La batalla por el alma de Turquía
Portada de "The Economist" correspondiente a la semana del 5 al 11 de mayo de 2007
Un vistazo a la prensa española habitualmente consultada en este blog. "La Vanguardia" se despide temporalmente de la crisis turca con un análisis de Manuel Castells. No es una gran pieza, maneja poca información y conocimiento real, pero al menos es un escrito ágil y constituye un intento de hacer balance de lo ocurrido.
No esperen nada similar en "El País", al menos antes del domingo; a ver si con suerte el diario edita algún análisis de fondo en su separata. Mientras tanto, el sábado 5 de mayo, Juan Carlos Sanz firma en la página 5 un artículo más bien casposillo, con fotografía del "papa Benedicto XVI durante su visita a Turquía en noviembre de 2006". La pieza se titula: "Una Turquía laica sin libertad religiosa". Subtítulo: "Las comunidades cristianas sufren amenazas, ataques y restricciones de derechos". El artículo podría haber sido escrito hace más de ciento cincuenta años, cuando poblaban el Imperio otomano decenas de miles de cristianos. Hoy en día son una microminoría religiosa de ciento y pico mil personas. Por supuesto, eso no es óbice para que deban ser marginados, acosados o incluso agredidos. Pero si hemos de buscar problemas realmente consistentes con minorías religiosas en Turquía, la cuestión de los alevíes o alevis, cuyo número es de varios millones de creyentes, supera con mucho la importancia que puedan tener los cristianos. En estos días críticos, un comentarista de "Zaman" se preguntaba por el peso de los alevíes en las protestas de Ankara y Estambul. De los siete párrafos que componen la crónica de Sanz, sólo en el último se refiere a los alevíes, y casi de pasada. Muy complicado explicar ese tema y además no sirve para denigrar a Turquía ante lo que se supone que es el lector medio de la prensa española y su nivel de cultura. Por otra parte, mareando la perdiz sobre las leyes para la protección de minorías religiosas cristianas, Sanz se ahorra entrar en el insoluble tema de cómo elaborar tales disposiciones para los alevíes, asunto especialmente complejo que de momento nadie parece saber cómo resolver. Ni en Ankara ni en Bruselas.
Por lo tanto, tenemos entre las manos un artículo de tono y contenido decimonónico, de esos que en tiempos del imperialismo clásico se utilizaban para soliviantar los ánimos contra los pueblos tercermundistas que ponían en aprietos a los misioneros. Ya saben, como aquella aventura de la intervención militar española en la Conchinchina (actual Vietnam), allá por 1857.
Por lo tanto, tenemos entre las manos un artículo de tono y contenido decimonónico, de esos que en tiempos del imperialismo clásico se utilizaban para soliviantar los ánimos contra los pueblos tercermundistas que ponían en aprietos a los misioneros. Ya saben, como aquella aventura de la intervención militar española en la Conchinchina (actual Vietnam), allá por 1857.
En fin, la vieja cantinela con la que suele aburrir Juan Carlos Sanz. No vale mucho la pena que nos quedemos tirados en esta línea argumental, pero antes de dejarla correr, una simple pregunta:
¿Estamos socialmente más avanzados en España (miembro pleno de la UE) en cuestión de libertad real de culto? No es preciso llegar a los extremos de Gran Bretaña, donde se dice que hay más mezquitas que en Pakistán, pero ¿cuántas hay aquí? Es decir: mezquitas de verdad, no habitaciones casi clandestinas de tapadillo, lugares insalubres e indignos para rezar o meditar. ¿Se reconoce y protege el derecho de las decenas de miles de emigrantes musulmanes a tener sus lugares de culto mínimamente dignos?¿Cuántos musulmanes por mezquita hay en España?¿Se explican públicamente, en la prensa, los problemas de ayuntamientos y barrios a la hora de aceptar la inauguración de lugares de culto musulmanes? (o de otras religiones). Me temo que la respuesta es un NO enorme y vergonzante.
A nuestros políticos se les llena la boca con eso de que los emigrantes pagan impuestos, lo cual contribuye a nuestro bienestar social y de paso, a su socialización. Pero ¿está prevista en la declaración de la renta la aportación para el servicio de otros cultos que no sean el católico?¿Se explica y se reconoce de forma clara? Si no es así, ¿no deberían tener derecho los emigrantes de religión no católica a que parte de sus impuestos se destinara a subvencionar el mantenimiento de sus respectivas infraestructuras materiales de culto?
No creo estar haciendo demagogia al hacer este tipo de paralelismos. Pero en todo caso, considero que durante estos días lo importante es incidir en la volátil situación política de Turquía, en lo que ha sucedido y por qué; incluso en lo que cabe esperar y se debería hacer. A tal efecto, creo de obligada lectura la prestigiosa revista "The Economist", con los dos artículos que ofrece esta semana, referidos a la situación en ese país. Dado su nivel de calidad general, la publicación facilita libre acceso en internet a ambos análisis, y por ello me limitaré aquí a establecer el correspondiente link con ellos. Pero como considero que son de referencia obligada, hice una traducción al castellano de los mismos, que se editará en dos post sucesivos.
A nuestros políticos se les llena la boca con eso de que los emigrantes pagan impuestos, lo cual contribuye a nuestro bienestar social y de paso, a su socialización. Pero ¿está prevista en la declaración de la renta la aportación para el servicio de otros cultos que no sean el católico?¿Se explica y se reconoce de forma clara? Si no es así, ¿no deberían tener derecho los emigrantes de religión no católica a que parte de sus impuestos se destinara a subvencionar el mantenimiento de sus respectivas infraestructuras materiales de culto?
No creo estar haciendo demagogia al hacer este tipo de paralelismos. Pero en todo caso, considero que durante estos días lo importante es incidir en la volátil situación política de Turquía, en lo que ha sucedido y por qué; incluso en lo que cabe esperar y se debería hacer. A tal efecto, creo de obligada lectura la prestigiosa revista "The Economist", con los dos artículos que ofrece esta semana, referidos a la situación en ese país. Dado su nivel de calidad general, la publicación facilita libre acceso en internet a ambos análisis, y por ello me limitaré aquí a establecer el correspondiente link con ellos. Pero como considero que son de referencia obligada, hice una traducción al castellano de los mismos, que se editará en dos post sucesivos.
El artículo contradice la idea, expresada varias veces en este blog, de que a Washington no le interesa un posible golpe militar en Turquía y de momento intentaría impedirlo. Debe subrayarse que las ideas expresadas por el autor del blog no son inamovibles y dado que esto no es un periódico y no hay intereses políticos ni comerciales de por medio, lo que interesa en él es la búsqueda de la información y el análisis puros, sin contumacias contaminantes. Por lo tanto, cualquier idea o hipótesis puede ser revisada en cualquier momento si el contraste con la realidad y los datos objetivos la desmienten de forma clara y lógica.
Símbolo del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), alusivo a la luz, presente en la búsqueda de lo primero y la bombilla, que personifica lo segundo. Incluso en un logo de rasgos tecnocráticos tan evidentes se han querido buscar simbologías religiosas (la luz de la fe...)“The Economist”, May 5th-May 11th 2007
La batalla por el alma de Turquía
Si los turcos han de escoger, la democracia es más importante que el secularismo
En una época en la que el fundamentalismo islámico parece estar en auge en todo el mundo, la visión de algo entre medio y un millón de personas marchando a través de Estambul en defensa del secularismo, es algo extraordinario. Por lo tanto, Turquía es un lugar extraordinario. Como país que practica mayoritariamente una democracia completamente secular, constituye una refutación viva de la extendida creencia en que democracia e islam son incompatibles.
No es la única razón por la que Turquía importa. Es un gran país y estratégicamente importante, tiene el mayor ejército en la OTAN después del de América, ofrece una ruta crucial para la energía hacia Europa que evita Rusia y es la fuente de la mayor parte del agua en Oriente Medio. Si las negociaciones en curso para su acceso a la Unión Europea tienen éxito, será el mayor país de la UE en población. Pero la razón por la cual los ojos del mundo están fijos en ella esta semana es la posibilidad de que el ejército pueda intervenir para limitar el papel del islam en el gobierno. Porque si Turquía no puede reconciliar islam y democracia, ¿quién puede?
Cyber soldados
A lo largo de los años la democracia turca ha demostrado ser vibrante pero frágil. Queda una ristra de golpes e intervenciones militares como testimonio del autoasumido papel como guardián de la república secular de Kemal Atatürk. El ejemplo más reciente tuvo lugar tan sólo hace una década: el denominado golpe postmoderno que llevó al desalojo de un gobierno islamista.
El 27 de abril el ejército dio señales de que podría volver a hacer lo mismo de nuevo. Poco antes de la medianoche, tras un día de votación parlamentaria para elegir nuevo presidente sin que se llegara a resultados concluyentes, el Estado Mayor del Ejército posteó en su website una declaración que atacaba el nombramiento de Abdullah Gül, ministro de Asuntos Exteriores, como presidente, e insinuaba sin demasiadas sutilezas un posible golpe de estado contra el gobierno islamista moderado del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), presidido por Recep Tayyip Erdogan, primer ministro que había nombrado a Gül. El 1º de mayo la Corte Constitucional anuló la primera vuelta del voto parlamentario a la presidencia, alegando que no estaban presentes los miembros suficientes. Sin demora, Erdogan declaró que convocaría unas elecciones parlamentarias anticipadas. Protestas callejeras, primero en Ankara y después en Estambul, aumentaron la tensión. Las cafeterías de la ciudad zumbaban con teorías conspirativas.
Dado el estado fraccionario de los partidos de oposición mayoritarios y su historial de gobierno en los pasados cuatro años, las encuestas anticipan que Erdogan obtendrá una nueva y sonada mayoría. Entonces podrá escoger entre volver a atacar con Gül como candidato presidencial o buscar a otro. Pero parece poco probable que seleccione uno que logre superar las objeciones del ejército y los secularistas.
Los seculares turcos siempre han desconfiado del AKP, que tiene raíces islamistas y que desde el gobierno ha jugado con las medidas islamistas moderadas. Les desagradan Gül y Erdogan muy especialmente porque sus esposas ostentan la pañoleta musulmana, que la república de Atatürk prohibió en los recintos públicos. Les inquieta la perspectiva de esas personas controlando no sólo el gobierno y el parlamento, sino también la presidencia. Temen que una vez se ciña esa triple corona, el AKP muestre su verdadero color y que éste sea más bien verde. Dado que la lectura de los textos islámicos no distingue entre religión y estado y que el fundamentalismo se está extendiendo por el mundo musulmán, es comprensible que el pueblo pueda contemplar tales miedos.
Pero eso no justifica una intervención militar como la del día 27. Por muy deseable que pueda ser la preservación del legado secular de Atatürk, no puede ser a expensas de anular el normal desarrollo de la democracia; incluso si ese proceso produce malos gobiernos, ineficaces, corruptos o moderadamente islamistas. Argelia, donde murieron 150.000 personas en una guerra civil tras unas elecciones en las cuales el voto de los islamistas fue anulado en 1992, aporta una dura lección sobre lo que puede ocurrir cuando los militares suprimen la voluntad del pueblo. Desde luego, Turquía no es Argelia; pero los ejércitos de cualquier país deberían llevar cuidado de no subvertir las elecciones. Es cosa de los votantes, no de los soldados, castigar a los gobiernos; y ahora tendrán la oportunidad de hacerlo en Turquía.
Puede que no quieran hacerlo. El gobierno de Erdogan ha sido el de más éxito en Turquía en el último medio siglo. Tras años de inestabilidad macroeconómica, el crecimiento es firme y fuerte, la inflación ha sido controlada y la inversión extranjera se ha disparado. Más impresionantes todavía han sido las reformas constitucionales y judiciales que ha impulsado el gobierno del AK. La corrupción sigue siendo una mácula, pero no hay indicios de que el gobierno esté buscando derrocar el orden secular en Turquía. El historial justifica el mayor logro del Erdogan: persuadir a la UE de que accediera a iniciar negociaciones para la integración, 40 años después de que una menos impresionante Turquía expresara por primera vez su deseo de candidar.
¿A quién le importa lo que piense Europa?
Por desgracia, el entusiasmo de la UE por el acceso de Turquía, nunca intenso, ha menguado de forma visible. Si Nicolas Sarkozy ganas las presidenciales francesas el 6 de mayo, será otro revés para las ambiciones turcas: está categóricamente en contra la idea de que alguna vez pueda llegar a integrarse en la UE.
En la práctica no hay posibilidad de que Turquía firme en la línea de puntos durante toda una década. Pero en el país, la percepción de que tantos miembros están en contra, reduce en sí misma la influencia de la UE. Si las perspectivas de la integración en la UE hubieran sido más obviamente claras, el ejército quizá no habría intervenido tan brutalmente. Pero tal como han ido las cosas, ante la tibia condena de la UE Ankara se encogió de hombros, especialmente después de que los americanos no dijeran anda en absoluto. Su influencia en Turquía también ha disminuido mucho, principalmente a partir de que la guerra en Irak inflamara los sentimientos anti americanos.
Ante el declive de la influencia occidental sobre las acciones de su país, los mismos turcos deben resolver su crisis política. El mejor camino para ello podría ser el rechazo de la intervención militar con la reelección de AKP. Son comprensibles los miedos secularistas a una sigilosa islamización; pero el historial del AKP no los justifica y la intervención militar no es el camino para impedirla. Por el bien del estado que intentan proteger, los militares turcos deberían mantenerse al margen de la política.
La batalla por el alma de Turquía
Si los turcos han de escoger, la democracia es más importante que el secularismo
En una época en la que el fundamentalismo islámico parece estar en auge en todo el mundo, la visión de algo entre medio y un millón de personas marchando a través de Estambul en defensa del secularismo, es algo extraordinario. Por lo tanto, Turquía es un lugar extraordinario. Como país que practica mayoritariamente una democracia completamente secular, constituye una refutación viva de la extendida creencia en que democracia e islam son incompatibles.
No es la única razón por la que Turquía importa. Es un gran país y estratégicamente importante, tiene el mayor ejército en la OTAN después del de América, ofrece una ruta crucial para la energía hacia Europa que evita Rusia y es la fuente de la mayor parte del agua en Oriente Medio. Si las negociaciones en curso para su acceso a la Unión Europea tienen éxito, será el mayor país de la UE en población. Pero la razón por la cual los ojos del mundo están fijos en ella esta semana es la posibilidad de que el ejército pueda intervenir para limitar el papel del islam en el gobierno. Porque si Turquía no puede reconciliar islam y democracia, ¿quién puede?
Cyber soldados
A lo largo de los años la democracia turca ha demostrado ser vibrante pero frágil. Queda una ristra de golpes e intervenciones militares como testimonio del autoasumido papel como guardián de la república secular de Kemal Atatürk. El ejemplo más reciente tuvo lugar tan sólo hace una década: el denominado golpe postmoderno que llevó al desalojo de un gobierno islamista.
El 27 de abril el ejército dio señales de que podría volver a hacer lo mismo de nuevo. Poco antes de la medianoche, tras un día de votación parlamentaria para elegir nuevo presidente sin que se llegara a resultados concluyentes, el Estado Mayor del Ejército posteó en su website una declaración que atacaba el nombramiento de Abdullah Gül, ministro de Asuntos Exteriores, como presidente, e insinuaba sin demasiadas sutilezas un posible golpe de estado contra el gobierno islamista moderado del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), presidido por Recep Tayyip Erdogan, primer ministro que había nombrado a Gül. El 1º de mayo la Corte Constitucional anuló la primera vuelta del voto parlamentario a la presidencia, alegando que no estaban presentes los miembros suficientes. Sin demora, Erdogan declaró que convocaría unas elecciones parlamentarias anticipadas. Protestas callejeras, primero en Ankara y después en Estambul, aumentaron la tensión. Las cafeterías de la ciudad zumbaban con teorías conspirativas.
Dado el estado fraccionario de los partidos de oposición mayoritarios y su historial de gobierno en los pasados cuatro años, las encuestas anticipan que Erdogan obtendrá una nueva y sonada mayoría. Entonces podrá escoger entre volver a atacar con Gül como candidato presidencial o buscar a otro. Pero parece poco probable que seleccione uno que logre superar las objeciones del ejército y los secularistas.
Los seculares turcos siempre han desconfiado del AKP, que tiene raíces islamistas y que desde el gobierno ha jugado con las medidas islamistas moderadas. Les desagradan Gül y Erdogan muy especialmente porque sus esposas ostentan la pañoleta musulmana, que la república de Atatürk prohibió en los recintos públicos. Les inquieta la perspectiva de esas personas controlando no sólo el gobierno y el parlamento, sino también la presidencia. Temen que una vez se ciña esa triple corona, el AKP muestre su verdadero color y que éste sea más bien verde. Dado que la lectura de los textos islámicos no distingue entre religión y estado y que el fundamentalismo se está extendiendo por el mundo musulmán, es comprensible que el pueblo pueda contemplar tales miedos.
Pero eso no justifica una intervención militar como la del día 27. Por muy deseable que pueda ser la preservación del legado secular de Atatürk, no puede ser a expensas de anular el normal desarrollo de la democracia; incluso si ese proceso produce malos gobiernos, ineficaces, corruptos o moderadamente islamistas. Argelia, donde murieron 150.000 personas en una guerra civil tras unas elecciones en las cuales el voto de los islamistas fue anulado en 1992, aporta una dura lección sobre lo que puede ocurrir cuando los militares suprimen la voluntad del pueblo. Desde luego, Turquía no es Argelia; pero los ejércitos de cualquier país deberían llevar cuidado de no subvertir las elecciones. Es cosa de los votantes, no de los soldados, castigar a los gobiernos; y ahora tendrán la oportunidad de hacerlo en Turquía.
Puede que no quieran hacerlo. El gobierno de Erdogan ha sido el de más éxito en Turquía en el último medio siglo. Tras años de inestabilidad macroeconómica, el crecimiento es firme y fuerte, la inflación ha sido controlada y la inversión extranjera se ha disparado. Más impresionantes todavía han sido las reformas constitucionales y judiciales que ha impulsado el gobierno del AK. La corrupción sigue siendo una mácula, pero no hay indicios de que el gobierno esté buscando derrocar el orden secular en Turquía. El historial justifica el mayor logro del Erdogan: persuadir a la UE de que accediera a iniciar negociaciones para la integración, 40 años después de que una menos impresionante Turquía expresara por primera vez su deseo de candidar.
¿A quién le importa lo que piense Europa?
Por desgracia, el entusiasmo de la UE por el acceso de Turquía, nunca intenso, ha menguado de forma visible. Si Nicolas Sarkozy ganas las presidenciales francesas el 6 de mayo, será otro revés para las ambiciones turcas: está categóricamente en contra la idea de que alguna vez pueda llegar a integrarse en la UE.
En la práctica no hay posibilidad de que Turquía firme en la línea de puntos durante toda una década. Pero en el país, la percepción de que tantos miembros están en contra, reduce en sí misma la influencia de la UE. Si las perspectivas de la integración en la UE hubieran sido más obviamente claras, el ejército quizá no habría intervenido tan brutalmente. Pero tal como han ido las cosas, ante la tibia condena de la UE Ankara se encogió de hombros, especialmente después de que los americanos no dijeran anda en absoluto. Su influencia en Turquía también ha disminuido mucho, principalmente a partir de que la guerra en Irak inflamara los sentimientos anti americanos.
Ante el declive de la influencia occidental sobre las acciones de su país, los mismos turcos deben resolver su crisis política. El mejor camino para ello podría ser el rechazo de la intervención militar con la reelección de AKP. Son comprensibles los miedos secularistas a una sigilosa islamización; pero el historial del AKP no los justifica y la intervención militar no es el camino para impedirla. Por el bien del estado que intentan proteger, los militares turcos deberían mantenerse al margen de la política.
Etiquetas: AKP, alevíes, Ejército turco, Erdoğan, golpismo, Gül, libertad de culto, The Economist, Turquía
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