sábado, marzo 01, 2008

La OTAN se la juega en Kosovo y Afganistán












Reacción internacional a la autoproclamación de independencia de los albaneses de Kosovo. En naranja, los países que han adoptada una postura francamente contraria; en un tono más claro, aquellos que han expresado su disgusto por la medida; en ocre, los que no tienen una posición clara. En gris, los que no han expresado opinión al respecto. En azul, los que han reconocido, y en tono más claro, aquellos que lo harán. El mapa proviene de Wikipedia y se puede ampliar y presionando con el puntero sobre la imagen. Para actualizarlo, pulsar en el link de Wikipedia.



Como es habitual cuando estalla una crisis balcánica, y eso desde 1821, en que los griegos se alzaron para obtener la independencia del Imperio otomano, en Occidente se desatan pasiones que, con el tiempo, acaban tomando formato futbolístico. Los artículos de opinión firmados por todos y cada uno de los comentaristas habituales de los periódicos -dado que cada uno se siente obligado a posicionarse- y las cartas al director que no cesan de llegar a las redacciones, suelen enfocar el asunto desde el ángulo estricto de la más pura teoría acompañada, a veces, de alguna ocurrencia original, más ingeniosa que la del vecino, aunque en el fondo todos se atienen a tres o cuatro posiciones básicas. Por lo tanto, el problema de tal tipo de debates sobre arbitraje, reglas, penalties y declaraciones de los entrenadores, es que contribuyen a congelar los términos del problema real y por lo tanto, evitan su resolución y contribuyen a perpetuarlo o diseminarlo.

Pero los tiempos cambian, y mucho se ha transformado el mundo y sus circunstancias entre 1991 y 2008; o incluso desde 1999, fecha de la anterior crisis kosovar. Por fortuna, para el caso del nuevo incidente en la zona, tenemos a mano un interesante baremo susceptible de medir el impacto positivo o negativo del hecho histórico que nos ocupa: el mapa de los países que han accedido a reconocer la independencia kosovar o que, por alguna razón no lo han hecho todavía o no lo harán.











Perros que deberían seguir dormidos: La cuestión kosovar ha reabierto el debate nacionalista en Argentina sobre las Malvinas, ahora ya sin Junta Militar de por medio. En la imagen, bandera argentina con el perfil de las islas en su centro, actualmente... ¿parte del territorio de la UE?


En un primer nivel de rechazo o cautela, se sitúan las nuevas potencias emergentes: China, Brasil e India. Parece evidente que estos nuevos poderes, que dentro de pocos años tendrán un peso decisivo no sólo en la economía sino en la política internacional, no pueden ver con simpatía la perpetuación de actos de fuerza al estilo del perpetrado por el “trío de las Azores” en 2003, incluso aunque en este caso toda una serie de países europeos se hayan alineado con el núcleo decisorio original (los Estados Unidos y Gran Bretaña) no sin reticencias de sectores íntegros de sus fuerzas políticas internas (caso de Alemania, por ejemplo). Podemos objetar que todo termina olvidándose y que ya pasarán por el aro. Puede ser; o no, dado que las nuevas potencias emergentes lo son y ejercerán como tales en el futuro, justamente porque no pretenden alinearse con el Nuevo Orden proclamado por George Bush a comienzos de los noventa.

Rusia, por supuesto, es una potencia “reemergente” y tiene sus propios intereses hegemónicos en esta cuestión. Pero por lo visto, el menor o mayor nivel democrático de su régimen la excluye por razones “morales” del actual litigio. No se pensó lo mismo en junio de 1999, cuando Moscú contribuyó a votar la resolución 1244 en las Naciones Unidas, que terminó el conflicto armado desencadenado por la OTAN contra los restos de la última Yugoslavia. Pocos meses antes, el debate sobre la crisis de Kosovo había sido puenteado en base a que Rusia no sintonizaba con la intervención armada que se pensaba votar; ahora, nueve años más tarde, se recurre al mismo mecanismo. En realidad, los credenciales democráticos de Rusia suben y bajan a ojos de los occidentales en función de las bases militares en Asia Central que Moscú desee ceder y su disponibilidad para apoyar algunas aventuras militares occidentales; las facilidades ofrecidas a los especuladores extranjeros o el precio del gas y el petróleo; y en general y a ojos de Washington, está en razón inversa del nivel de acercamiento a Europa.














Proyectada bandera de la posible República de Taiwan, si llega a consumarse la separación entre las dos Chinas. Otra polémica reabierta muy lejos geográficamente de Kosovo y con una entidad real mucho mayor. El 14 de marzo de 2005 China aprobó la Ley Anti-Secesión, que autoriza de forma explícita el uso de la fuerza para recuperar el control de un territorio sublevado. En Europa, nadie opina sobre estos problemas.

Aparte de Canadá, donde al parecer el asunto kosovar podría reabrir de nuevo, una vez más, la cuestión del Quebec, el mapa de los poco favorables a reconocer la independencia kosovar se extiende por casi toda América Latina. Claro está que Venezuela la rechaza, como era de prever. Pero también lo hace Argentina, donde se ha reabierto la cuestión de las Malvinas, islas argentinas dependientes de la UE; y Bolivia, donde el presidente Evo Morales teme por la provincia de Santa Cruz. O Brasil, ya mencionado antes en el grupo de las nuevas potencias. Es normal esa reticencia: si los “gringos” han logrado redibujar de nuevo las fronteras europeas en pleno 2008, ¿qué no podrán hacer con las del continente donde la doctrina Monroe se aplicó de forma particularmente abusiva? Esa reacción es todavía más ostensible en África, continente que casi en su integridad ha rechazo ni siquiera pronunciarse sobre la soberanía kosovar. Y que tiene una experiencia muy reciente sobre lo útiles que pueden ser los estados títere, creados sobre la marcha, para las jugadas de las grandes potencias occidentales. Recordemos, además, la reciente penetración china en el continente negro. Por lo tanto, es muy posible que el debate sobre la independencia kosovar en las Naciones Unidas hubiera contado con más oposición que la rusa, como se nos quiere hacer creer.

Pero ha sido en los Balcanes donde la reacción adversa ha resultado más contundente. Aparte del conocido caso de Chipre y por supuesto, la misma Serbia, ni Rumania, ni Bulgaria, ni Grecia –tres socios de la UE- han querido reconocer la independencia kosovar. Bosnia y Montenegro siguen sin pronunciarse , en parte porque la “solución” kosovar amenaza de una forma u otra su propia arquitectura estatal. Por lo tanto, lo que debería de haber sido una aportación a la estabilidad de los Balcanes, ha resultado ser todo lo contrario. Y lo peor es que ha puesto en entredicho las expectativas de que la UE sería el vehículo más seguro, el único posible para la superación de los conflictos interétnicos en la zona a partir de la progresiva disolución de las fronteras en un espacio económico común. Esto queda bien en evidencia para el caso de Rumania, donde grupos nacionalistas húngaros de Transilvania ya se manifestaron por las calles de Cluj expresando sus simpatía por Kosovo, un conflicto que, expresado de esa forma, llevaba ya más de dieciséis años.












Bandera del estado-protectorado de Bosnia-Herzegovina. La independencia no trajo la solución de los problemas de esa región europea. Dejar pasar el tiempo, tampoco.

Y ese es precisamente uno de los problemas que se están poniendo de relieve ante la situación. El de aquellos que se encogen de hombros y opinan que “todo pasará”, que de aquí a dos días nadie se acordará del contencioso, que unos y otros bajarán la cabeza, terminarán por reconocer a Kosovo y “tal día hará un año”, como reza la expresión popular. Pues justamente, ese es uno de los errores. Tal cosa se pensaba precisamente en junio de 1991, cuando se avecinaba la autoproclamación de independencia de Eslovenia y Croacia. Pelillos a la mar, todo pasará, tragarán; la eterna huida hacia adelante, el hecho consumado que tanto complace a las potencias occidentales, incluyendo, en su momento, el Tercer Reich.

A su vez, el hecho consumado impone el doble rasero. Y así llevamos ¡diecisiete años!, con un rosario de cinco guerras, sólo en las repúblicas ex yugoslavas. Eslovenia ha entrado en la UE, Croacia pronto lo hará: cuenta con buenos aliados europeos, que saben hacer discreta política lobbista. Las cuestiones morales y éticas que tanto se aplican a Rusia, resultan políticamente incorrectas referidas a Eslovenia y Croacia, cualesquiera que fueran sus responsabilidades en la cadena de guerras que asolaron la implosionada Yugoslavia. Y quizá, sino no hubiera sido por ellos, sus particulares intereses y los de aquellos países muy concretos que los secundaron, toda la ex Yugoslavia sería ya miembro del club europeo. Sin necesidad de disolver fronteras bautizadas con sangre, sin tener que dar un largo rodeo por el siglo XIX para llegar al XXI con todos esos debates seudo académicos sobre la “legalidad” o no de soberanías ganadas a punta de cañón, como fue en el caso de los Balcanes occidentales.

Todo el mundo acabó accediendo, esas independencias fueron reconocidas, Eslovenia es un miembros honorable y hasta ocupa la presidencia de la UE, con lo cual contribuye, por su parte y de nuevo, a la cada vez más escasa credibilidad política del club. Y es que el mundo está cambiando demasiado velozmente para los vetustos trucos, la política de las cañoneras, la vieja doble moral y las armas de destrucción masiva que, como todo el mundo sabe, existen y algún día se demostrará. ¿O no? Da igual, fue otro hecho consumado basado en una ficción de esas que se escenifican en Washington o Londres, convertidas más adelante en nueva legalidad fulgurante.

Por eso Kosovo ya no pertenece a los Balcanes, ni éstos a Europa. Esa es asimismo la razón de que, una vez más, como en 1999, la necesidad de justificar la viabilidad de la OTAN haya tenido un papel nada desdeñable en la tozudez norteamericana para aplicar la solución que ya había programado por entonces para Kosovo. Ahora, cuando todo va cada vez peor en el lejano Afganistán, cuando se debe ir preparando la retirada, la OTAN tiene que presentar balance positivo en, al menos, una de los dos campañas militares que emprendió. Seguir en Kosovo sin aplicar la “solución” que fue planeada, sería una amenaza demasiado contundente para la continuidad de una alianza militar que hasta hace bien poco, nadie sabía ya para qué servía. Por lo tanto: autodeterminación, el asunto pasa a Bruselas, los soldados cambian la bandera de la OTAN por otra más europea, y es la UE quien carga con los gastos y desgastes, financieros y políticos. Misión cumplida.












Nueva bandera de Kosovo, que de forma más que chocante, resulta muy similar a la de Bosnia-Hercegovina. ¿Misma bandera, mismas causas y síntomas, mismo destino?

Entiéndase: la guerra por Kosovo de 1999 se hizo, hipotéticamente, con la intención de que sirviera para derribar a Milosevic. Pero de hecho acaeció casi dos años más tarde, y no se debió precisamente a la operación militar atlantista en la provincia. Si eso era así, ¿cómo devolver Kosovo a Serbia una vez caído el presidente serbio? En buena medida, hubiera significado asumir y proclamar públicamente la inutilidad del gesto, subrayando la humillación con el disgusto de los nacionalistas albaneses y el regocijo de los serbios. Además, había que inducir al olvido el por qué de la operación militar de 1999, que en su momento fue un ejercicio para demostrar que el Nuevo Orden era una realidad, a pesar de los pesares; y que en él la OTAN tenía un papel central.

Por lo tanto, tras toda esta operación consistente en imponer internacionalmente el reconocimiento de Kosovo, se esconde la intención real de justificar la utilidad de la operación de la OTAN en 1999, algo tanto más decisivo en estos momentos cuanto que esa misma Alianza Atlántica está fracasando en Afganistán, que es nada más y nada menos que la segunda operación militar que emprendió la organización –y no de tipo defensivo, precisamente- en todo su medio siglo de historia. ¿Un mero detalle? Ni mucho menos: en estos momentos, Washington y Bruselas luchan desesperadamente por imponer urbi et orbi la idea de que la OTAN tiene un sentido, sirve para algo, a pesar del desastre que se avecina. Se están jugando, nada más y nada menos, que la supervivencia de la única organización militar internacional existente en el mundo (aunque pueden aparecer otras, y no precisamente controladas por los occidentales). Y para ello, no dudarán en recurrir a lo que sea, incluso a inventarse una nueva guerra fría totalmente artificial con Rusia, levantada a golpe de enfrentamientos provocados por sistemas defensivos de misiles en Polonia y Chequia, hostigamientos a Serbia o integración de los países del Cáucaso o la misma Ucrania, en la OTAN. La vieja huida hacia adelante, tirada por la vieja troika: fuerza bruta, hechos consumados y doble rasero.
















Going back home
: esta misma semana, el príncipe Enrique fue "oportunamente descubierto" por la prensa sirviendo en Afganistán y reenviado de vuelta a la patria. Las cosas se están poniendo demasiado feas en aquel frente como para seguir utilizándolo en campañas de propaganda triunfalista o para que la Casa Real británica sirva a la OTAN en primera línea

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