Al Qaeda sigue llevando la iniciativa
Una víctima del atentado de Jost: Jeremy Jason Wise, 35, "security contractor". El equipo de última generación no tuvo ninguna utilidad frente a las viejas astucias de una de las profesiones más antiguas de la historia.
En un corto periodo de tiempo, en las semanas finales de 2009, el radicalismo islamista impulsó tres espectaculares atentados (supuestamente coordinados por Al Qaeda): la matanza en la base militar de Fort Hood (Texas), protagonizada por el mayor Nidal Malik Hasan, que causó 13 víctimas mortales, la mayor parte de ellas, soldados norteamericanos (5 de noviembre). En segundo lugar, el fallido intento de provocar una explosión en el vuelo 253 de North West Airlines cuando estaba a punto de aterrizar en Detroit (25 de noviembre) a cargo del médico nigeriano Umar Farouk Abdul Mutallab. Por último, el ataque contra una base avanzada de la CIA en Jost (Afganistán), el 30 de diciembre. Esta operación, que se saldó con la muerte de siete responsables de inteligencia, entre ellos algunos oficiales de la CIA, incluyendo el jefe de la FOB, un oficial de inteligencia jordano y otro afgano, jefe de la seguridad de la base. Seis personas más quedaron gravemente heridas. El ataque protagonizado por un agente doble jordano, que se autoinmoló cargado de explosivos, supone uno de los mayores desastres de los servicios de inteligencia norteamericanos.
Es evidente que las tres acciones formaban parte de una ofensiva del terrorismo islamista destinada a demostrar las vulnerabilidades de los servicios de seguridad e inteligencia de los Estados Unidos, humillándolos y provocando una oleada de miedo y desconcierto no vista en ese país desde el 11-S.
No voy a repetir aquí la larga lista de carencias que han dejado en evidencia los ataques. La gran mayoría de la prensa mundial las ha puesto de relieve detalladamente. En este post sólo vamos a centrarnos en otro grupo de consecuencias.
En 2008, Riddley Scott estrenó su film “Body of Lies”, considerada erróneamente una obra puramente comercial. En los Estados Unidos se evitó cuidadosamente considerar el contenido de las críticas que la película dedicaba a denunciar un estilo “neoliberal” de hacer la guerra contra el “terrorismo mundial”. Los protagonistas eran un agente de campo de la CIA, su jefe y controlador desde Langley, y el jefe del servicio de inteligencia jordano (Dairat al-Mukhabarat al-Ammah), un ficticio Hari Salaam. En el film, los tres siguen la pista de un peligroso terrorista, Al-Saleem.
"Body of Lies" contenía un mensaje interesante: no se pueden organizar operaciones de inteligencia basándose en lo que se podría definir como la pura rentabilidad inmediata, tan en boga por entonces. Hari Salaam le explicaba al agente Ferris (Leonardo Di Caprio) que, en Oriente Medio, la lealtad es la base del trabajo de inteligencia.
Un año después, tras el atentado de Jost, la imagen del Dairat al-Mukhabarat al-Ammah ha quedado tan deteriorada o más que la de la misma CIA. Pero el mensaje de Hari Salaam sigue siendo más válido que nunca. Un tinglado de inteligencia “artesanal” o de “aficionados”, como es el de Al Qaeda, está demostrando tener una capacidad operativa capaz de dejar fuera de juego a toda la comunidad de inteligencia norteamericana, altamente profesional, estructurada y tecnologizada.
En realidad, el fenómeno no es tan grave si tenemos en cuenta que Washington planteó el combate a escala global. Si el prestigioso Mossad ha recibido numerosos golpes en los estrechos márgenes territoriales de su principal teatro de operaciones, podemos imaginar que los norteamericanos seguirán sufriendo desastres similares en el futuro, incluso mucho más graves.
Lo que ha resultado realmente temerario es la pretensión de que los servicios de inteligencia norteamericanos nunca encajarían fracasos como éstos. Esa arrogancia seguramente está pasando una seria factura en su credibilidad ante los aliados. Porque si en un par de meses, la seguridad norteamericana ha sufrido tres atentados humillantes, los numerosos servicios que tienen como modelo a las agencias de la comunidad de inteligencia estadounidense se estarán planteando que ese patrón ya no sirve. Que la información que les suministra el amigo americano está contaminada (¿y en qué proporción?). Que confiarle, a su vez, información sensible de cosecha propia puede ser inútil; o, lo que es peor, arriesgado. “El espionaje de EEUU se sume en el derrotismo tras la cadena de errores”, rezaba el titular de una crónica de Antonio Caño en “El País”. ¿Sólo el de EEUU?
Por otra parte, como se podía leer en un portal de noticias, es Al Qaeda quien domina los tiempos, quien va por delante. Mala cosa, cuando el adversario es quien lleva la iniciativa, cuando se supone que la imaginación estratégica es, precisamente, patrimonio de las potencias occidentales. Y continuaba el anónimo autor del certero análisis:
"Siempre malas consejeras, las prisas son letales cuando el enemigo no las tiene, cuando está convencido de que la sombra termina alcanzando al que sabe esperar. En el combate contra Al Qaeda, las democracias occidentales están lastradas por las prisas, por el frenesí mediático que exige informaciones, explicaciones, respuestas y hasta soluciones instantáneas, por la impaciencia de una población educada en la satisfacción inmediata, por la angustia de unos políticos que actúan en el cortoplacismo de los procesos electorales".
Con lo cual volvemos de nuevo al film de Ridley Scott.
Es evidente que las tres acciones formaban parte de una ofensiva del terrorismo islamista destinada a demostrar las vulnerabilidades de los servicios de seguridad e inteligencia de los Estados Unidos, humillándolos y provocando una oleada de miedo y desconcierto no vista en ese país desde el 11-S.
No voy a repetir aquí la larga lista de carencias que han dejado en evidencia los ataques. La gran mayoría de la prensa mundial las ha puesto de relieve detalladamente. En este post sólo vamos a centrarnos en otro grupo de consecuencias.
En 2008, Riddley Scott estrenó su film “Body of Lies”, considerada erróneamente una obra puramente comercial. En los Estados Unidos se evitó cuidadosamente considerar el contenido de las críticas que la película dedicaba a denunciar un estilo “neoliberal” de hacer la guerra contra el “terrorismo mundial”. Los protagonistas eran un agente de campo de la CIA, su jefe y controlador desde Langley, y el jefe del servicio de inteligencia jordano (Dairat al-Mukhabarat al-Ammah), un ficticio Hari Salaam. En el film, los tres siguen la pista de un peligroso terrorista, Al-Saleem.
"Body of Lies" contenía un mensaje interesante: no se pueden organizar operaciones de inteligencia basándose en lo que se podría definir como la pura rentabilidad inmediata, tan en boga por entonces. Hari Salaam le explicaba al agente Ferris (Leonardo Di Caprio) que, en Oriente Medio, la lealtad es la base del trabajo de inteligencia.
Un año después, tras el atentado de Jost, la imagen del Dairat al-Mukhabarat al-Ammah ha quedado tan deteriorada o más que la de la misma CIA. Pero el mensaje de Hari Salaam sigue siendo más válido que nunca. Un tinglado de inteligencia “artesanal” o de “aficionados”, como es el de Al Qaeda, está demostrando tener una capacidad operativa capaz de dejar fuera de juego a toda la comunidad de inteligencia norteamericana, altamente profesional, estructurada y tecnologizada.
En realidad, el fenómeno no es tan grave si tenemos en cuenta que Washington planteó el combate a escala global. Si el prestigioso Mossad ha recibido numerosos golpes en los estrechos márgenes territoriales de su principal teatro de operaciones, podemos imaginar que los norteamericanos seguirán sufriendo desastres similares en el futuro, incluso mucho más graves.
Lo que ha resultado realmente temerario es la pretensión de que los servicios de inteligencia norteamericanos nunca encajarían fracasos como éstos. Esa arrogancia seguramente está pasando una seria factura en su credibilidad ante los aliados. Porque si en un par de meses, la seguridad norteamericana ha sufrido tres atentados humillantes, los numerosos servicios que tienen como modelo a las agencias de la comunidad de inteligencia estadounidense se estarán planteando que ese patrón ya no sirve. Que la información que les suministra el amigo americano está contaminada (¿y en qué proporción?). Que confiarle, a su vez, información sensible de cosecha propia puede ser inútil; o, lo que es peor, arriesgado. “El espionaje de EEUU se sume en el derrotismo tras la cadena de errores”, rezaba el titular de una crónica de Antonio Caño en “El País”. ¿Sólo el de EEUU?
Por otra parte, como se podía leer en un portal de noticias, es Al Qaeda quien domina los tiempos, quien va por delante. Mala cosa, cuando el adversario es quien lleva la iniciativa, cuando se supone que la imaginación estratégica es, precisamente, patrimonio de las potencias occidentales. Y continuaba el anónimo autor del certero análisis:
"Siempre malas consejeras, las prisas son letales cuando el enemigo no las tiene, cuando está convencido de que la sombra termina alcanzando al que sabe esperar. En el combate contra Al Qaeda, las democracias occidentales están lastradas por las prisas, por el frenesí mediático que exige informaciones, explicaciones, respuestas y hasta soluciones instantáneas, por la impaciencia de una población educada en la satisfacción inmediata, por la angustia de unos políticos que actúan en el cortoplacismo de los procesos electorales".
Con lo cual volvemos de nuevo al film de Ridley Scott.
Fotos que han conmocionado a la comunidad de inteligencia occidental: el agente doble (triple, en realidad) Humam Jalil Abu Mulal al Balawi. Arriba, en su faceta occidentalizada; abajo, en el vídeo que grabó explicitando cuál era su verdadero adversario
Etiquetas: Afganistán, Al Qaeda, servicios de inteligencia, talibanes, terrorismo