miércoles, diciembre 26, 2007

POLÉMICOS: La naúsea constructiva




"Eso era lo que no conseguía yo captar: la oquedad, la absoluta falta de adecuación entre la facilidad con la que es posible matar y la tremenda dificultad que debe de haber en morir. Para nosotros, era otro asqueroso día de trabajo; para ellos, el fin de todo".










Si es usted cristiano o musulmán y las fiestas de estos días le producen momentos de agobio o simplemente, quiere distanciarse un poco, de vez en cuando, de la presión social que generan las celebraciones, quizá debería comprarse el libro de Jonathan Littell, Las benévolas (RBA Eds., Barcelona, 2007). Si lo hace y el libro le gusta, se asegura distracción para rato, dado que la obra suma 979 páginas. Leyendo un centenar por día, que ya es dedicarle tiempo, tiene para una semana y media.

La extensión de la novela no es gratuita. De una parte, enlaza con cierta tradición masiva que posee la narrativa sobre el Holocausto, como esas nueve horas que dura el documental Shoha (1985) dirigido por
Claude Lanzmann. Pero además, la extensión de Las benévolas expresa un descomunal ejercicio de documentación. Aparte de haberse leído numerosas obras de referencia sobre el sujeto de la novela (y las hay a toneladas) es evidente que ha visitado personalmente la mayoría de los escenarios en los que transcurre la acción. Dado que Littell es joven (nacido en 1967) y neoyorkino, no posee la ventaja de contar con su propia memoria histórica ni, seguramente, la de su familia. Y además reside en Barcelona, hándicap adicional.

Todo ello le añade mérito adicional a su novela, un ejercicio muy logrado de novela histórica; y lo afirma el autor de estas líneas, que como historiador profesional, reniega de la inmensa mayoría de subproductos de esa índole que se pueden encontrar en los estantes de las librerías. Por todo ello, he procurado aplicar la lupa a Las benévolas; pero hasta el momento apenas encontré los descorazonadores anacronismos, exageraciones e inventos que adornan cual chorretones algunas de las obras más vendidas de nuestros hispánicos autores de gran éxito. En ocasiones el lector teme el desastre cuando Littell entreteje determinados aspectos de la biografía del personaje con la trama histórica de la época y su particular sicología, o con los mecanismos administrativos y la cultura política de los aparatos de seguridad del régimen nazi. Pero la incertidumbre se despeja en escasas páginas y Littell sale triunfante: siempre termina conservando una lógica coherente con la mentalidad y los usos de la época. Todo cuadra como si fuera un mecanismo de precisión.
















Oficiales y auxiliares femeninas de las SS se hacen una foto durante una celebración en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz. Colección Karl Höcker. "Al caer la tarde, interminables columnas de mujeres, niños y ancianos seguían subiendo por la rampa, por un largo corredor entre alambradas, hacia los Kremas III y IV, en donde tendrían que esperar turno, pacientemente, bajo los abedules, y la hermosa luz del sol poniente caía rasante sobre las cimas de los árboles de Birkenwald y alargaba hasta el infinito las sombras de las hileras de barracones, hacía brillar con opalescencias amarillas de cuadro holandés el color gris oscuro del humo, ponía dulces reflejos en los charcos y pilones y teñía de un naranja vivo y alegre los ladrillos de la Kommandantur; y de pronto me harté del todo y dejé plantado a Höss y me fui a la Haus en donde me pasé la noche redactando un virulento informe acerca de las deficiencias del campo"



Las benévolas es la historia de un oficial del Sicherheitsdienst (Servicio de Seguridad) de las SS, uno de los organismos más siniestros del régimen represivo nazi, responsable del aparato de inteligencia de los Schutzstaffel y por lo tanto, competidor del servicio de inteligencia militar, el Abwehr. Si bien es cierto que personal del SD estuvo directamente implicado en ejecuciones masivas y en la coordinación y mando de los Eisantzgruppen o unidades de “depuración”, seguridad y exterminio que acompañaban a las tropas de invasión en la Unión Soviética, su cometido principal fueron las labores de inteligencia, básicamente el contraespionaje y la seguridad del estado, lo que explica la elevada proporción de académicos que servían en sus cuadros de mando. De hecho, el protagonista de Las benévolas es un joven doctor en Derecho, que ingresa en la SD en 1936 y empieza su siniestra carrera como teniente de uno del Eisantzgruppe C en Ucrania, durante la Segunda Guerra Mundial.
















"Poneos en mi lugar. ¿Qué hombre sano de espíritu habría podido imaginarse nunca que iban a seleccionar a juristas para asesinar a personas sin juicio previo?". Miembros de un Eisantzgruppe en un descanso, Polonia, 1939. Las benévolas cuenta la historia desde el ángulo de los verdugos y les pone rostro. Fotografía procedente de la web: Aktion Reynhard Camps.

Su adscripción a las SD le permite a Littell justificar la refinada educación de su personaje, el teniente Maximilian Aue, nacido en Alsacia cuando la provincia pertenecía al Reich alemán y capaz de expresarse en un más que fluido francés. Por tanto, el personaje es un vehículo literario adecuado para describir el horror en el que participa con algo más que cinismo, un componente del relato de Littell que el lector deberá saborear por su cuenta. Por otra parte, el autor no utiliza el hecho de que Aue pertenezca a un círculo cultural y social selecto para eximirlo de responsabilidades: muy al contrario, el personaje acepta en diversos momentos y contextos que sólo le hecho de limitarse a mirar voluntariamente, sin hacer nada más, implica una responsabilidad. La tarea es delicada, porque Aue tiene que explicar su papel y posición en las matanzas sin aparecer como un convencido partidario de la “solución final”, pero tampoco como un imposible resistente, un concienciado héroe antinazi:

“Que quede claro una vez más: no intento decir que yo no sea culpable de tal o cual hecho. Soy culpable, y vosotros no, estupendo. Pero, pese a todo, deberíais ser capaces de deciros que lo que yo hice vosotros lo habríais hecho también. A lo mejor con menos celo, aunque quizá también con menos desesperación, pero, en cualquier caso, de una forma o de otra. Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo el mundo, o casi, en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuerais la excepción, como tampoco lo fui yo. Si habéis nacido en un país o una época en que no sólo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos de otros, dale gracias a Dios e id en paz. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro. Nos gusta eso de oponer el Estado, totalitario o no, al hombre vulgar, chinche o junco. Pero nos olvidamos entonces de que el Estado se compone de hombres, más o menos vulgares todos ellos, cada cual con su vida, su historia, la serie de casualidades que hicieron que un día se encontrara del lado bueno del fusil o de la hoja de papel, mientras que otros se encontraban del lado malo. A las víctimas, en la inmensa mayoría de los casos, nunca las torturaron o las mataron porque eran buenas, y sus verdugos no las torturaron porque fuesen malos. Pensar eso sería un tanto ingenuo, y basta con tratarse con cualquier burocracia, incluso de la Cruz Roja, para convencerse de ello” (pags. 28 y 29)


El rostro del autor: Jonathan Littell. Imposible no recordar sus rasgos cuando imaginamos al oficial Max Aue

Por otra parte, la posición privilegiada de Aue, permite narrativamente que a lo largo de la novela desempeñe variados cometidos y participe en operaciones diversas, lo que hace de Las benévolas algo más complejo, literariamente, que la clásica novela sobre el exterminio de los judíos y los campos de la muerte. Aue se pasea por los engranajes de la maquinaria del aparato de seguridad de las SS, y por eso la obra explica muchos detalles poco conocidos por el gran público, detalla los mecanismos de mando y toma de decisiones, y sobre todo, y de ahí que tenga un espacio en este blog, aporta datos interesantes sobre la política nazi del Nuevo Orden en Europa del Este y Rusia. ¿Sabían que los alemanes intentaron crear una República Ucraniana de Polesia, dirigida por Taras Borovets, antiguo propietario de una cantera? Pero éste favorecía a los de la Organización de Nacionalistas Ucranianos, facción partidaria de Stepan Bandera, a quien inicialmente había intentado instrumentalizar el servicio de inteligencia de la Wermacht, el denominado Abwehr. Pero al final generó tantos problemas que Bandera fue detenido y las unidades que componían el Batallón Nachtigall (Ruiseñor), la primera formación de tropas extranjeras del Ejército alemán, tuvo que ser desbandado tras una serie de insurrecciones. En cambio, el más moderado nacionalista ucraniano Andrij Melnik había sido apoyado por la SD, lo que terminó generando una guerra civil de baja intensidad entre partidarios de éste y de Bandera.

Reinard Heydrich, jefe supremo de la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA) y para algunos, posible sucesor del mismo Hitler. La novela de Littell escruta con precisión los juegos de poder en los altos círculos de la RSHA.










Littell desliza numerosos detalles sobre los entresijos del Nuevo Orden en Europa oriental, como las teorías del doctor Voss, de la Abwehr, sobre los pueblos del Cáucaso. O las intrigas políticas en Hungría hacia el final de la guerra, la estructura productiva de los campos de concentración en Polonia. Incluso hay detalles para entendidos, verdaderos guiños. Página 69: Max Auer participa en una cena en Lemberg (o L´viv, o Lwów, según la lengua que se utilice) con varios oficiales de la SD y la Abwehr. A ella acude el profesor Theodor Oberländer. Es julio de 1941, y en las calles está teniendo un brutal pogromo contra los judíos, protagonizado por los nacionalistas ucranianos:

“Disculpe mi ignorancia –pregunté mientras nos acomodábamos-, pero ¿qué es esa insignia?.” -- “Es el distintivo del Nachtigall, respondió Weber, un batallón especial del Abwehr reclutado entre los nacionalistas ucranianos del occidente de Galitzia.” – “El profesor Oberländer está al mando del Nachtigall. Así que nos hacemos la competencia”, intervino Thomas. – “Está usted exagerando, Hauptsturmführer.”—“No tanto. Ustedes se han traído a Bandera en el equipaje, y nosotros a Melnyk y al comité de Berlín”. La charla no tardó en hacerse vehemente. Nos sirvieron vino. “Bandera puede sernos útil”, afirmaba Oberländer – “¿En qué? –replicó Thomas-. Su gente está fuera de quicio, sueltan proclamas por todas partes sin consultar a nadie”. Alzó los brazos: “Las independencia. ¡Estamos frescos!”- -- “¿Cree que Melnyk lo haría mejor?” – Melnyk es un hombre sensato. Anda buscando una ayuda europea, no el terror. Es un político y está dispuesto a trabajar con nosotros a largo plazo, lo cual nos deja más opciones” --- “Quizá, pero la calle no lo escucha.” –“¡Unos fanáticos! Si no se calman, ya les sentaremos las costuras”. Bebíamos. El vino era bueno. Un poco áspero, pero muy opulento. “¿De dónde viene preguntó Weber golpeando el vaso con la uña. – “De Transcarpatia, supongo”, contestó Thomas.

Pues bien, el tal profesor Obërlander, fallecido en 1998, nazi convencido de la primera época, fue uno de los asesores alemanes en política de minorías para los territorios de la URSS, tras haber impulsado la “limpieza“ de judíos en Pomerania y Prusia Oriental entre 1933 y 1935. Tras servir como comisario del Batallón Nachtigall, comandó el Sonderverband Bergmann compuesto de tropas alemanas y de diversos pueblos del Cáucaso. Lo interesante del caso es que después de la Segunda Guerra Mundial, Obërlander desarrolló una fructífera carrera política en la República Federal Alemana: militó en el Partido Democrático Libre, luego en el Bloque de Refugiados y Expulsados y finalmente, en la Unión Cristiano Demócrata a partir de 1956. Tuvo un cargo ministerial en con Adenuaer, pero su nombre estuvo unido al escándalo de sus actividades durante la Segunda Guerra Mundial. Se el acusó en varias ocasiones de haber participado en crímenes de guerra, incluyéndose la autoría del pogromo de L´viv o Lemberg que relata Littell en su libro, pero siempre sin éxito.



"En cuanto al Standartenführer Blobel, lo habían sacado de la Staaspolizei de Düsseldorf; seguramente lo único que había hecho en la vida era detener asociales u homosexuales, y quizá algún comunista de vez en cuando. En Pretzsch, contaban que había sido arquitecto; estaba claro que no había hecho carrera. No era lo que podíamos llamar un hombre agradable".


Y como Obërlander, hay otros muchos personajes verídicos pero olvidados que desfilan por Las benévolas, como el enloquecido Standartenführer Blobel, superior de Aue durante la primera parte de la novela, la esposa de Eichmann y sus hábitos culinarios o Robert Brasillach. Y los ambientes de la extrema derecha intelectual francesa que frecuenta y conoce; o el Stalingrado asediado y gélido, los devastadores bombardeos aliados sobre Alemania, el mundo de los pasillos y los automatismos burocráticos de Berlín, las familias de los jerarcas nazis y sus intimidades: Littell escribe con aplomo de todo ello y da la sensación de haberlo vivido, de ser la reencarnación real del verdadero Max Auer, que es uno de los escasos personajes de la novela que no existieron. Y al final de ese trozo de Europa palpitante que es Las benévolas, el Premio Goncourt, concedido a un libro en realidad extraño, que su autor redactó en francés y que es un final de época revivido en este otro final de época que es nuestro mundo, tan lejano y tan cercano a la vez. Por cierto: si tienen escrúpulos por comprarse este libro en las fiestas navideñas, recuerden que el día de Nochebuena se cometió un nuevo atentado brutal en Irak, más muertos civiles, y ni un acto de protesta, nada. Nos hemos acostumbrado. Y volverán a acostumbrarse al despiadado mundo del Tercer Reich cuando vayan leyendo las páginas de Las benévolas y posiblemente vayan olvidando, de nuevo, que mirar sin hacer nada, simplemente eso, ya es colaborar.



Oficiales alemanes filman y fotografían el pogrom de L´viv o Lwów (Lemberg, en alemán) en la calle Zamarstynowska (entonces y en la actualidad). Observar y no intervenir. Fotografías procedentes de la web Aktion Reynhard Camps (ARC)

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