El infierno bondadoso
Un niño albanés posa ante un cartel independentista inspirado en la marca Coca-Cola
Hace pocos días, y en el contexto del escándalo generado por los niños chadianos que la ONG “Arca de Zoé” intentaba sacar ilegalmente del país, el diario “La Vanguardia” publicó un artículo que a muchos lectores pudo haberles pasado desapercibido. Otros se preguntarán qué pinta aquí una pieza que, en apariencia, no está relacionada con la temática central de este blog. Sin embargo, el asunto de “El infierno bondadoso”, firmado por Andy Robinson, es el denominado “derecho de injerencia”, que hace una década parecía totalmente incuestionable e inspiró a todos los bienpensantes que apoyaron sin fisuras las intervenciones de las potencias occidentales en Bosnia y Kosovo, asunto este último que, como saben, vuelve a formar parte de la actualidad más candente.
La primera intención de este post fue criticar la actitud de algunos diarios patrios, que ni bajo tortura admitirían la decrepitud del concepto “derecho de injerencia” y lo que es peor, la responsabilidad de la tal idea en algunas de las más sonadas catástrofes militares de los últimos años, la más conocida de las cuales es la intervención en Irak, seguida de cerca por la que protagoniza la OTAN en Afganistán. Pero ayer mismo, una entrevista a cargo de una simpática periodista de “Público”, el diario portugués (no confundir con el español homónimo, y de diferente ideología) me disuadió de la idea. Dado que la prensa portuguesa es tan profesional como la española y la de cualquier otro país europeo, el tono de algunas preguntas revelaba que aquí y allá, a lo largo y ancho de Occidente, sigue perviviendo la ya anacrónica mentalidad justiciera de hace una década, basada en el “síndrome de 1993”; esto es, el espejismo de que todo sigue como entonces: los serbios son muy malos y culpables de todo, Europa y Estados Unidos tienen una deuda impagable para con Kosovo, algo de lo cual los albaneses locales siguen empeñados en convencernos, (aunque el tozudo adalid de esta idea, Ibrahim Rugova murió hace algún tiempo) y a pesar también de que los que van a otorgarle la independencia ya les han venido haciendo el trabajo desde hace ocho años.
Una columna de "panzer" alemanes integrados en las fuerzas de la OTAN, hace su entrada en Kosovo, 1999
El asunto del “derecho de injerencia” y la “injerencia humanitaria”, como plantea correctamente Andy Robinson en su artículo, va de la mano de las ONGs y los neocon; y por supuesto, está profundamente implicado con la mentalidad imperante en los noventa. A lo largo de esa década, las ONGs se multiplicaron con una energía febril: resulta evidente que tuvieron un éxito arrollador. Ello fue debido a razones que no estaba en relación directa con su eficacia real, algo que ni siquiera en el cambio de siglo se podía evaluar globalmente, dado que la galaxia de las ONGs era extremadamente extensa y variada. Complicaba más la evaluación de su labor el hecho de que, al ser entidades dependientes de subvención, un número significativo de organizaciones promovía unas u otras prioridades, desde el medio ambiente (más propia de los ochenta) a los microcréditos y la microempresa (en la década siguiente), la ayuda humanitaria en los diversas zonas de crisis, luego la violencia de género, la ayuda de emergencia y tantas otras. Es decir, en términos de sus críticos, estaban inmersas en la lógica del mercado, de la eficiencia y la competitividad, y en base a ello las ONGs tendían a crear demanda a partir de la oferta. Por otra parte, también contribuye a dificultar el balance de sus actividades el hecho de que este tipo de instituciones son responsables ante los financiadores, mientras el estado lo es ante los ciudadanos.
Por lo tanto, el balance sobre el impacto de las ONGs tenía que hacerse en clave política. Y desde ese punto de vista, las organizaciones no gubernamentales, junto con los think tanks y el resto de las instituciones de intermediación o análisis no dependientes de los gobiernos constituían lo que se denominada el Tercer Sector, situado entre el Estado y el Mercado, y por lo tanto, formaban parte integral de la nueva filosofía política y socio-económica que acompañaba al auge del neoliberalismo global. Eso suponía que las ONGs y las demás instituciones similares tenían como objetivo común desempeñar políticas anteriormente públicas y ahora privatizadas en base a la idea neoliberal de que el estado es un obstáculo para el libre mercado; y por lo tanto, parte de sus infraestructuras y atribuciones debían ser desmanteladas en aras de una mayor eficacia y rentabilidad.
Precisamente, el estado del bienestar era uno de los demonios del ultraliberalismo. Finalizada la Guerra Fría con la derrota del bloque marxista soviético, parecía quedar demostrado que el estatalismo a ultranza sólo conducía a la ruina; y desde Occidente, ya no eran necesarias políticas de protección social que emularan aquellas de las que se jactaban los soviéticos. Por otra parte, las ventajas sociales que ofrecía el estado del bienestar solían integrar las remesas presupuestarias más abultadas, y en muchos países del Tercer Mundo habían fallado desde hacía tiempo, con consecuencias sociales y políticas traumáticas. Por ello, en los noventa, las ONGs parecían el canal adecuado para gestionar fondos públicos o préstamos internacionales en programas de asistencia social compensatoria.
Protestas en Chad contra lo que se considera una injerencia de la política francesa en los asuntos internos del país y en su justicia y leyes
La primera intención de este post fue criticar la actitud de algunos diarios patrios, que ni bajo tortura admitirían la decrepitud del concepto “derecho de injerencia” y lo que es peor, la responsabilidad de la tal idea en algunas de las más sonadas catástrofes militares de los últimos años, la más conocida de las cuales es la intervención en Irak, seguida de cerca por la que protagoniza la OTAN en Afganistán. Pero ayer mismo, una entrevista a cargo de una simpática periodista de “Público”, el diario portugués (no confundir con el español homónimo, y de diferente ideología) me disuadió de la idea. Dado que la prensa portuguesa es tan profesional como la española y la de cualquier otro país europeo, el tono de algunas preguntas revelaba que aquí y allá, a lo largo y ancho de Occidente, sigue perviviendo la ya anacrónica mentalidad justiciera de hace una década, basada en el “síndrome de 1993”; esto es, el espejismo de que todo sigue como entonces: los serbios son muy malos y culpables de todo, Europa y Estados Unidos tienen una deuda impagable para con Kosovo, algo de lo cual los albaneses locales siguen empeñados en convencernos, (aunque el tozudo adalid de esta idea, Ibrahim Rugova murió hace algún tiempo) y a pesar también de que los que van a otorgarle la independencia ya les han venido haciendo el trabajo desde hace ocho años.
Una columna de "panzer" alemanes integrados en las fuerzas de la OTAN, hace su entrada en Kosovo, 1999
El asunto del “derecho de injerencia” y la “injerencia humanitaria”, como plantea correctamente Andy Robinson en su artículo, va de la mano de las ONGs y los neocon; y por supuesto, está profundamente implicado con la mentalidad imperante en los noventa. A lo largo de esa década, las ONGs se multiplicaron con una energía febril: resulta evidente que tuvieron un éxito arrollador. Ello fue debido a razones que no estaba en relación directa con su eficacia real, algo que ni siquiera en el cambio de siglo se podía evaluar globalmente, dado que la galaxia de las ONGs era extremadamente extensa y variada. Complicaba más la evaluación de su labor el hecho de que, al ser entidades dependientes de subvención, un número significativo de organizaciones promovía unas u otras prioridades, desde el medio ambiente (más propia de los ochenta) a los microcréditos y la microempresa (en la década siguiente), la ayuda humanitaria en los diversas zonas de crisis, luego la violencia de género, la ayuda de emergencia y tantas otras. Es decir, en términos de sus críticos, estaban inmersas en la lógica del mercado, de la eficiencia y la competitividad, y en base a ello las ONGs tendían a crear demanda a partir de la oferta. Por otra parte, también contribuye a dificultar el balance de sus actividades el hecho de que este tipo de instituciones son responsables ante los financiadores, mientras el estado lo es ante los ciudadanos.
Por lo tanto, el balance sobre el impacto de las ONGs tenía que hacerse en clave política. Y desde ese punto de vista, las organizaciones no gubernamentales, junto con los think tanks y el resto de las instituciones de intermediación o análisis no dependientes de los gobiernos constituían lo que se denominada el Tercer Sector, situado entre el Estado y el Mercado, y por lo tanto, formaban parte integral de la nueva filosofía política y socio-económica que acompañaba al auge del neoliberalismo global. Eso suponía que las ONGs y las demás instituciones similares tenían como objetivo común desempeñar políticas anteriormente públicas y ahora privatizadas en base a la idea neoliberal de que el estado es un obstáculo para el libre mercado; y por lo tanto, parte de sus infraestructuras y atribuciones debían ser desmanteladas en aras de una mayor eficacia y rentabilidad.
Precisamente, el estado del bienestar era uno de los demonios del ultraliberalismo. Finalizada la Guerra Fría con la derrota del bloque marxista soviético, parecía quedar demostrado que el estatalismo a ultranza sólo conducía a la ruina; y desde Occidente, ya no eran necesarias políticas de protección social que emularan aquellas de las que se jactaban los soviéticos. Por otra parte, las ventajas sociales que ofrecía el estado del bienestar solían integrar las remesas presupuestarias más abultadas, y en muchos países del Tercer Mundo habían fallado desde hacía tiempo, con consecuencias sociales y políticas traumáticas. Por ello, en los noventa, las ONGs parecían el canal adecuado para gestionar fondos públicos o préstamos internacionales en programas de asistencia social compensatoria.
Protestas en Chad contra lo que se considera una injerencia de la política francesa en los asuntos internos del país y en su justicia y leyes
Ahora bien, los resultados globales de su labor fueron ya cuestionados hacia finales de los noventa, dado que las ONGs no solían ser invitadas a coplanificar las estrategias globales de ayuda a cada país, o el diseño de las políticas de ajuste, que en muchas ocasiones se convertían en intermediarios financieros, más que en ejecutores de acciones concretas y que muchas veces carecían de sostenibilidad a largo plazo. Algunos expertos, como David Sogge (1998) llegaron a acusar las ONGs que operaban en África de ser “la vanguardia de la nueva era de recolonización en África”. Además, una parte sustancial de los fondos asistenciales gestionados por esas organizaciones fueron a parar a problemas que no se relacionaban de forma real con la miseria en el continente, llevándose por delante, de paso, prácticas culturales y económicas tradicionales que a veces mantenían el tejido social en precario equilibro.
Lógicamente, no todas las ONGs, individual o sectorialmente, obtuvieron resultados tan cuestionables. En muchos casos, fueron las únicas instituciones capaces de paliar situaciones de marginación y pobreza, desastres ecológicos o abusos represivos. Pero el “concepto ONG” venía genéricamente hipotecado por la idea de que en general actuaban como apagafuegos del nuevo sistema internacional. Con lo cual, en el fondo, paliar determinadas situaciones problemáticas contribuía por otro lado a perpetuarlas. E incluso, en el caso de algunas formas de ayuda en países muy desestructurados, a hacer que parte de la población terminara dependiendo de las políticas asistenciales.
Este tipo de apreciaciones son las que ya se están recogiendo en análisis cada vez más serios sobre las ONGs, y son necesarios para que se lleve a cabo una “poda” de las mismas (sólo en la India se cuentan entre uno y dos millones de ONGs, en Rusia sumaban 400.000 el año pasado) y, en definitiva, sobrevivan y prosperen sólo aquellas instituciones más capaces y profesionales. Y que cualquier grupo de aventureros, redentores obsesivos, inadaptados sociales, y tíos raros en general, erigido en ONG, deje de ser presentado como “bueno por naturaleza” o “por contraposición a los partidos políticos o los gobiernos, cuyo descrédito generalizado fomenta la apatía y el conformismo”, como afirma, muy acertadamente Maite Serrano Oñate en su contribución a un libro muy interesante y polémico: Las ONG y la política, editado por Marisa Revilla Blanco y publicado por Itsmo en 2002, que ya es tiempo.
Bernard Kouchner en Chad, junio de 2007
“La Vanguardia”, domingo, 11 de noviembre, 2007
La ONG llevó al límite la idea “neocon” del intervencionismo humanitario
EL INFIERNO BONDADOSO
Andy Robinson
Madrid
El caso de El Arca de Zoé y los 103 niños robados puede ser otro ejemplo de que en Darfur, y en África en general, "el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones", según ironizó David Rieff en su libro A punta de pistola, que critica el uso de intervenciones militares para defender los derechos humanos.
Pero - según Rieff y otros críticos del intervencionismo humanitario entrevistados por “La Vanguardia” -los verdaderos responsables del excesivo celo altruista de El Arca de Zoé son las ONG, intelectuales y políticos que han distorsionado la realidad creando una imagen falsa de genocidio perpetrado por árabes blancos e islamistas en Jartum contra "inocentes" comunidades negras de fe cristiana o animista en Darfur.
"Si presentas la situación en Darfur como un campo de concentración nazi, me parece luego grotesco condenar a quienes intervienen por su cuenta", explicó Rieff. Bernard Kouchner y Nicolas Sarkozy, apoyado por intelectuales de la nueva derecha como Bernard Henry Levy, defendían el derecho de intervención en Darfur, y con la polémica de El Arca de Zoé "están cosechando lo que sembraron", dijo.
Kouchner, al igual que intervencionistas en EE. UU., agrupados en torno a la ONG Save Darfur Coalition, "dieron la impresión de que Darfur es el Apocalipsis en que los niños se enfrentan a una muerte inminente y han incitado a gente a montar rescates por su cuenta", dijo Rony Brauman, ex director de Médicos Sin Fronteras en París. Brauman, con experiencia directa de la crisis en Darfur, la califica no de genocidio sino como una guerra civil "triste pero típica, basada en la lucha por los recursos naturales".
Diversos informes de la ONU sobre Darfur coinciden en que no es un genocidio perpetrado por árabes fundamentalistas contra africanos inocentes sino una guerra en la que las atrocidades se cometen en ambos bandos.
Pese a ello, Save Darfur Coalition, que define su misión como "elevar la conciencia del público sobre el genocidio en Darfur", ha pedido desde EE. UU. la intervención militar contra Sudán, con el apoyo de celebridades de Hollywood, como Mia Farrow y Don Cheadle, y diversos políticos, desde neoconservadores republicanos hasta candidatos demócratas presidenciales como Joe Biden.
El Arca de Zoé, una escisión de la ONG Sauver le Darfur, es la última manifestación de esta ideología intervencionista, según coinciden Rieff y Brauman. Cuando ésta y Save Darfur Coalition - cuyo consejo incluye cuatro grupos de presión proisraelíes- se frustraron al ver imponerse una solución pragmática en Darfur, El Arca de Zoé y Sauver le Darfur cogieron el toro por los cuernos y anunciaron que evacuarían nada menos que a 10.000 supuestos huérfanos de Darfur para ofrecerlos en adopción en Francia.
En general, "la tendencia de celebridades de ir acumulando bebés y niños adoptados es parte de un fenómeno general de querer salvar a estos países de sí mismos", dijo Mahmud Mamdani, antropólogo oriundo de Uganda de la Universidad de Columbia, en Nueva York, en referencia a celebridades como Angelina Jolie y Madonna. Concretamente en Darfur "hay una suposición de que la gente no es capaz de salvar su región y por tanto tendrán que ser salvados desde fuera", añadió.
La Save Darfur Coalition tuvo que destituir a su director en junio cuando se descubrió que se había gastado más dinero en publicidad que en ayudas a los afectados por el conflicto. Aunque la coalición estadounidense mantiene que no tiene vínculos con Sauver le Darfur en Francia, "hay vínculos intelectuales aunque no sean operacionales", dijo Brauman.
Lógicamente, no todas las ONGs, individual o sectorialmente, obtuvieron resultados tan cuestionables. En muchos casos, fueron las únicas instituciones capaces de paliar situaciones de marginación y pobreza, desastres ecológicos o abusos represivos. Pero el “concepto ONG” venía genéricamente hipotecado por la idea de que en general actuaban como apagafuegos del nuevo sistema internacional. Con lo cual, en el fondo, paliar determinadas situaciones problemáticas contribuía por otro lado a perpetuarlas. E incluso, en el caso de algunas formas de ayuda en países muy desestructurados, a hacer que parte de la población terminara dependiendo de las políticas asistenciales.
Este tipo de apreciaciones son las que ya se están recogiendo en análisis cada vez más serios sobre las ONGs, y son necesarios para que se lleve a cabo una “poda” de las mismas (sólo en la India se cuentan entre uno y dos millones de ONGs, en Rusia sumaban 400.000 el año pasado) y, en definitiva, sobrevivan y prosperen sólo aquellas instituciones más capaces y profesionales. Y que cualquier grupo de aventureros, redentores obsesivos, inadaptados sociales, y tíos raros en general, erigido en ONG, deje de ser presentado como “bueno por naturaleza” o “por contraposición a los partidos políticos o los gobiernos, cuyo descrédito generalizado fomenta la apatía y el conformismo”, como afirma, muy acertadamente Maite Serrano Oñate en su contribución a un libro muy interesante y polémico: Las ONG y la política, editado por Marisa Revilla Blanco y publicado por Itsmo en 2002, que ya es tiempo.
Bernard Kouchner en Chad, junio de 2007
“La Vanguardia”, domingo, 11 de noviembre, 2007
La ONG llevó al límite la idea “neocon” del intervencionismo humanitario
EL INFIERNO BONDADOSO
Andy Robinson
Madrid
El caso de El Arca de Zoé y los 103 niños robados puede ser otro ejemplo de que en Darfur, y en África en general, "el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones", según ironizó David Rieff en su libro A punta de pistola, que critica el uso de intervenciones militares para defender los derechos humanos.
Pero - según Rieff y otros críticos del intervencionismo humanitario entrevistados por “La Vanguardia” -los verdaderos responsables del excesivo celo altruista de El Arca de Zoé son las ONG, intelectuales y políticos que han distorsionado la realidad creando una imagen falsa de genocidio perpetrado por árabes blancos e islamistas en Jartum contra "inocentes" comunidades negras de fe cristiana o animista en Darfur.
"Si presentas la situación en Darfur como un campo de concentración nazi, me parece luego grotesco condenar a quienes intervienen por su cuenta", explicó Rieff. Bernard Kouchner y Nicolas Sarkozy, apoyado por intelectuales de la nueva derecha como Bernard Henry Levy, defendían el derecho de intervención en Darfur, y con la polémica de El Arca de Zoé "están cosechando lo que sembraron", dijo.
Kouchner, al igual que intervencionistas en EE. UU., agrupados en torno a la ONG Save Darfur Coalition, "dieron la impresión de que Darfur es el Apocalipsis en que los niños se enfrentan a una muerte inminente y han incitado a gente a montar rescates por su cuenta", dijo Rony Brauman, ex director de Médicos Sin Fronteras en París. Brauman, con experiencia directa de la crisis en Darfur, la califica no de genocidio sino como una guerra civil "triste pero típica, basada en la lucha por los recursos naturales".
Diversos informes de la ONU sobre Darfur coinciden en que no es un genocidio perpetrado por árabes fundamentalistas contra africanos inocentes sino una guerra en la que las atrocidades se cometen en ambos bandos.
Pese a ello, Save Darfur Coalition, que define su misión como "elevar la conciencia del público sobre el genocidio en Darfur", ha pedido desde EE. UU. la intervención militar contra Sudán, con el apoyo de celebridades de Hollywood, como Mia Farrow y Don Cheadle, y diversos políticos, desde neoconservadores republicanos hasta candidatos demócratas presidenciales como Joe Biden.
El Arca de Zoé, una escisión de la ONG Sauver le Darfur, es la última manifestación de esta ideología intervencionista, según coinciden Rieff y Brauman. Cuando ésta y Save Darfur Coalition - cuyo consejo incluye cuatro grupos de presión proisraelíes- se frustraron al ver imponerse una solución pragmática en Darfur, El Arca de Zoé y Sauver le Darfur cogieron el toro por los cuernos y anunciaron que evacuarían nada menos que a 10.000 supuestos huérfanos de Darfur para ofrecerlos en adopción en Francia.
En general, "la tendencia de celebridades de ir acumulando bebés y niños adoptados es parte de un fenómeno general de querer salvar a estos países de sí mismos", dijo Mahmud Mamdani, antropólogo oriundo de Uganda de la Universidad de Columbia, en Nueva York, en referencia a celebridades como Angelina Jolie y Madonna. Concretamente en Darfur "hay una suposición de que la gente no es capaz de salvar su región y por tanto tendrán que ser salvados desde fuera", añadió.
La Save Darfur Coalition tuvo que destituir a su director en junio cuando se descubrió que se había gastado más dinero en publicidad que en ayudas a los afectados por el conflicto. Aunque la coalición estadounidense mantiene que no tiene vínculos con Sauver le Darfur en Francia, "hay vínculos intelectuales aunque no sean operacionales", dijo Brauman.
Etiquetas: Afganistán, Darfur, derecho de injerencia, Irak, Kosovo, Kouchner, ONGs
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