jueves, enero 25, 2007

Los euroextremistas son menos extremos

Retrato de Corneliu Vadim Tudor, reproducido en uno de sus libros de memorias políticas: Jurnalul Revoluţiei, de la Crǎcium la Paşte (1999). A pie de foto se puede leer: "Le guste o no a algunos, el árbitro de la elegancia en la política rumana es el presidente del Partido Gran Rumania..." El libro fue amablemente enviado por Ricardo Estarriol, de "La Vanguardia"


Durante la última semana, las elecciones en Serbia devinieron una obsesión mediática. El autor de este post dio a diversos canales de radio no menos de cinco entrevistas entre el viernes y el lunes por la tarde. El desconcierto era total entre la mayoría de los entrevistadores: básicamente deseaban saber si los ultras del Partido Radical iban a ganar en ese país y… Era muy fácil cortar con el nervioso deslizamiento hacia el sensacionalismo: sí, iban a ganar, pero no por mayoría absoluta. Y no, tampoco iban a formar coalición con otros partidos. No porque carecieran de “aliado natural” como aseveraba con petulante desdén el editorial de “El País” correspondiente al 23 de enero; porque claro que tienen aliados posibles: desde el Partido Socialista al mismo Partido Democrático de Serbia. La razón era que habían renunciado a llegar al poder por esa vía. Pura y simplemente lo querían todo o nada, no deseaban hipotecarse con ningún socio político. La razón de esa postura sencilla: dado que consideran “lacayos de los occidentales” a los demás competidores, yendo en solitario invierten en futuro, sobre todo –creen ellos- cuando las potencias occidentales le concedan la plena soberanía a Kosovo como estado independiente.

Y sí, terminaron ganando; pero obtuvieron menos votos que en las elecciones de 2003. “La UE minimiza el triunfo ultra en Serbia. – Los socios europeos hicieron ayer como si el partido de los ultranacionalistas serbios, liderado por un presunto criminal de guerra sujeto a juicio en el TPIY, no hubiera mantenido su respaldo social y ganado las elecciones”. Éste era el titular que blandía con santa indignación “La Vanguardia” el pasado 23 de enero. Al parecer, el periódico –o su corresponsal Fernando García- se había percatado astutamente de que la UE actuaba de mala fe o, peor aún, como unos ingenuos tontorrones. ¿Ganó las elecciones el Partido Radical? Sí: con un escaso 28%. Pero no hace falta liarse con complejos cálculos electorales. Eso quiere decir que un 72% de la población serbia no está con ellos. En realidad, los radicales perdieron incluso un escaño con respecto a las elecciones de 2003. Por lo tanto, menos lobos y un poco más de análisis basado en las realidades: éste es un partido que desde hace años posee una banda de fluctuación muy precisa, que por arriba no sobrepasa el 30%


Bandera oficial del Partido Radical Serbio. Utiliza el escudo de armas serbio tradicional


Por lo tanto, si hay algún motivo de preocupación real, está en la fragmentación política que se vive en Serbia. Porque los adversarios del Partido Radical han obtenido porcentajes de voto bastante miserables: un 22,7% el Partido Demócrata y un 16,4% el Partido Demócrata de Serbia. Y veremos cómo se lo organizan para formar coalición, porque se tienen una manifiesta antipatía “natural”, dado que ambos provienen de una misma horma. En todo caso, la buena noticia de los comicios sería que el Partido Demócrata ha mejorado sustancialmente y pasará de los 37 a los 65 diputados. Fundado en 1989 por Zoran Djindjić, éste sí es un partido europeísta y moderno, que cuenta con jóvenes y dinámicos políticos, como el actual presidente Boris Tadić y como lo fue en su día el asesinado primer ministro.

“¿Sabes qué ocurre en mi país?” La pregunta me la hizo Nada Djermanović, una veterana periodista serbia, ya retirada, añadiendo una irónica sonrisa. Eso fue durante el pasado mes de diciembre. Pero es cierto: en Serbia la gran mayoría de la población está desilusionada con la política y con casi todo. Sienten que la transición se cerró en falso y el país está bloqueado por problemas que ni los políticos locales pueden controlar. Por ejemplo, la entrega del general Ratko Mladić al Tribunal de La Haya. Ni siquiera Zoran Dindjić, que contribuyó decisivamente a que Milošević terminara ante el TPI, fue capaz de echar mano al buscado general. Y por supuesto, ni Tadić ni mucho menos Kostunica, han podido hacer nada al respecto. De vez en cuando salta el rumor de que el general Mladić “está negociando” las condiciones para entregarse a La Haya, pero al cabo de pocos días la noticia se desvanece. Nadie sabe muy bien con quién dialoga el militar, ni qué es eso tan importante que le impide entregarse. Posiblemente hay mucho interés en algunas cancillerías occidentales para que no se entregue; quizá podrían hacerse públicos datos comprometedores. A lo mejor resulta que altos mandos del ejército negociaron con los occidentales que no sería entregado Mladić a cambio de su decisiva ayuda en el derrocamiento de Milošević, en octubre de 2000. A saber qué inconfesables enjuagues se ocultan detrás de tanto misterio.













Deseos con escasa base real: propaganda electoral del Partido Radical de Serbia en la que se hace alusión a conseguir el 50% de los votos que le hubieran dado la mayoría absoluta ("50% + tu voz"). En realidad las encuestas no le otorgaban más del 30-32%, como mucho


Kosovo es otro de esos incómodos callejones sin salida. Es evidente que tarde o temprano devendrá estado independiente con las bendiciones occidentales. Hace tiempo que el destino de la antigua provincia no levanta grandes pasiones en Serbia. Pero es un asunto fácilmente manipulable porque, como en el caso de Mladić, las grandes potencias que intervinieron en la crisis, la Unión Europea, la ONU e tutti quanti, siguen sin saber de qué forma desbloquear eficazmente el asunto de Kosovo. Hasta ahora eso significaba resolver dos problemas: cómo integrar a la minoría serbia en la vida política y social del nuevo estado; y cómo evitar que la independencia de Kosovo no exporte nuevas ilusiones separatistas a los albaneses de Macedonia, lo que generaría –esta vez sí- una nueva crisis seria en los Balcanes. Además, las potencias occidentales deberán vencer ahora las resistencias de Putin, que ha prometido el veto ruso en cualquier debate sobre la independencia de Kosovo en el Consejo de Seguridad. Tal como están las cosas, no deja de ser una advertencia razonable: la verdad es que los occidentales ya han hecho bastantes desastres en los Balcanes.

La incapacidad de la Unión Europea por sacar adelante las crisis resueltas que heredó en los Balcanes a finales del siglo pasado, deja tras de sí toda una serie de juguetes rotos. Bosnia y Kosovo son los dos principales, pero entre ambos, Serbia forma parte del cuadro. En todo caso, lo que resulta muy alarmante es la constatación de que, en buena medida, hay un problema de fondo que lo bloquea todo. Que no sólo impide la solución de los problemas sino que genera otros nuevos, y cortados sobre el mismo patrón. Es como si la opinión pública europea estuviera programada para tropezar en la misma piedra una y otra vez, de forma tozuda y desesperante.

En un corto periodo de tiempo, poco más de una semana, se ha podido constatar una muestra excelente de ese síndrome. A mediados del mes de enero saltó a la prensa la constitución formal de un nuevo grupo parlamentario en la Eurocámara: Identidad-Tradición-Soberanía (ITS), integrado por diputados de la extrema derecha europea. Figuran allí siete miembros del Frente Nacional francés, tres del Vlaams Belang, uno del austriaco Alianza para el Futuro (FPÖ), otro del Partido Nacional del Reino Unido y dos representantes italianos. Pero los seis diputados aportados por Rumania y Bulgaria, nuevos miembros de la Unión Europea, han sido decisivos. Más concretamente, el búlgaro Dimitar Stoyanov, por Ataka y los cinco escaños del Partido de la Gran Rumania (Partidul România Mare) de Corneliu Vadim Tudor.



Escudo del Partido de la Gran Rumania. La formación política se creó en torno al periódico homónimo, que a comienzos de los años noventa fue un gran éxito de ventas en el país


No por no esperado, el acontecimiento dejó de ser una novedad desagradable. Como bien dijo un diputado socialista español, resultaba particularmente lamentable que la ampliación de la UE llegara de la mano de la consolidación de los ultras en la Eurocámara: “Esta gente está en contra de todo lo que representa Europa”. El diputado socialista austriaco Martin Schulz intentó detener la constitución del grupo ITS por excesiva heterogeneidad política, es decir, debido a la carencia de “visión común” de los integrantes. Y no le faltaba razón, dado que los movimientos y partidos ultranacionalistas son por definición, eminentemente nacionales y por ello sus objetivos pueden diferir considerablemente entre sí.

De todas formas, el club político europeo intentó actuar con serenidad. Una de las últimas actuaciones de Josep Borrell antes de dejar el cargo de presidente de la cámara, fue desestimar la petición de Schulz basándose en el argumento de que en el ITS no existe disidencia explícita; y de hecho, sus integrantes habían definido una serie de objetivos comunes en la declaración que presentaron para formalizar la constitución del grupo. El pasado día 16 de enero, "La Vanguardia" publicó una entrevista [a cargo de Beatriz Navarro] con el eurodiputado del Partido Popular español, Íñigo Méndez de Vigo, que parecía sintetizar la filosofía de la Eurocámara. Según éste político, "a la extrema derecha hay que vencerla con ideas y debates, y no intentando crear cordones sanitarios. Es un error político que le permitirá presentarse como víctima del sistema".



Volen Siderov, líder de Ataka, se presenta sobre el fondo de la bandera búlgara en el blog del partido


Lo malo de la extrema derecha es su facilidad para presentarse como víctima en las situaciones más diversas, sea aislada o aceptada en un foro político. Pero en todo caso, aún restando de las declaraciones de Méndez de Vigo esa vieja aspiración de la derecha consistente en amaestrar a la ultraderecha sin mancharse, el planteamiento es correcto. Como también lo es que al eurodiputado le preocupe más el ruido mediático que el hecho en sí. Pero a Méndez de Vigo y también a la prensa parece que se les escapa algo que sí es nuevo. Curiosamente, él mismo da una pista: "No hay que intentar hacer como si no existieran, porque hay unas personas que los han apoyado y es a ellas a quienes hay que convencer". Y continúa: "Con la ampliación, todos hemos aumentado en número, la extrema derecha también. Pero el núcleo sigue constituido por Le Pen y algunos italianos". Pues ahí está el error.

A lo largo de estos días, prácticamente ningún analista intentó asimilar la "victoria" del Partido Radical Serbio con la constitución del grupo Identidad-Tradición-Soberanía en la Eurocámara. ¿Por qué? Porque, erróneamente, se considera que la ultraderecha rumana o búlgara es más "europea" y por lo tanto "honorable" que los radicales serbios. Por el mero hecho de haber accedido a la UE, incluso el neofascismo rumano y búlgaro, en veinticuatro horas, se convierte en civilizado a los ojos de prensa y políticos. Ésta ingenua forma de ver las cosas quedó de manifiesto la noche del pasado 22 de enero, cuando en TV3, el canal autonómico de la televisión catalana, Mónica Terribas entrevistó al profesor Ferran Gallego en el programa "La nit al dia". Este académico, compañero de Departamento, con el que incluso comparto la docencia en algunas asignaturas, es un muy buen experto en partidos políticos neofascistas y ultraderechistas, sobre todo en lo que respecta a los de la Europa occidental e Iberoamérica. La entrevista que se le planteó en el programa fue característica del enfoque que han mantenido estos días los medios de comunicación, que no difiere demasiado con el que utilizan (por regla general) los medios políticos de Bruselas -y de muchos países de la Europa occidental. Como resultado, el profesor Gallego se encontró ante una batería de preguntas que evitaban hablar de las diferencias ente los componentes del ITS: asimilaban todo el grupo a los partidos ultras occidentales y aún así no profundizaban en sus especificidades, olvidaban el fenómeno concreto que eran las incorporaciones de Gran Rumania y Ataka (así como las diferencias entre ellos y otros grupos del Este) y en cambio volvían sobre el fenómeno del Partido Radical Serbio.




Uno de los libros más conocidos del historiador Ferran Gallego. Por el momento, el estudio de la extrema derecha europea occidental no se puede asimilar sociológicamente al de los partidos y movimientos del Este, aunque en muchos casos tomen símbolos y líderes de aquella como referentes. Por ejemplo, Vadim Tudor es conocido como el "Le Pen de los Cárpatos" y mantiene unas excelentes relaciones con el líder francés


Y eso constituye un problema por varias razones. En primer lugar, genera desequilibrios informativos, y en determinadas circunstancias, éstos pueden llevar a imponer reacciones inadecuadas. Tal cosa ocurrió en días pasados cuando los medios de comunicación se obsesionaron con una supuesta victoria por mayoría absoluta en Serbia, dejando de lado el hecho de que en la Eurocámara, en el corazón de la democracia comunitaria, está tomando forma un nuevo tipo de ultraderecha.

Segundo: Tras la revolución de 1989, en Rumania se prohibió el Partido Comunista y los partidos socialistas que surgieron después exhibieron un rosa muy pálido. O bien fueron abusivamente estigmatizados (incluso desde la prensa occidental) como "neocomunistas". Algo similar ocurrió en Bulgaria (aunque en menor medida) y sucede, sobre todo, en Serbia, donde el Partido Socialista es definido a menudo como "el de Milošević ": en todos estos países se sigue produciendo de una forma u otra un cierto "vacío de izquierdas" y eso favorece la aparición de partidos de ultraderecha y neofascistas en proporción a la anchura y profundidad del bache. No es una casualidad: aunque el discurso de los ultras pueda parecer hueco, una sopa con poco alimento aderezada con mucho picante de insultos y cuatro propuestas radicales flotando aquí y allá, una parte de la población en sus respectivos países los contempla como lo más parecido a unos partidos con mensaje social. Mientras tanto, los partidos más "modernos" o "europeístas" suelen recurrir a políticas de corte liberal con lo que ello significa: cierre de fábricas improductivas, recortes en el gasto social, privatización de la enseñanza y mil y una medidas, quizá muy necesarias desde el punto de vista de la macroeconomía, pero también muy impopulares.


Símbolo del partido búlgaro Unión Nacional Ataca (en búlgaro: Национален съюз Атака, Natsionalen Sǎyuz Ataka).


En tiempos de la perestroika los soviéticos odiaban a Mijail Gorbachov, mientras que en Occidente se le adoraba. Algo similar ocurre ahora: no entendemos por qué en Serbia no gana las elecciones por mayoría aplastante un Partido Demócrata que no puede desbancar al Partido Radical Serbio con su raquítico 28% de los votos. Se hace muy difícil entender el éxito de histriones como Corneliu Vadim Tudor o Volen Siderov. Durante años estuve suscrito a varios periódicos rumanos, entre ellos "România Mare": resultabam difíciles de leer aquellos densos y larguísimos artículos plagados de infundios e insultos contra los adversarios políticos. Y sin embargo, durante algunas épocas batió marcas de venta. Ahora, a ojos de muchos rumanos, el Partido de la Gran Rumania goza de la respetabilidad de ser una formación política con representación en Bruselas. Ya sólo por eso, ha ganado en autoridad entre sus conciudadanos. Simplemente ese hecho ha dado credibilidad a sus denuncias, mentiras e insultos. Por lo tanto, Gran Rumania o Ataka pueden no tener un peso excesivo en la Eurocámara, puede que en ese foro sus ideas y valores suenen a hojalata; pero han ganado muchos quilates en sus respectivos países. Y eso resulta alarmante, porque de esa forma se establece una interacción que podría llevar a Corneliu Vadim Tudor a la presidencia rumana y el resultado sería una versión corregida y ampliada de las patochadas que protagonizan los Kaczyński en Polonia. Eso no es en absoluto deseable, porque la Unión Europea no parece estar preparada para lidiar con "socios gamberros", como se está demostrando ahora mismo con varios de los aún flamantes nuevos socios de 2004. Eso por no hablar del efecto emulación que podrían generar tales situaciones en algunos países de la Europa occidental; de hecho, parece que ya se han producido: las alianzas "rojo-pardas" que tuvieron en Rusia, Rumania o Serbia en 1993 entre partidos de extrema izquierda (o no tan extrema) y la ultraderecha pueden estar llegando a Occidente, donde sindicatos, asociaciones culturales o políticas y hasta sectores de partidos de izquierdas han hecho concesiones dialécticas (o reales) a sus clientelas, de tomo marcadamente ultraderechista, en cuestiones referidas a la inmigración, la Constitución europea o la ampliación de la UE.

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