domingo, noviembre 18, 2007

Un respiro para Turquía (y 2)






















El comisario para la ampliación de la UE, Olli Rehn, durante una visita a Ankara

Hace pocos días se difundió el último Progress Report de la Comisión de las Comunidades Europeas sobre el debe y el haber de Turquía en su camino hacia el ingreso en la UE. El documento, que en realidad es un legajo de ochenta páginas, cuatro grandes apartados –con numerosas subsecciones- y 33 capítulos, fue comentado y resumido en pocas líneas por los periodistas de turno, que posiblemente ni lo hojearon y se centraron en los aspectos negativos más aparatosos o tradicionales e incluso en los comentarios que hizo el finlandés Olli Rehn, comisario encargado de los asuntos de ampliación.

En algunos casos, los comentarios emitidos dejan la duda sobre dónde están los límites entre el empecinamiento malintencionado o la simple ignorancia supina. Por ejemplo, Javier Aguilar, desde “La Razón” escribía: “Curiosamente, el informe, al igual que la resolución aprobada el mes pasado por el Parlamento Europeo, no hace referencia alguna a la necesidad de reconocer el genocidio armenio cometido por Turquía en 1915”. Más “curiosamente” todavía, el reconocimiento del genocidio armenio no forma parte del acervo comunitario institucional sobre el que negocian por Bruselas y Ankara; ni ahora, ni antes. Quizá porque en ese caso también deberían habérsele impuesto claúsulas similares a todos y cada uno de los países de la actual constelación de miembros de la UE, reos históricos de desmanes parecidos, desde la feroz represión cometida por Francia en lugares como Argelia o Madagascar a la generosa participación del Estado croata en el genocidio judío durante la Segunda Guerra Mundial, pasando por las masacres cometidas por España contra población civil en las guerras de Cuba o el Rif.





















No son armenios en 1915 sino cubanos en 1897, víctimas de la denominada "política de reconcentración" del general español Valeriano Weyler en la isla. Prácticamente todos los miembros o candidatos a la UE tienen episodios sombríos en su pasado histórico, pero ese tipo de asuntos no forman parte de las cuestiones a negociar con Bruselas, que en su mayoría son de tipo económico



Por su parte, “El País” envió a Ana Carbajosa a Ankara para que recogiera las reacciones turcas al informe y en especial la recomendación de que el Artículo 301 del Código Penal debe ser abolido. En ausencia del habitual Carlos Sanz, en esta ocasión por baja laboral, el diario libera de vez en cuando los humos despectivos de Carbajosa hacia Turquía y su candidatura, y esta ocasión no podía ser menos: la periodista resalta, encantada, los “jarros de agua fría” contra la candidatura turca, las manifestaciones de desilusión de los mismos protagonistas y cualquier manifestación que demuestre que los turcos, en general, son más cortos que las mangas de un chaleco.





















El entonces fallido candidato a la presidencia, Abdullah Gül, en abril de este mismo año. Desde la pasada primavera, Turquía ha vivido acontecimientos históricos que por entonces nadie sabía cómo iban a terminar


Sin embargo, en contraste con estas visiones miopes y generalmente mal intencionadas, lo cierto es que históricamente no ha existido ningún otro país candidato al que el proceso de negoaciación haya afectado hasta el punto de generar una verdadera transformación de las estructuras estatales: y tal es el caso de Turquía. Normalmente, los estados europeos que accedieron a la UE lo hicieron una vez completada la pertinente transición, con un régimen en mayor o menor medida sintonizado con la Europa comunitaria; pero en cualquier caso, ya totalmente transformado e institucionalizado. Eso fue válido en su momento para España, y después para los regímenes del antiguo bloque del Este. No es el caso de Turquía, que desde la pasada primavera ha venido experimentando importantes convulsiones: presión de la denominado “oposición laica” contra el gobierno, importantes manifestaciones en calle contra el ejecutivo del AKP, el ya célebre “e-coup” militar, el bloqueo en el parlamento contra la candidatura de Gül como presidente, elecciones legislativas, Gül como primer jefe de estado islamista en la República turca, y aprobación mediante referéndum de la elección del presidente mediante sufragio directo. Por lo tanto, cambios históricos, un nuevo balance de poder, algo realmente novedoso que no se había visto en Turquía desde los tiempos de Menderes o quizá, mucho antes. ¿Es el comienzo del fin de la herencia kemalista?¿Está naciendo una "República turca de la UE"? Lo cierto es que en los último tiempos, el nacionalismo turco, incluso el radical, ya no recurre sistemáticamente a la figura de Atatürk, sino más a los más abstractos intereses nacionales, y eso de forma directa.

La respuesta de Bruselas a esta profunda remodelación del estado y a lo que empieza a aparecer como repunte de una verdadera revolución política en Turquía –es la primera vez desde la fundación de la República que el país tiene a la vez un jefe de estado y primer ministro islamistas- ha encontrado un eco tibio en el mecánico tono del informe elaborado por la Comisión y hecho público el pasado 6 de noviembre. De hecho, se puede detectar con cierta facilidad una clara indiferencia de Bruselas hacia la situación real del país, y también hacia su destino final.




Una de las grandes manifestaciones de abril convocadas por la oposición "laica" al gobierno. Por entonces no estaba clara la fuerza real de que disponían los que organizaban y secundaban tales actos. Los medios de comunicación tienen una flaca memoria, porque por entonces, y de eso hace bien poco, no estaba nada claro el destino de Turquía





El resultado de esta actitud es que los discursos y dialécticas, europeos y turcos, se mueven en niveles diferentes y paralelos, sin converger nunca, sin encontrarse en ningún punto. Dediquen, por ejemplo, un somero vistazo al apartado 2.1 del informe sobre “Democracy and the rule of law” y pasen directamente al apartado “Administración Pública“ (corresponde a la página 8) en el que se lee: “No se han producido progresos en lo relativo a la adopción de la Ley Marco sobre Administración Pública, que busca reformar la administración central y descentralizar poderes a favor de la administración local. Además, no se han hecho progresos en relación a la transferencia de más recursos financieros a la administración local”. Y un poco más abajo continúa: “A pesar de que la reforma del funcionariado ha sido reconocida como un asunto importante, no ha sido enviada al Parlamento un exhaustivo borrador de ley. Es necesario cumplir enteramente con el PMFC [Public Match Funding Certificate] y desarrollar una completa estrategia para reducir la corrupción”.

¿Pueden ustedes imaginarse, ni por un momento, qué hubiera resultado del mero intento de plantear estos asuntos en el Parlamento turco durante los (políticamente hablando) calientes meses de primavera, verano e incluso otoño?¿Se imaginan cómo hubiera reaccionado la oposición “laica” y nacionalista ante la propuesta de debate, por parte del gobierno, del borrador de ley para la transferencia de recursos a los ayuntamientos? Sólo hubiera faltado eso para que se hubiera proclamado a bombo platillo que el gobierno del AKP proyectaba también su sombra sobre los ayuntamientos tras buscar el acaparamiento del poder en el gobierno, el parlamento y la jefatura del estado. Los del CHP incluso hubieran recordado las maniobras del gobierno Menderes, allá por los años cincuenta, para arrasar con el legado kemalista en el mundo rural.

También tiene su ironía esa alusión, como de pasada, a la teoría de que el cumplimiento con el acervo comunitario es una manera poco menos que garantizada de, ni siquiera, “reducir” la corrupción. Que se lo digan a rumanos y búlgaros, que en teoría han cumplido con todas las condiciones, han negociado exitosamente todos los capítulos para el acceso a la UE, y desde enero son miembros… con una espectacular corrupción, tanto a escala funcionarial, en general, como municipal. Pero si ese ejemplo les cae un poco lejano, los lectores españoles pueden volver los ojos hacia su propio entorno, sin apenas girar la cabeza, sólo lo justo para leer la prensa y enterarse los resultados de la Operación Guateque sobre corrupción administrativa en Madrid; aunque posiblemente se aburrirán, porque llevamos meses enteros oyendo y leyendo sobre corrupción municipal. ¿Ya no recuerdan cuando, el 22 de octubre del año pasado, durante la conferencia de Lahti,
Putin criticó sin tapujos la corrupción inmobiliaria reinante en España, para cerrarle la boca a un Pepe Borrell que parecía estar comportándose cual Hugo Chávez desbocado?



Agentes de la Guardia Civil española registran la Junta de Distrito de Centro en el marco de la denominada "Operación Guateque", Madrid, noviembre de 2007









Por lo tanto, no es de extrañar que durante la reciente sesión del Observatorio Turquía/EU celebrada en Lisboa a instancias del İstanbul Politikalar Merkezi de la Universidad Sabancı en colaboración con el Institut Europeo de la Mediterrània (8-9 de noviembre, 2007) algunos ponentes comentaran que el informe de la Comisión resultaba pesimista, mientras que otros lo consideraban optimista. Y allí estábamos, como los venerables “kremlinólogos” de la Guerra Fría, leyendo entre líneas, intentado interpretar cuál era el verdadero mensaje del informe de la Comisión, emitido apenas dos días antes.

Desde luego, el informe era el típico producto elaborado en base a los ingredientes clásicos del “lenguaje de madera” de los diplomáticos y periodistas occidentales: doble rasero, prejuicios y, sobre todo, una buena porción de dogmatismo. Este tipo de mensajes y análisis era algo corriente durante los años de la Guerra Fría, pero ese tiempo pasó, se fue por el fregadero de la historia, guste o no. Y hoy en día, en labios de los órganos directivos de la Unión Europea, refleja un problema ciertamente serio: carencia del principio de autoridad.

Entendámonos: no debe confundirse el principio de autoridad con el de autoritarismo. Cuando algún analista occidental comenta eso tan oído de: “¿No quieren los turcos acceder al club de la UE? Pues que paguen y cumplan con las reglas”... pues bien, eso es el principio de autoritarismo. Y por si fuera poco, no sustentado por el principio de autoridad.
















Un panfleto contra la integración de Turquía a la UE. Sin embargo, el principal problema para el candidato no proviene de las negativas frontales, sino de las actitudes tibias en Bruselas




Porque los turcos tienen todo el derecho del mundo a quejarse y preguntar de qué club se trata realmente. Mal asunto si los... ¿dueños? del mencionado club cambian las reglas o hacen la vista gorda con unos o con otros, según les convenga. El principio de autoridad se basa en el comportamiento firme, tranquilo y consciente de quien lo ejerce, sin sensiblerías ni histerias. Si el único fin del club es ganar dinero y distribuirlo entre los compinches, entonces el mensaje dirigido a los candidatos es claro: guarda las formas, acepta de boquilla todo lo que pedimos, aunque sea absurdo, y después ya harás lo que te de la real gana cuando hayas accedido. Ahí, el principio de autoridad brilla por su ausencia, claro está; pero al menos, como en un grupo de piratas, el éxito se medirá en base a las duras leyes del beneficio y la supervivencia. Claro que entonces no viene mucho al caso rasgarse las vestiduras ante consideraciones de carácter más o menos ético, moral o democrático sobre libertad de expresión, derechos humanos, educación y cultura, o estructura del poder judicial.

Si estamos ante un club con aspiraciones político-morales, que intentará imponer nuevas formas de gobierno y administración, unificar Europa bajo fórmulas nuevas y avanzadas, entonces la falta de principio de autoridad es más que patente y funciona como una enfermedad paralizante, pues la manada de países europeos carece de objetivos claros, de ideas precisas que sustituyan la (en este caso) normal y natural ausencia de lo que en etología se conoce como "macho-alfa". Y el resultado final podría ser que tanto el acceso de Turquía a la UE como su rechazo, serían producto de esa carencia de principio de autoridad. Mal asunto.

De momento, parece como si la Comisión sufriera de una tendencia preocupante a no valorar de forma adecuada el impacto de sus afirmaciones o informes. Ante la tormenta política que ha estado viviendo Turquía, el informe de la Comisión se convierte en un mero boletín de noticias (muy resumido) que ni quita ni pone, ni siente ni padece. ¿Sirve para algo este tipo de documentos, es adecuado para la discusión o la apreciación del estado real en el que están las negociaciones entre Ankara y la UE?

Va en la misma línea la actitud de Bruselas ante los recientes acontecimientos en la frontera turco-iraquí.
Según Enrique Serbeto, corresponsal en Bruselas del diario “ABC” y conocido comentarista de ese rotativo sobre cuestiones relativas a Turquía, “la Unión Europea le ha pedido a Turquía que dedique mayores esfuerzos a las reformas políticas que a las aventuras militares en el Kurdistán”. Planteada así, la cosa tiene su gracia, porque expresa una vez más la tibieza y la carencia del sentido de autoridad de Bruselas. Al menos, los norteamericanos tienen clara su actitud frente a Turquía, esconden sus cartas y las juegan al final de manera acertada o equivocada; pero son coherentes donde Europa no lo es. Pactarían con el mismísimo diablo antes que perder al aliado turco; y por supuesto, no le harían ningún asco a establecer relaciones diplomáticas con una junta militar si mañana los uniformados dieran un golpe de estado en el país. Tal como están las cosas en Pakistán, Afganistán e Irak y cómo van las relaciones con Irán, lo último que haría Washington sería demostrar la blandengue actitud de los europeos.
















Un convoy militar turco se desplaza cerca de la frontera con Irak. La masiva presión armada contra los santuarios del PKK podría ser considerada como un precedente de la futura política de presencia comunitaria en Oriente Medio


Y lo cierto es que Turquía ha hecho lo que casi cualquier otro país europeo frente a un problema similar como el que tuvo con el PKK en sus fronteras orientales. ¿Creen ustedes que franceses, británicos, alemanes o polacos hubieran actuado de otra forma? Desde luego, la larga historia del conflicto que mantuvo Gran Bretaña en Irlanda del Norte, con abundante empleo de personal militar, policía especial y tácticas de guerra sucia, parece demostrar que, en efecto, los turcos no han sido tan originales ni “escasamente europeos”. En realidad, la presión militar turca en la frontera iraquí, verano-otoño de 2007, puede ser considerada como la primera intervención unilateral (no asociada a una campaña orquestada por los EEUU) de un país europeo en el Próximo Oriente. Y además, en consonancia con una de las aportaciones específicamente turcas que Brusleas espera de Ankara: la seguridad. La UE desea que que Turquía asegure sus futuras fronteras orientales ante la inmigración masiva e ilegal; ante el terrorismo internacional; ante el crimen organizado; ante todos aquellos que deseen dañar los preciados oleoductos y gasoductos. Y eso es, precisamente lo que ha hecho el gobierno turco en estas semanas pasadas.

Sin embargo, Bruselas no parece haberle hecho feliz la iniciativa; o teme demostrarlo abiertamente, como suele suceder. Quizá porque algunos empiezan a temer que Turquía se esté comportando de una forma demasiado europea. Y de paso van asumiendo con pavor que ya no hay lugar para el debate y la duda: en realidad Turquía es europea. Puede que no acceda nunca a la UE, pero en ese caso sería por no cumplir con los requisitos políticos o económicos que todo candidato debe asumir. La Comisión no está evaluando ya credenciales de europeidad. Recuerden que desde octubre de 2005, Turquía fue admitida como candidata oficial y no para la Organización de Estados Americanos o la Organización para la Unidad Africana: fue la Unión Europea la que admitió como candidato a un país europeo. Desde ese punto de vista, el presidente Sarkozy ya puede cantar misa cuando dice que él no considera que Turquía sea un país europeo. Puede incluso hacerlo en húngaro, si se acuerda del viejo idioma familiar, que por cierto, tiene un interesante parecido con el turco.

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