía. Slatina, aeropuerto de Kosovo, junio de 1999. Rusia fue especialmente humillada en Kosovo y una reacción de última hora consistió en enviar tropas de intervención desde Bosnia para ocupar el aeropuerto de Kosovo adelantándose a la llegada de las fuerzas de la OTAN. Pinchar en la foto para obtener ampliación

En realidad, los que están jugando ahí su partida propia son Rusia y los Estados Unidos; quién pagará los platos rotos, como suele ser norma, es la Unión Europea. Moscú, lógicamente, desea retomar el papel que tuvo en los Balcanes desde el siglo XVIII. Durante la fase final de la presidencia de Yeltsin, un periodo de máxima decadencia, se vio apartada por la intervención de la OTAN y la presión norteamericana. Pero era mucha ingenuidad por parte de los occidentales suponer que las cosas seguirían siempre así. Y hoy, al final de esta historia de la independencia anunciada de la microrrepública, la gran pregunta del millón: ¿A quién le comprarán los albaneses de Kosovo el petróleo, el gas, la electricidad, todo el paquete energético, en suma? Pues lo más lógico es que de una forma u otra importen de Rusia, el proveedor más cercano y más económico. Además, no hay muchas más alternativas posibles, si excluimos el caro, lento y más bien decadente oleoducto AMBO, de capital norteamericano, pero que al fin y a la postre transportará crudo... ruso.

Por otra parte, muchos hombres de negocios albaneses están haciendo grandes negocios con los rusos. De hecho, algunos actúan incluso como intermediarios u hombres de paja de inversores de esa nacionalidad que están comprando terrenos por aquí y por allá, en Montenegro, en Croacia, en diversos puntos de los Balcanes. Para muestra un botón:
Beghjet Pacolli, el millonario albanés que hizo suculentos negocios en Rusia y volvió a Kosovo para fundar en 2006 du propio partido: Alianza para un Nuevo Kosovo (Aleanca Kosova e Re, AKR) partido que quedó tercero en las recientes elecciones, con un 10% de los votos, a pesar de la insistente campaña de denuncia que se le organizó en su país. Por lo tanto, si unos han de acostumbrarse a la idea de un Kosovo independiente, les guste o no, los otros tendrán que resignarse al retorno de Rusia a la zona, así están las cosas. La superpotencia eslava será el principal suministrador de energía de la zona, un referente para las inversiones en Kosovo, destino de negocios para los albaneses y, debido a todo ello, terminará por tener la sartén por el mango en una serie de cuestiones.



















Behgjet Pacolli posa con Boris Yeltsin tras llegar a un acuerdo comercial, en 1996. La fotografía forma parte de la campaña que sus adversarios políticos organizaron contra él durante las recientes elecciones generales en Kosovo

Visto desde el prisma norteamericano en 1999, el conflicto de Kosovo fue un intento por demostrar que el “Nuevo Orden” anunciado por George Bush padre a comienzos de los años noventa, había triunfado a finales de la década, aunque fuera a golpes de fuerza bruta aquí y allá. De paso, se trataba de hacer olvidar otros conflictos que se estaban desarrollando por esas mismas fechas y desmentían de plano ese discurso, pero que tenían la mala fortuna de desarrollarse en regiones más pobres del planeta: Argelia, Congo, Sierra Leona, Colombia. La guerra de Kosovo supuso, por parte de la OTAN, un despliegue militar descomunal cuyo fin real no era exactamente solucionar un conflicto en una pequeña provincia balcánica del tamaño del principado de Asturias, sino ofrecer la imagen de que el Nuevo Orden era lo que un grupo de grandes potencias decidirían que fuera. A éste respecto, cuando la prensa occidental ofrecía espantosas descripciones de las matanzas argelinas, con todo lujo de detalles sobre tripas colgando de los árboles, niños aplastados contra la pared o embarazadas destripadas; cuando las televisiones mostraban a los niños soldados de Sierra Leona o los abigarrados rebeldes liberianos con máscaras o pelucas de colores, sólo se trataba de ofrecer imágenes más o menos pintorescas o crueles que dieran una medida de cuán primitivas eran esas guerras y por lo tanto, cuán irresolubles le resultaban a la “comunidad internacional occidental”.

Dado que teóricamente resultaba imposible resolver tales conflictos, el Nuevo Orden debería ajustarse a aquellos otros susceptibles de ser zanjados por las potencias occidentales. Esto podía ofrecer un abanico más o menos amplio de opciones, pero de cualquier forma, una cosa era vender el resultado como un depurado producto mediático, a mayor gloria de las potencias intervinientes; y otra muy diferente era mover las piezas con discreción, a veces como acción colateral en el escenario principal.























Un joven albanés besa fervorosamente un poster del presidente George W. Bush. La devoción de los albaneses de Kosovo por los norteamericanos llega casi a la obsesión: hay restaurantes, calles, posters y mil denominaciones que loan a la familia Clinton al completo o al actual presidente. Sin embargo, la gran mayoría de las ayudas y subvenciones provienen de Europa.


Sin embargo, ese Nuevo Orden selectivo que intentaban imponer las grandes potencias occidentales, no sólo no coincidía con el que deseaban las nuevas potencias emergentes, como Rusia, China o India, sino que ni siquiera respondía a los grandes desafíos de la globalización. Al fin y al cabo, ésta era heredera directa de la Guerra Fría –el primer gran conflicto global de la historia- y de la misma forma que durante esos cuarenta años cualquier conflicto en cualquier punto del planeta era susceptible de desencadenar un guerra a gran escala o un foco de tensiones de difícil resolución, lo mismo iba a suceder a partir de 1991. Y justamente por ello, los conflictos yugoslavos se encadenaron unos con los otros durante la década de los noventa, y Kosovo –o mejor, el modus operandi de las grandes potencias en torno a esa guerra- no tardarían en llevar a Afganistán e Irak.

Así, a pesar de los grandes esfuerzos propagandísticos destinados a insistir en que Kosovo era el comienzo de una nueva era de paz y justicia internacionales basados en una tecnología militar futurista, en realidad esa guerra supuso un retorno a modelos antiguos de intervencionismo internacional. No sin razón, la campaña de Kosovo no tardó en generar numerosas protestas entre aquellos que había apoyado la intervención en Bosnia y pronto comenzó a hablarse, no sin razón, del nuevo “imperialismo humanitario”, concepto que iba a inspirar más de un libro.

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