viernes, marzo 30, 2007

Los turcos en el cine (2): “Hamam”

Cartelera de la versión alemana del film. "Hamam" fue una exitosa coproducción turco-italo-española.















El film “Hamam” ha terminado por convertirse en uno de los títulos clásicos de cualquier “filmoteca gay”, como recomiendan los catálogos especializados que se pueden encontrar en la red. De hecho, la cosa va más allá porque el mismo icono tipo “seducción-en-hamam” parece haber gozado de algún predicamento estético en el espacio de la fantasía homosexual masculina, sin duda derivado del escenario ligue-en-la-sauna. Ciertamente hubo razones para que el film diera mucho de sí en ese sentido: uno de los componentes narrativos de la obra abordaba la relación amorosa entre Francesco, el protagonista (Alessandro Gassman) y el joven Mehmet, encarnado por el actor turco Mehmet Günsur, ciertamente apuesto. El film contenía una escena de amor bastante explícita entre los dos hombres, lo que hace diez años aún podía dar lugar a cierto escándalo –como así fue en la misma Turquía. Por otra parte, Ferzan Özpetek dirigió posteriormente “El hada ignorante” (2001) cuyo argumento recordaba bastante al de “Hamam”: una mujer cuyo marido ha fallecido en accidente de tráfico descubría que su marido mantenía una relación homosexual. Ella busca al amante y en ese proceso descubría y se involucraba en todo el mundo social que le rodeaba. La integración de personajes desnortados y solitarios en nuevas familias, recuperando segundas madres o padres, es un tema recurrente en Özpetek.






Francesco (Alessandro Gassman) llega a Estambul. Primer contacto con el paraíso perdido









Sin embargo, como reconocía el mismo Alessandro Gassman (hijo del mítico Vittorio Gassman) en una entrevista, el componente homosexual no era central en la película. El resultado narrativo hubiera sido similar si el protagonista se hubiera enamorado de la hija del matrimonio que lo acoge, en vez del hijo. La cuestión es que Francesco se descubre a sí mismo y deviene mejor de lo que fue anteriormente. En efecto, el film no es bandera de la opción gay. El protagonista busca un nuevo entorno afectivo y lo descubre en la familia de Omar, que había regentado el baño turco adquirida por su tía Anita, la “Madame” del film, que lo preside en todo momento sin aparecer nunca en efigie o en flash back memorístico, como una “Rebeca” (Hitchcock, 1940) positiva. Y éste sí es un asunto que parece recurrente en Özpetek, y que también es el núcleo argumental de “El hada ignorante”. De hecho, al comienzo de “Hamam”, encontramos que el film está dedicado “A la segunda madre”. Y ese es uno de los enigmas del film, porque a través de sus cartas leídas en off y de algunos detalles (las preguntas de Francesco al ex diplomático Óscar, las fotografías que guardaba Anita de su supuesto sobrino y su cuñado, el motivo nunca explicado, de la drástica ruptura entre ésta y su hermana).

Pero ese es sólo una de las claves de “Hamam”. La otra es más usual en los films que tienen a Estambul como protagonista. Francesco llega a la ciudad y descubre que el tiempo se ha detenido y que gracias a ello, puede empezar de nuevo. Es la oportunidad única, tanto más milagrosa cuanto que aquello que parece casual –su viaje a la ciudad- parece formar parte del destino que le está reservado. Porque Anita recorrió ese camino antes que él, y fue feliz; y porque Anita es de su sangre, es muy afín a él, quizás incluso es su madre verdadera. Una aventurera italiana, como se define a sí misma. Una mujer anhelante de vida, alta, bella, inteligente y animosa, que ama a los hombres –con ese vitalismo cálido y positivo del “
Hombre que amaba a las mujeres”, de Truffaut (1977). Y que en el film se afirma que fue pareja de un personaje afín a su carácter: Nazim Hikmet.
















Francesco y Mehmet. El hamam como ámbito de sensual deshinibición, pero también espacio atemporal




Estambul como némesis, como lugar donde el tiempo se detiene. Y percibimos que Francesco entra en el embrujo mientras un plato de cobre gira perezosamente, eternamente, en la pila de agua del primer hamam en el que descansa. O en esa escena en la que se queda dormido en la mesa –ha llegado a su destino, al fin- tras cenar con su nueva familia de adopción. Pero hay otros momentos cumbre más explícitos de esa intensa emoción tranquila: Francesco y su ex mujer, Marta, leyendo cada uno por separado las viejas cartas en uno de los “vapur” que cruzan el Bósforo (si, ambos coinciden en ese pequeño rito); o ese hondo colofón, con Estambul ejerciendo su enorme potencia de absorción final, y Marta fumando como Anita, porque en realidad ya es Anita.

Resulta muy significativo que en varias de las películas que tienen a Estambul como protagonista, sea una constante argumental el retorno a la ciudad; para quedar fatalmente atrapado. Ahí está la mismísima “Contra la pared” (2004), de Fatih Akın, que de hecho le afectó a él mismo, como turco alemán que es, y le llevó a dirigir “Cruzando el puente” (2005). Ahí está también: “El señor Ibrahim y las flores del Corán” (2003) de François Dupeyron, aunque en este caso Estambul no es el destino final, sino la puerta de entrada al viaje postrero, donde el pequeño Momo recogerá la muy personal herencia que le deja la persona más querida, como hace Francesco en “Hamam”. También el griego Fanis regresa a Estambul, para reencontrarse con la tienda de especies de su abuelo en “Un toque de canela” (2003, Tassos Boulmetis); y es, como en las demás historias, un impulso irresistible. Desideria, la protagonista de “La pasión turca” (Vicente Aranda, 1994), es víctima del viaje a Estambul, y la historia termina muy mal para ella; destino trágico que comparte con Francesco en “Hamam” y no deja de ser curioso que provenga de la imaginación de autores italianos y españoles.


Bruno Ganz contempla el estuario del Tajo tras la cortina de su pensión en Lisboa. El tiempo está suspendido.


Resultaría sencillo liquidar todo esto con el habitual topicazo: el embrujo de Estambul surge de su calidad de puerta entre Oriente y Occidente. En 1983, el director Alain Tanner demostró que Lisboa posee poderes similares. Cuando Paul, el marino suizo, entra en un bar de la capital lusitana, queda prendado por el reloj de pared que marcha al revés. Y ahí está: el tiempo detenido, no hay vuelta atrás; y Paul, como Francesco, le escribe a su esposa explicándole que no sabe cuándo regresará, ni qué va hacer con su vida. Bruno Ganz, En la ciudad blanca, en el vacío de tiempo condensado de vida. Sólo la ciudad frente al estuario, iguales Lisboa y Estambul, bellezas arrasadas, viejas capitales de imperios con tranvías y vaporetos atravesándola como espectros. Al igual que las góndolas. Como Venecia, sólo el mar y Tažio, el adagietto de Mahler y el voluntario viaje sin retorno de Gustav von Aschenbach, enamorado, de la ciudad crepuscular, el elefante que va a morir a un territorio mítico. Y entonces, quizás, ahí está la clave, de Venecia, de Lisboa o Estambul: “Aquel que ha contemplado la belleza está destinado a seducirla o morir

















Venecia es otra de las ciudades atemporales en las que belleza y decadencia pueden coincidir en el eterno viaje final


Hamam” se completa con una hermosa y melancólica banda sonora, obra del compositor Aldo De Scalzi, inspirada en piezas de la música clásica turca de comienzos del siglo XX y en los ritmos rituales de los derviches giróvagos de Konya, acompañamiento simbólico –pero quizás un tanto ruidoso para el film- del rito iniciático que es el viaje de Francesco a Estambul. A notar: los viejos caserones de madera, restos de la arquitectura otomana y que no parecen propios del barrio de Fatih, como sugiere el film, sino más bien de Üsküdür. En cuanto al nombre del hamam de Anita y Francesco, “El Sultán de los Espejos”…

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