Chechenia, año III (Jonathan Littell)
"Académico Kadírov": caricatura en clave expresionista sobre el actual presidente de Chechenia y sus grotescas pretensiones
Una vez más, como en Las benévolas o en Lo seco y lo húmedo, Littell debe sobrellevar en Chechenia, año III, ese problema de mantenerse a la altura de la imagen de enfant terrible que él mismo cultiva, incluso con cariño, desde las mismas fotos de contraportada. Por lo tanto, el libro resulta un tanto desconcertante; pero no por lo que dice, sino por cómo está estructurada la narración y por lo que parecen sentimientos encontrados del autor, quizás un tanto innecesarios si el libro fuera más académico, o prescindiera de un barniz de compromiso que a veces parece que incluso le molesta al mismo Littell.
Pero debe quedar claro que Chechenia, año III es un gran libro, por lo que, desde estas líneas se recomienda encarecidamente su lectura. Algo que, además, resulta fácil y agradable, porque la obra está escrita con agilidad y sólo abarca 118 páginas con letra en cuerpo generoso. Eso tiene mucho mérito: no es fácil acumular el ingente material que obtiene Littell, entre viajes, entrevistas, estudio y recuerdos, y dejarlo todo bien apañadito en un centenar de páginas.
La clave de la estructura del libro nos la ofrece el mismo Littell en las páginas de la cortísima introducción: escribió una primera versión del reportaje “con un enfoque optimista en términos generales”. Pero el posterior asesinato de la cooperante de Memorial, Natalia Estemirova, y otros sucesos similares que siguieron a continuación, le hicieron replanteárselo. Lo que ocurre es que parece como si los cambios se concentraran en los primeros capítulos del libro, y el resto apenas hubiera sufrido retoques; a excepción del corto y precipitado final onírico: artificioso y bastante tópico. Por lo tanto, Chechenia, año III, despliega una estructura como en flash back, con un arranque negro que desemboca en un final cada vez más positivo, si se puede decir así. La apoteosis está en la página 114, cuando leemos la siguiente especie de conclusión:
“La mayoría de los chechenos opina claramente que han ganado la guerra. Mi amigo Vaja exclamó durante una de nuestras conversaciones: ‘¿Qué ha sacado Rusia de todo esto? Rusia ha perdido. De hecho, somos independientes. Ramzán [Kadírov] no dejará nunca de proclamar que es leal a Rusia, pero aquí es el amo. La ley rusa no se aplica aquí. Los rusos no podrán nunca volver a vivir en Grozni’. Omar Janbiev, Kurúyev, el otro Omar, dicen lo mismo, o casi”
En efecto, dentro de las fronteras de Chechenia la muy escasa actividad guerrillera es de signo básicamente yihadista, fundamentalista islámica, y se limita a operar por la zona de la frontera ingushia, cerca de los pueblos de Bamut y Stari-Achjoi; eso es todo. Y es que Kadírov ha logrado que los comandantes de la antigua guerrilla nacionalista regresaran del exilio; muchos de ellos tienen cargos en la nueva República. “Todo cuanto queríamos entonces ya lo tenemos” –le confía un ex comandante guerrillero a Littell tras regresar desde Londres a Grozni.
Bien mirado, eso no deja en muy bien lugar a los cuadros de la antigua guerrilla., que en sus inicios era de signo nacionalista. Porque es evidente que ahora hay miedo hacia Kadírov, el cual es un personaje atroz que gobierna como un corrupto y poderoso señor feudal. Pero parece que de momento pueden más las conveniencias. Y entre ellas se encuentran la instauración de la sharia en la nueva Chechenia, lo que incluye la poligamia e instituciones como el centro médico islámico de Grozni, “donde se tratan las enfermedades orgánicas a base de sangrías y métodos tradicionales y las enfermedades mentales a base de exorcismos terriblemente espectaculares”. O la Mezquita Mayor de la capital, copia de la Mezquita Azul de Estambul, toda de mármol, y decorada a mano por artesanos turcos.
Por lo tanto, un interesante reportaje, por inquietante; que es lo que deseaba Littell cuando lo publicó. Y digno de leerse, precisamente por esa ambivalencia de fondo. Lo que quiere decir que las apresuradas reseñas comerciales que nos presentan la obra como el fresco de una Chechenia aterrorizada por las desaparaciones, torturas y asesinatos sistemáticos de un régimen marioneta de Moscú, están simplificando el asunto. Todo es un enorme claroscuro, menos las víctimas de Memorial, que intentan aportar alguna luz.
Littell deja bien claro en varias ocasiones que los rusos hacen ya bien poco en Chechenia: Kadírov tiene incluso el control de los servicios de inteligencia, incluyendo la ORB-2 (pags. 100-101). En la república norcaucásica, los enfrentamientos que se producen de vez en cuando enfrentan al régimen de Kadirov, contra los restos de la guerrilla yihadista, que justamente por su debilidad allí, ha cobrado fuerza en las repúblicas y territorios vecinos. Régimen apoyado por esa importante base política de antiguos líderes chechenos que combatieron en las dos guerras de independencia, y que al parecer, tienden a considerar que Masjádov era un hombre demasiado débil.
Régimen que tiene unas relaciones bastante más ambivalentes con Moscú de lo que suele decirse, algo que Littell reitera en varias momentos del libro, con diversos ejemplos: quizá los rusos, a través del FSB, apoyan al yihadista Dokku Umarov para contrarrestar el peso específico de Kadírov (pag. 100); "Kadírov es un arma de doble filo para los rusos" por su ejército privado de 20.000 hombres y los recursos con que cuenta, que Moscú puede controlar escasamente (pag. 113); Kadírov tiene planes estratégicos y los rusos no (pag. 115); "Moscú no tiene más opción que creer en Ramzan [Kadírvo]. Y él lo sabe perfectamente" (pag. 117).
Y en medio de todo, los planteamientos posibilistas, algo de lo cual habla uno de los periodistas que mejor conocen los conflictos en Cáucaso Norte, Andrei Babitski: "Ahora, por lo menos, la gente ya no muere en masa. Puede criar a sus hijos y pensar en el futuro"; o eso es lo que le dijo a Littell y éste plasmó en su libro (pag. 116). Leer puntualmente la célebre web de Babitski, Prague Watchdog, da en qué pensar. Todo es bastante ambivalente, todo es más gris que blanco y negro: Jonathan Little acertó en el tono para el polémico conflicto que trata en su libro. No apto para ingenuos.
Pero debe quedar claro que Chechenia, año III es un gran libro, por lo que, desde estas líneas se recomienda encarecidamente su lectura. Algo que, además, resulta fácil y agradable, porque la obra está escrita con agilidad y sólo abarca 118 páginas con letra en cuerpo generoso. Eso tiene mucho mérito: no es fácil acumular el ingente material que obtiene Littell, entre viajes, entrevistas, estudio y recuerdos, y dejarlo todo bien apañadito en un centenar de páginas.
La clave de la estructura del libro nos la ofrece el mismo Littell en las páginas de la cortísima introducción: escribió una primera versión del reportaje “con un enfoque optimista en términos generales”. Pero el posterior asesinato de la cooperante de Memorial, Natalia Estemirova, y otros sucesos similares que siguieron a continuación, le hicieron replanteárselo. Lo que ocurre es que parece como si los cambios se concentraran en los primeros capítulos del libro, y el resto apenas hubiera sufrido retoques; a excepción del corto y precipitado final onírico: artificioso y bastante tópico. Por lo tanto, Chechenia, año III, despliega una estructura como en flash back, con un arranque negro que desemboca en un final cada vez más positivo, si se puede decir así. La apoteosis está en la página 114, cuando leemos la siguiente especie de conclusión:
“La mayoría de los chechenos opina claramente que han ganado la guerra. Mi amigo Vaja exclamó durante una de nuestras conversaciones: ‘¿Qué ha sacado Rusia de todo esto? Rusia ha perdido. De hecho, somos independientes. Ramzán [Kadírov] no dejará nunca de proclamar que es leal a Rusia, pero aquí es el amo. La ley rusa no se aplica aquí. Los rusos no podrán nunca volver a vivir en Grozni’. Omar Janbiev, Kurúyev, el otro Omar, dicen lo mismo, o casi”
En efecto, dentro de las fronteras de Chechenia la muy escasa actividad guerrillera es de signo básicamente yihadista, fundamentalista islámica, y se limita a operar por la zona de la frontera ingushia, cerca de los pueblos de Bamut y Stari-Achjoi; eso es todo. Y es que Kadírov ha logrado que los comandantes de la antigua guerrilla nacionalista regresaran del exilio; muchos de ellos tienen cargos en la nueva República. “Todo cuanto queríamos entonces ya lo tenemos” –le confía un ex comandante guerrillero a Littell tras regresar desde Londres a Grozni.
Bien mirado, eso no deja en muy bien lugar a los cuadros de la antigua guerrilla., que en sus inicios era de signo nacionalista. Porque es evidente que ahora hay miedo hacia Kadírov, el cual es un personaje atroz que gobierna como un corrupto y poderoso señor feudal. Pero parece que de momento pueden más las conveniencias. Y entre ellas se encuentran la instauración de la sharia en la nueva Chechenia, lo que incluye la poligamia e instituciones como el centro médico islámico de Grozni, “donde se tratan las enfermedades orgánicas a base de sangrías y métodos tradicionales y las enfermedades mentales a base de exorcismos terriblemente espectaculares”. O la Mezquita Mayor de la capital, copia de la Mezquita Azul de Estambul, toda de mármol, y decorada a mano por artesanos turcos.
Por lo tanto, un interesante reportaje, por inquietante; que es lo que deseaba Littell cuando lo publicó. Y digno de leerse, precisamente por esa ambivalencia de fondo. Lo que quiere decir que las apresuradas reseñas comerciales que nos presentan la obra como el fresco de una Chechenia aterrorizada por las desaparaciones, torturas y asesinatos sistemáticos de un régimen marioneta de Moscú, están simplificando el asunto. Todo es un enorme claroscuro, menos las víctimas de Memorial, que intentan aportar alguna luz.
Littell deja bien claro en varias ocasiones que los rusos hacen ya bien poco en Chechenia: Kadírov tiene incluso el control de los servicios de inteligencia, incluyendo la ORB-2 (pags. 100-101). En la república norcaucásica, los enfrentamientos que se producen de vez en cuando enfrentan al régimen de Kadirov, contra los restos de la guerrilla yihadista, que justamente por su debilidad allí, ha cobrado fuerza en las repúblicas y territorios vecinos. Régimen apoyado por esa importante base política de antiguos líderes chechenos que combatieron en las dos guerras de independencia, y que al parecer, tienden a considerar que Masjádov era un hombre demasiado débil.
Régimen que tiene unas relaciones bastante más ambivalentes con Moscú de lo que suele decirse, algo que Littell reitera en varias momentos del libro, con diversos ejemplos: quizá los rusos, a través del FSB, apoyan al yihadista Dokku Umarov para contrarrestar el peso específico de Kadírov (pag. 100); "Kadírov es un arma de doble filo para los rusos" por su ejército privado de 20.000 hombres y los recursos con que cuenta, que Moscú puede controlar escasamente (pag. 113); Kadírov tiene planes estratégicos y los rusos no (pag. 115); "Moscú no tiene más opción que creer en Ramzan [Kadírvo]. Y él lo sabe perfectamente" (pag. 117).
Y en medio de todo, los planteamientos posibilistas, algo de lo cual habla uno de los periodistas que mejor conocen los conflictos en Cáucaso Norte, Andrei Babitski: "Ahora, por lo menos, la gente ya no muere en masa. Puede criar a sus hijos y pensar en el futuro"; o eso es lo que le dijo a Littell y éste plasmó en su libro (pag. 116). Leer puntualmente la célebre web de Babitski, Prague Watchdog, da en qué pensar. Todo es bastante ambivalente, todo es más gris que blanco y negro: Jonathan Little acertó en el tono para el polémico conflicto que trata en su libro. No apto para ingenuos.
"Amirs Caucasus", 2009: comandantes de la guerrilla del emirato del Cáucaso Norte. Moscú permitió a Kadírov enviar sus hombres a luchar en Ingushetia contra este tipo de guerrillas que, ocasionalmente, también operan en Chechenia
Etiquetas: Chechenia, Littell, Ramzán Kadírov, Rusia