El Festival del Eurocontrol (1)
Sin complejos: el campeón de catch irlandés Sheamus O'Shaunessy, promociona a "Dustin the Turkey", el pavo de gomaespuma que representará a la católica isla en el Festival de Eurovisión 2008. En Bruselas esperan con la respiración contenida el resultado del referéndum irlandés sobre el nuevo tratado de la Unión Europea, en la segunda semana de junio. Irlanda es el único de los 27 Estados miembros de la UE que celebrará un referéndum sobre el tratado. Un posible "no" por parte del votante irlandés echaría otra vez abajo el proyecto para poner fin a años de debate sobre las reformas institucionales de la Unión. ¿Refleja "Dustin" la actual concepción que tienen los irlandeses sobre la UE?
La nota apareció en “La Vanguardia” el pasado 8 de marzo, cuando aún no se había desencadenado la tormenta del “Chiki chiki”, es decir, la victoria total e inesperada de la canción de Chikilicuatre (el cómico catalán David Fernández) que este año representará a España en el Festival de Eurovisión (pinchar aquí para la versión en serbio a cargo de Bojana Vešković). A estas alturas, el resultado de la votación por sms se confunde para muchos lectores de nuestra prensa con los porcentajes emitidos en las legislativas del pasado domingo. “Confío en que esos electores [los de Chikilicuatre] actuaran con otros criterios en la cita que el domingo teníamos todos los españoles en las urnas” –afirmaba el pasado 12 de marzo una lectora en la sección de Cartas al Director de “El País”. Lo curioso no es que haya ciudadanos que piensen así, sino que uno de los principales periódicos del país decida que la carta posee el suficiente peso intelectual o interés social como para publicar la reflexión.
La nota a la que se hacía referencia más arriba venía firmada por el reportero Plàcid García-Planas, habitual durante un tiempo en los conflictos balcánicos y Palestina. Escribe el periodista: “En el este, la esquizofrenia: Todos quieren estar cerca de Londres, Berlín o París; pero en Eurovisión –mira qué bien- sólo se votan a ellos mismos”. Hubo un tiempo en que Massiel representó para España un estrafalario aliento de aceptación europea. Ahora, los del Este magnifican el festival de Eurovisión y víctimas del correspondiente sarampión de ingenuidad transicional, creen que significa algo, al margen de su más puro interés lúdico. Sï: durante años, los de Occidente también agitamos banderitas y libramos batallas nacionales, voto a voto, en torno a grupos como “Abba” (suponiendo que el europop merezca un lugar destacado en la historia de la música) pero arropando también, cada dos por tres, a intérpretes impresentables de los que nadie se acuerda, y es bueno que así sea. En el ínterin, la mayoría de los países occidentales ni siquiera concurren ya a Eurovisión; comenzando por Italia, verdadera potencia de la canción melódica, y continuando por Gran Bretaña. De hecho, los países occidentales ya están en minoría, incluso contando con Islandia y Andorra.
Lo chocante es que en España estemos viviendo un proceso de regresión infantil en torno a la canción del “Chiki chiki”. Personalmente, y ya que estamos en onda, tenía la esperanza de que la charlotada sirviera para terminar de sacudirnos de encima algunos complejos de aldeanos en imagen exterior; por lo visto, aún nos luce el pelo de la dehesa. Pero hay algo peor que se mueve por ahí debajo.
Logo de "Bushido": intérprete bosnio de turbofolk-bosnio-euroislamista con toques de yugoslavismo reconciliatorio. Es sólo un ejemplo posible entre decenas, repartidos en las repúblicas ex yugoslavas y más allá. El guirigay de tendencias musicales etno-manele-turbo-raperas (por decir algo) en los Balcanes es, simplemente, fenomenal. No se puede reducir a los vetustos parámetros de hace una década, como hace la entrada de Wikipedia dedicada a turbo-folk
La nota a la que se hacía referencia más arriba venía firmada por el reportero Plàcid García-Planas, habitual durante un tiempo en los conflictos balcánicos y Palestina. Escribe el periodista: “En el este, la esquizofrenia: Todos quieren estar cerca de Londres, Berlín o París; pero en Eurovisión –mira qué bien- sólo se votan a ellos mismos”. Hubo un tiempo en que Massiel representó para España un estrafalario aliento de aceptación europea. Ahora, los del Este magnifican el festival de Eurovisión y víctimas del correspondiente sarampión de ingenuidad transicional, creen que significa algo, al margen de su más puro interés lúdico. Sï: durante años, los de Occidente también agitamos banderitas y libramos batallas nacionales, voto a voto, en torno a grupos como “Abba” (suponiendo que el europop merezca un lugar destacado en la historia de la música) pero arropando también, cada dos por tres, a intérpretes impresentables de los que nadie se acuerda, y es bueno que así sea. En el ínterin, la mayoría de los países occidentales ni siquiera concurren ya a Eurovisión; comenzando por Italia, verdadera potencia de la canción melódica, y continuando por Gran Bretaña. De hecho, los países occidentales ya están en minoría, incluso contando con Islandia y Andorra.
Lo chocante es que en España estemos viviendo un proceso de regresión infantil en torno a la canción del “Chiki chiki”. Personalmente, y ya que estamos en onda, tenía la esperanza de que la charlotada sirviera para terminar de sacudirnos de encima algunos complejos de aldeanos en imagen exterior; por lo visto, aún nos luce el pelo de la dehesa. Pero hay algo peor que se mueve por ahí debajo.
Logo de "Bushido": intérprete bosnio de turbofolk-bosnio-euroislamista con toques de yugoslavismo reconciliatorio. Es sólo un ejemplo posible entre decenas, repartidos en las repúblicas ex yugoslavas y más allá. El guirigay de tendencias musicales etno-manele-turbo-raperas (por decir algo) en los Balcanes es, simplemente, fenomenal. No se puede reducir a los vetustos parámetros de hace una década, como hace la entrada de Wikipedia dedicada a turbo-folk
“El año pasado, Serbia –vencedora- obtuvo 12 puntos de cada una de las ex repúblicas yugoslavas, incluidas las Croacia de Vukovar o la Bosnia de Srebrenica” –continúa Plàcid García-Planas con un punto de indignación indisimulado. Esta es buena: por lo visto, "desde aquí" nos corresponde dar luz verde a cualquier forma de reconciliación que intenten "los de allí", y no vale cualquier cosa que no sea una buena misa o un juicio justiciero. De la misma manera que la destacada lectora de "El País" insinúa que las legislativas españolas del 9-M 2008 pueden ponerse a la altura de Eurovisión - Belgrado 2008, García-Planas parece considerar un acto de interés geoestratégico o incluso moral en el hecho de que Croacia o Bosnia (con toda la simplicidad que conlleva hablar de “Croacia” o “Bosnia”, así, en abstracto) voten por Serbia en… el Festival de Eurovisión. Deberían haber tenido en cuenta a Vukovar o Srebrenica. Qué falta de seriedad, qué bárbaros. Han pasado más de quince años en un caso y una década en el otro, pero aún no les hemos dado permiso para que superen el asunto. Y menos utilizando "nuestro" Festival de Eurovisión.
Este tipo de reflexiones son banales, desde luego. “El cachondeo está asegurado” –concluye García-Planas con toda la razón del mundo y parte de la europea. Pero en serio, en broma o a medias, ignoran las realidades locales. Como por ejemplo, que los soldados musulmanes escuchaban la misma música turbo-folk que sus enemigos serbios en plena guerra de Bosnia; música, por ejemplo, que según revela un estudio reciente del diario croata “Jutarnji List”, se está poniendo de moda entre los jóvenes croatas: les gusta nada menos que al 43% de los que tienen entre 17-18 años de edad. "Los jóvenes están fascinados. Es una verdadera fiebre de turbo folk. He tratado de poner música diferente, pero el público me abucheaba y se iba a su casa. Ellos quieren esto," dice Ivica Sovic, el propietario de la discoteca “Sova” en las afueras de Zagreb, uno de los templos de la nueva moda. Desde luego, existe turbo-folk albanés guego de Kosovo ¿O se creían que era cosa de chetniks? Y por si faltara alguna guinda, el turbo-folk ha sido utilizado incluso en una marcha gay en Viena.
En fin: a veces, breves apuntes en secciones no frecuentadas por el periodista, hacen aflorar en estado bruto esa peculiar forma de razonar que nos gastamos en Occidente y llevamos agazapada en las entretelas. Hemos sido nosotros los que nos hemos inventado crisis, guerras, etnias, pueblos, identidades: una “nación kosovar”, los “bosnio-musulmanes”, los “eslavo-macedonios”, reconocimiento diplomático para unos y no para otros, hoy toca, mañana no toca, premiamos la insurgencia armada aquí, nombramos terroristas allá. Lo de siempre: Europa, el polvorín de los Balcanes.
Una moneda croata de 25 kunas, batida en 2005 en conmemoración de la candidatura oficial del país a la UE. El hecho se produjo entre fuertes presiones de algunos países de la Unión, con especial protagonismo austriaco, a cambio de no bloquear la candidatura turca.
Pero a la postre -y de ello es síntoma lo dicho- parece que en realidad nunca nos hemos creído eso de que son realmente europeos, de que tienen derecho a expresar sus temores, intereses y/o puntos de vista. Desde aquí nos encanta pensar que caerán de rodillas ante la modernidad occidental hasta el punto de reconocer públicamente que son unos horteras pueblerinos y renunciar a sus dioses. Gran desconcierto cuando se comprueba que compartimos las mismas creencias y similar escala de valores (o restos de la misma). Y no es un problema actual, sino una constante histórica de las relaciones entre Europa occidental y los países del Este, y más en especial del Sudeste: nos suele molestar profundamente que ellos copien, utilicen o intenten emular nuestras iniciativas. Como contrapartida, siempre se mira con sospecha lo que llega de allí: existe una especie de alerta permanente sobre la competencia de sus científicos, la solvencia de sus negocios, la validez de sus ideas, la originalidad de su cultura. Sus sentimientos nacionalistas, al parecer, nos resultan excesivos, como si nosotros no viviéramos inmersos en cotidianos argumentos patrióticos, por no decir, pura y simplemente, chauvinistas.
Gran contraste: los que son bendecidos como hijos pródigos quedan a salvo de cualquier duda. El pasado 1º de febrero, quien esto escribe recibió vía mail una invitación de la Representación de la Comisión Europea en Barcelona para “participar en una visita a Zagreb (Croacia) dirigida a directores de medios y opinadores de Cataluña y las Islas Baleares” que se llevaría a cabo entre los días 3 y 5 de marzo. En la misiva electrónica no se especificaba mucho más, aparte de los horarios de los vuelos y el hotel de la capital croata donde serían alojados los invitados. ¿A qué venía tan generosa iniciativa? Lógicamente, estaba relacionada con la candidatura de Croacia a la Unión Europea, o eso cabía deducir de la opaca nota de invitación. Por teléfono se me informó someramente que el viaje estaría destinado a que los invitados (periodistas, tertulianos y enterados en general) “evaluaran” los méritos del país. Ya se pueden imaginar de qué manera: una comida por aquí, entrevista con un ministro por allá, todo buenas formas, alfombra roja, ambiente en rosa. Desde luego: previamente se habían organizado viajes similares para otros candidatos, como Rumania o Bulgaria. No, no se sabía nada de un posible viaje similar a la salud de la candidatura de Turquía. No, por supuesto, la visita no se hacía a instancias de algún lobby o país pro-croata en el seno de la Comisión Europea.
La información que me facilitaron algunos de los participantes a su regreso, cuadraba con la impresión que ofrecía la convocatoria: un breve festival del ditirambo y el piropo a mayor gloria del candidato balcánico. Desde entonces, no han cesado de aparecer en los medios de comunicación señales de que “alguien” ha decidido darle un firme empujón a Croacia. Precisamente ahora, ha comenzado en el TPI de La Haya el juicio contra Ante Gotovina y los principales responsables de la limpieza étnica en la Krajina en agosto de 1995. Al general croata se le considera en su país un héroe de guerra, de la misma forma que en Serbia se hace con el general Mladic. Lo interesante del caso es que, al parecer, en el tribunal se está aceptando este planteamiento: su defensor, el abogado Gregory Kehoe, no tiene empacho en abundar sobre esa versión, señalándolo como “responsable de la paz” en los Balcanes y el “hombre que logró detener al general serbio Ratko Mladić, cuya intención era unir Krajina con los territorios serbobosnios” o que “puso fin a la matanza perpetrada por los serbios”. A pesar de las reconvenciones del juez Orie, más dirigidas a la forma que al fondo, la estrategia del defensor parece ir dirigida a obtener el respaldo popular de Croacia, que como inminente miembro de la UE y la OTAN, ha de serlo libre de polvo y paja, y no puede tener a su más brillante general condenado como criminal de guerra. ¿Lo admitirían Bruselas, Berlín o Washington? Además es dudoso que Gotovina relate ante el tribunal el grado de coordinación que mantenía con sus asesores norteamericanos durante la ofensiva “Oluja” en agosto de 1995. Ni que salga a relucir el número de víctimas mortales entre la población civil, superior al sufrido en Srebrenica. O las bajas sufridas por el contingente de cascos azules de la ONU ante sus tropas.
Cabecera de una de las numerosas páginas web mantenidas por asociaciones nacionalistas de emigrantes croatas en América o Australia, a favor de la absolución de Gotovina en La Haya
En realidad, el teatro que se está montando es importante. “Barroso espera la adhesión de Croacia para el año que viene” –proclamaba hace un par de días el diario “El País” (13 de marzo, 2008) en crónica procedente de Reuters. Hasta hace poco, el único obstáculo serio que parecía existir era la reclamación croata de derechos territoriales en el Adriático a fin de salvaguardar sus recursos pesqueros: su flota sólo captura una décima parte del tonelaje de la italiana (200.000 Tms. anuales). Pues bien, dado que el miércoles pasado el Parlamento croata votó por mayoría simple la plena devolución de los derechos de pesca a los países de la UE, el cielo quedó abierto, y sin muchos más trámites, el presidente de la Comisión anunció que Croacia debería concluir sus negociaciones en el 2009 para convertirse en el siguiente país en ingresar en la Unión Europea”.
Este tipo de reflexiones son banales, desde luego. “El cachondeo está asegurado” –concluye García-Planas con toda la razón del mundo y parte de la europea. Pero en serio, en broma o a medias, ignoran las realidades locales. Como por ejemplo, que los soldados musulmanes escuchaban la misma música turbo-folk que sus enemigos serbios en plena guerra de Bosnia; música, por ejemplo, que según revela un estudio reciente del diario croata “Jutarnji List”, se está poniendo de moda entre los jóvenes croatas: les gusta nada menos que al 43% de los que tienen entre 17-18 años de edad. "Los jóvenes están fascinados. Es una verdadera fiebre de turbo folk. He tratado de poner música diferente, pero el público me abucheaba y se iba a su casa. Ellos quieren esto," dice Ivica Sovic, el propietario de la discoteca “Sova” en las afueras de Zagreb, uno de los templos de la nueva moda. Desde luego, existe turbo-folk albanés guego de Kosovo ¿O se creían que era cosa de chetniks? Y por si faltara alguna guinda, el turbo-folk ha sido utilizado incluso en una marcha gay en Viena.
En fin: a veces, breves apuntes en secciones no frecuentadas por el periodista, hacen aflorar en estado bruto esa peculiar forma de razonar que nos gastamos en Occidente y llevamos agazapada en las entretelas. Hemos sido nosotros los que nos hemos inventado crisis, guerras, etnias, pueblos, identidades: una “nación kosovar”, los “bosnio-musulmanes”, los “eslavo-macedonios”, reconocimiento diplomático para unos y no para otros, hoy toca, mañana no toca, premiamos la insurgencia armada aquí, nombramos terroristas allá. Lo de siempre: Europa, el polvorín de los Balcanes.
Una moneda croata de 25 kunas, batida en 2005 en conmemoración de la candidatura oficial del país a la UE. El hecho se produjo entre fuertes presiones de algunos países de la Unión, con especial protagonismo austriaco, a cambio de no bloquear la candidatura turca.
Pero a la postre -y de ello es síntoma lo dicho- parece que en realidad nunca nos hemos creído eso de que son realmente europeos, de que tienen derecho a expresar sus temores, intereses y/o puntos de vista. Desde aquí nos encanta pensar que caerán de rodillas ante la modernidad occidental hasta el punto de reconocer públicamente que son unos horteras pueblerinos y renunciar a sus dioses. Gran desconcierto cuando se comprueba que compartimos las mismas creencias y similar escala de valores (o restos de la misma). Y no es un problema actual, sino una constante histórica de las relaciones entre Europa occidental y los países del Este, y más en especial del Sudeste: nos suele molestar profundamente que ellos copien, utilicen o intenten emular nuestras iniciativas. Como contrapartida, siempre se mira con sospecha lo que llega de allí: existe una especie de alerta permanente sobre la competencia de sus científicos, la solvencia de sus negocios, la validez de sus ideas, la originalidad de su cultura. Sus sentimientos nacionalistas, al parecer, nos resultan excesivos, como si nosotros no viviéramos inmersos en cotidianos argumentos patrióticos, por no decir, pura y simplemente, chauvinistas.
Gran contraste: los que son bendecidos como hijos pródigos quedan a salvo de cualquier duda. El pasado 1º de febrero, quien esto escribe recibió vía mail una invitación de la Representación de la Comisión Europea en Barcelona para “participar en una visita a Zagreb (Croacia) dirigida a directores de medios y opinadores de Cataluña y las Islas Baleares” que se llevaría a cabo entre los días 3 y 5 de marzo. En la misiva electrónica no se especificaba mucho más, aparte de los horarios de los vuelos y el hotel de la capital croata donde serían alojados los invitados. ¿A qué venía tan generosa iniciativa? Lógicamente, estaba relacionada con la candidatura de Croacia a la Unión Europea, o eso cabía deducir de la opaca nota de invitación. Por teléfono se me informó someramente que el viaje estaría destinado a que los invitados (periodistas, tertulianos y enterados en general) “evaluaran” los méritos del país. Ya se pueden imaginar de qué manera: una comida por aquí, entrevista con un ministro por allá, todo buenas formas, alfombra roja, ambiente en rosa. Desde luego: previamente se habían organizado viajes similares para otros candidatos, como Rumania o Bulgaria. No, no se sabía nada de un posible viaje similar a la salud de la candidatura de Turquía. No, por supuesto, la visita no se hacía a instancias de algún lobby o país pro-croata en el seno de la Comisión Europea.
La información que me facilitaron algunos de los participantes a su regreso, cuadraba con la impresión que ofrecía la convocatoria: un breve festival del ditirambo y el piropo a mayor gloria del candidato balcánico. Desde entonces, no han cesado de aparecer en los medios de comunicación señales de que “alguien” ha decidido darle un firme empujón a Croacia. Precisamente ahora, ha comenzado en el TPI de La Haya el juicio contra Ante Gotovina y los principales responsables de la limpieza étnica en la Krajina en agosto de 1995. Al general croata se le considera en su país un héroe de guerra, de la misma forma que en Serbia se hace con el general Mladic. Lo interesante del caso es que, al parecer, en el tribunal se está aceptando este planteamiento: su defensor, el abogado Gregory Kehoe, no tiene empacho en abundar sobre esa versión, señalándolo como “responsable de la paz” en los Balcanes y el “hombre que logró detener al general serbio Ratko Mladić, cuya intención era unir Krajina con los territorios serbobosnios” o que “puso fin a la matanza perpetrada por los serbios”. A pesar de las reconvenciones del juez Orie, más dirigidas a la forma que al fondo, la estrategia del defensor parece ir dirigida a obtener el respaldo popular de Croacia, que como inminente miembro de la UE y la OTAN, ha de serlo libre de polvo y paja, y no puede tener a su más brillante general condenado como criminal de guerra. ¿Lo admitirían Bruselas, Berlín o Washington? Además es dudoso que Gotovina relate ante el tribunal el grado de coordinación que mantenía con sus asesores norteamericanos durante la ofensiva “Oluja” en agosto de 1995. Ni que salga a relucir el número de víctimas mortales entre la población civil, superior al sufrido en Srebrenica. O las bajas sufridas por el contingente de cascos azules de la ONU ante sus tropas.
Cabecera de una de las numerosas páginas web mantenidas por asociaciones nacionalistas de emigrantes croatas en América o Australia, a favor de la absolución de Gotovina en La Haya
En realidad, el teatro que se está montando es importante. “Barroso espera la adhesión de Croacia para el año que viene” –proclamaba hace un par de días el diario “El País” (13 de marzo, 2008) en crónica procedente de Reuters. Hasta hace poco, el único obstáculo serio que parecía existir era la reclamación croata de derechos territoriales en el Adriático a fin de salvaguardar sus recursos pesqueros: su flota sólo captura una décima parte del tonelaje de la italiana (200.000 Tms. anuales). Pues bien, dado que el miércoles pasado el Parlamento croata votó por mayoría simple la plena devolución de los derechos de pesca a los países de la UE, el cielo quedó abierto, y sin muchos más trámites, el presidente de la Comisión anunció que Croacia debería concluir sus negociaciones en el 2009 para convertirse en el siguiente país en ingresar en la Unión Europea”.
(Continuará)
Etiquetas: Croacia, Eurovisión, Gotovina, proceso de integración en la UE
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