domingo, mayo 28, 2006

Trabajar los chalets

Hace pocos días y a raíz de que cundiera ese producto político-mediático denominado “alarma social”, debido en este caso a los asaltos a chalets y casas unifamiliares en el campo catalán, “La Vanguardia” publicó un reportaje que anunciaba desde la primera página: “Los asaltos a casas cuestionan el modelo de crecimiento urbano” (jueves, 25 de mayo de 2006); y en la página 31: “Casas aisladas, casas amenazadas”. De entrada, la construcción del titular principal no cuadraba mucho, porque si se habla de casas unifamiliares aisladas en pleno campo, el adjetivo “urbano”, pues como que no pega. El subtítulo del reportaje procuraba corregir el asunto: “La ola de asaltos pone en cuestión el modelo urbanístico disperso de Catalumya”. Aclarada la cuestión de que por estos pagos disponemos de un “modelo urbanístico disperso”, el dictamen de los expertos parece incuestionable: “En un escenario de inseguridad está más desprotegido quien más se aísla” –comenta al diario Salvador Rueda, director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona.

Dicho así, parece inapelable. A no ser que recordemos la cara que ponen los testigos de tal o cual inmueble en barrio de populosa ciudad, cuando el periodista les pregunta por el vecino que acaba de ser detenido tras cometer un espantoso crimen: “Pues parecía una buena persona”. Les confieso que a mi me entra una risa un poco tonta, incluso cuando veo y escucho por enésima vez a la señora del 3º o al del bareto de la esquina: “Era muy educado, me saludaba todas las mañanas”. Aunque resulta mucho peor cuando la opinión cobra forma de sentensia: “Esos iban a terminar mal, estaba cantao”. Y no hace falta ser tan dramáticos: recuerdo perfectamente el día en que le desvalijaron la casa a mi vecino, en el puente de la Purísima, pleno mes de agosto de 2001, centro de Barcelona. No le robaron mucho, pero le reventaron la puerta blindada con un gato hidráulico y con ello le destrozaron un buen trozo de parqué. Y así se quedó el piso durante varios días, abierto de par en par, porque el hombre estaba de vacaciones en Mallorca con toda su familia y no había manera de dar con él. Estoy seguro de que ustedes conocen muchos otros casos similares, e incluso han sido víctimas de asaltos a sus propiedades inmuebles, sin que el vecindario al otro lado del tabique supiera, pudiera o quisiera hacer nada.

En una gran ciudad la sensación de aislamiento y desprotección resulta tan aguda y real como en un chalet más o menos aislado. Con una diferencia importante: en el campo puedes mantener una pareja de perros de presa de 40 kilos de peso, con funciones de vigilancia y defensa non stop, cosa mucho más complicada y molesta en un piso de 80 y pico metros cuadrados del casco urbano. Recuerdo a mi amigo Juanito, el embajador de Cuba en Belgrado. Como posiblemente su país no disponía de muchos medios para pagar vigilantes y sofisticados sistemas electrónicos de vigilancia, el hombre tenía dos rottweilers sueltos por el jardín de la residencia, un edificio aislado en las afueras de la capital. Nunca los llegué a ver, pero puedo asegurarles que sus ladridos ponían los pelos de punta cuando olían que a Juanito le acompañaba alguien más.

En realidad lo que deseo expresar aquí es mi malestar ante un reportaje como el de “La Vanguardia”, que parece destinado a echar pelotas fuera. Si asumimos que hay más asaltos a chalets porque hay más chalets que antes, estamos poniendo el carro delante de los caballos. El problema no es ese, porque desde siempre han existido habitats dispersos en la geografía rural catalana, vasca, gallega y de otros muchos países en todo el mundo; y en esas zonas no es crónica la delincuencia especializada en asaltos y robos a las casas con o sin ocupantes dentro. Por otra parte, el modus operandi de algunas de las bandas de ladrones es ahora muy sofisticado: montan operativos de seguimiento y vigilancia, organizan equipos de despiste, son rápidos y precisos, muy profesionales. Los medios de comunicación ya nos han informado de que en algunos casos se trata de antiguos policías, soldados y hasta guerrilleros procedentes de países del Este donde, o bien han actuado en guerras recientes o han formado parte de aparatos de inteligencia o represión muy activos.

Ese perfil, en apariencia, es nuevo. O relativamente, porque las muy profesionalizadas bandas de albaneses de Kosovo comenzaron a operar en Catalunya en el año 1999. Por aquella época, los medios de comunicación evitaban mencionar el asunto, posiblemente por aquello de la corrección política, dado que los albanokosovares acababan de montar una exitosa guerra de liberación contra los serbios respaldados por la OTAN, eran los héroes del momento y ustedes ya saben o intuyen lo que es el papanatismo mediático. Pero les puedo asegurar que incluso por entonces, al menos un cuerpo de seguridad del estado había logrado pinchar las comunicaciones de algunas bandas y tenía serios problemas para traducir del albanés. Después, los tipos se volvieron mucho más cautos y desechaban el teléfono móvil con su tarjeta prepago después de hacer la primera llamada. También por esos meses, mi amigo Veton Surroi me contó que en una visita a Barcelona, un compatriota le comentó en el avión que “muchos chicos estaban yendo a trabajar las fábricas” a Catalunya. A Veton le extrañó la extraña construcción de la frase: “¿A trabajar las fábricas?” ¿No sería más bien: “A trabajar en las fábricas?” Pues no, el tipo del avión se refería a las bandas que desvalijaban los polígonos industriales.

Bien: la cosa es que los delincuentes profesionales que se vienen dedicando a robar en fábricas y chalets en Catalunya –y otras partes de España- desde hace ya tiempo, manejan muy bien una herramienta que el ciudadano de a pie no suele considerar: la información. Y no sólo de los objetivos concretos, sino de todo el territorio de trabajo. En ello entra la documentación sobre la calidad y capacidades de su principal adversario en la zona de operaciones: la policía local. Hoy mismo, “El País” publica un reportaje titulado: “Vente para España, que esto es un paraíso. Aquí la policía ni te toca” (Domingo, 28 de mayo, pag. 26). La frase es la que escuchó la policía tras pinchar el teléfono de un delincuente rumano que animaba a un compinche en el país de origen.

Mucho debemos temer que éste sea el quid de la cuestión. Delincuentes y bandas del Este poseen información sobre las fuerzas de seguridad de determinados países; pero en cambio, éstas no la tienen sobre los agresores. La actuación de la policía se centra en la respuesta puntual ante el delito, pero no parece que exista una estretegia preventiva o disuasoria. Es significativo que en ese capítulo algunos países cercanos al foco del fenómeno han encontrado la solución. Por ejemplo, en la isla de Creta, Grecia. No es una zona tercermundista o pobre, carente de interés para los cacos de países vecinos. Hay campesinos pudientes y turismo internacional con propiedades. Pero allí el asunto de las bandas de delincuentes albaneses y similares no existe. ¿Saben por qué? La respuesta en otro post.

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